Nuevo paso para la beatificación del arzobispo peruano Emilio Lissón Chávez

Podría convertirse en el segundo beato de Arequipa

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AREQUIPA, miércoles, 28 julio 2004 (ZENIT.org).- Como un «motivo de particular alegría para la archidiócesis de Lima» calificó el primado de la Iglesia en el Perú, el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, la instalación –el pasado 20 de julio– del vice tribunal eclesiástico para la investigación de la causa de canonización de monseñor Emilio Lissón Chávez, un paso que permite empezar el proceso en el país.

Conocido como el «obispo de los pobres», monseñor Lissón Chávez nació en Arequipa el 24 de mayo de 1872 y fue arzobispo de Lima entre 1918 y 1931. Murió con fama de santidad. Sus restos mortales están en la Catedral de Lima y en la capilla de los Santos Peruanos.

Como falleció en Valencia en 1961 –donde vivió sus últimos 30 años–, esta archidiócesis española dirige una investigación inicial a nivel archidiocesano, por lo que instituyó un Tribunal Eclesiástico el 20 de septiembre de 2003.

Paralelamente se pueden y deberían instalarse otros vice tribunales en los lugares en los que vivió monseñor Lissón, como es el caso del Perú, explicó el arzobispado de Arequipa a Zenit.

Si la causa concluye satisfactoriamente, con el prelado Arequipa tendría dos beatos, pues en la ciudad peruana Juan Pablo II beatificó a Sor Ana de los Ángeles el 2 de febrero de 1985.

El acto de instalación del vice tribunal tuvo lugar en la sede del arzobispado de Lima. Entre los presentes acudieron representantes de la Congregación de San Vicente de Paúl, así como el canciller del arzobispado de Lima –monseñor Guillermo Abanto Guzmán–, quien presentó los documentos enviados desde España.

El proceso archidiocesano en la capital peruana estará a cargo de monseñor Raimundo Revoredo Ruiz –obispo emérito de Juli y párroco de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa–, vicepostulador de la causa de monseñor Lissón.

«Para nosotros, sucesores de monseñor Lissón, es una obligación imitar sus virtudes y pedir a Dios que nuevamente bendiga a nuestra tierra peruana a lo largo de estos años con un posible nuevo santo», admitió el cardenal Cipriani durante el acto.

Por su parte, el arzobispo de Arequipa, monseñor José Paulino Ríos Reynoso, asumió las palabras del Santo Padre al manifestar que la vocación al ministerio sacerdotal «es esencialmente una llamada a la santidad, en la forma que brota del sacramento del Orden».

«La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto, y humilde; es amor sin reserva a las almas y donación al verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque tal es la misión que Cristo le ha confiado», expresó.

«Los testimonios de muchos hermanos que vivieron con monseñor Lissón nos hablan de sus virtudes y la especial atención que puso en aliviar el sufrimiento de los hermanos, tanto así que fue llamado el obispo de los pobres –recordó monseñor Ríos–, y no sólo en nuestro país, sino en Valencia, donde vivió sus últimos años».

«Sin embargo la santidad es el llamado a todos los hijos de Dios a ser perfectos como lo es nuestro Padre y ello se vive desde los detalles más pequeños de nuestra vida», recalcó.

Miembro de la Congregación de los Padres Vicentinos, Emilio Lissón Chávez terminó sus estudios eclesiásticos en París, donde fue ordenado sacerdote en 1895. Al regresar al Perú se dedicó a la formación de los seminaristas tanto en Arequipa como en Trujillo.

En 1909 fue consagrado obispo para la diócesis de Chachapoyas, y promovido a la sede metropolitana de Lima en 1918. Asumió personalmente la dirección del Seminario de Santo Toribio y fundó otros tres Seminarios Menores en Canta, Huayopampa y Barranca.

Monseñor Lissón centralizó la administración de las rentas de las parroquias y monasterios, fundando una Sindicatura Eclesiástica en la Curia Arzobispal e invitó a los religiosos a ocupar parroquias recién creadas.

El arzobispo Lissón «trae al mundo de hoy el mensaje de saber mantener la humildad en las alturas de las dignidades, la serenidad en el abatimiento, la constancia y la caridad en el trabajo, hasta la venerable ancianidad, y la inquietud y afán por llevar a todos las gracias de Dios y el gozo del mejoramiento social, especialmente de los indios del Perú y de las clases obreras y menesterosas», recuerda el padre José Herrera CM, autor del libro «Monseñor Emilio Lissón Chávez, obispo de los pobres».

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ZENIT Staff

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