Homilía de Juan Pablo II en Loreto

En la misa de beatificación de Pere Tarrés, Alberto Marvelli y Pina Suriano

Share this Entry

LORETO, domingo, 5 septiembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Juan Pablo II este domingo en Loreto al beatificar al sacerdote Pere Tarrés i Claret (1905-1950) y a los laicos Alberto Marvelli (1918-1946) y Pina Suriano (1915-1950).

* * *

[En italiano]
1. «¿Qué hombre podrá conocer la voluntad de Dios?» (Sabiduría 9, 13). La pregunta, planteada por el libro de la Sabiduría, tiene una respuesta: sólo el Hijo de Dios, hecho hombre por nuestra salvación en el seno virginal del María, puede revelarnos el designio de Dios. Sólo Jesucristo sabe cuál es el camino para «llegar a la sabiduría del corazón» (Salmo responsorial) y lograr paz y salvación.

Y, ¿cuál es este camino? No los ha dicho él en el Evangelio de hoy: es el camino de la cruz. Sus palabras son claras: «El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lucas 14, 27).

«Llevar la cruz en pos de Jesús» significa estar dispuestos a cualquier sacrificio por su amor. Significa no poner a nada ni a nadie antes que él, ni siquiera a las personas más queridas, ni siquiera la propia vida.

2. Queridos hermanos y hermanas, reunidos en este «espléndido valle de Montorso», como ha dicho el arzobispo Comastri, a quien agradezco de corazón las afectuosas palabras que me ha dirigido. Con él, saludo a los cardenales, arzobispos y obispos presentes; saludo a los sacerdotes, religiosos, religiosas, personas consagradas; y sobre todo os saludo a vosotros, pertenecientes a la Acción Católica que, guiados por el asistente general, monseñor Francesco Lambiasi y por la presidenta nacional, la licenciada Paola Bignardi, a quien doy las gracias por su caluroso saludo, habéis querido reuniros aquí, bajo la mirada de la Virgen de Loreto, para renovar vuestro compromiso de fiel adhesión a Jesucristo.

Vosotros lo sabéis: adherir a Cristo es una opción exigente. No es casualidad el que Jesús hable de «cruz». Sin embargo, precisa inmediatamente después: «en pos de mí». Este es el gran mensaje: no llevamos solos la cruz. Ante nosotros camina Él, abriéndonos el camino con la luz de su ejemplo y con la fuerza de su amor.

3. La cruz, aceptada por amor, genera libertad. Lo experimentó el apóstol Pablo, «ya anciano y ahora prisionero a causa de Cristo Jesús», como él mismo se define en la carta a Filemón, pero interiormente totalmente libre. Esta es precisamente la impresión que da la página que se acaba de proclamar: Pablo está encadenado, pero su corazón es libre, pues está lleno del amor de Cristo. Por este motivo, desde la oscuridad de la prisión en la que sufre por su Señor, puede hablar de libertad a un amigo que está fuera de la cárcel. Filemón es un cristiano de la ciudad de Colosos: Pablo se dirige a él para liberar a Onésimo, que todavía era esclavo, según el derecho de la época, y hermano por el bautismo. Renunciando al otro como posesión suya, Filemón recibirá como don a un hermano.

La lección que ofrece este episodio es clara: no hay mayor amor que el de la cruz; no hay libertad más verdadera que la del amor; no ha fraternidad más plena que la que nace de la cruz de Jesús.

[En castellano]
4. De la cruz de Jesús se han hecho humildes discípulos y testigos heroicos los tres beatos, apenas proclamados.

Pedro Tarrés i Claret, primero médico y después sacerdote, se dedicó al apostolado laical entre los jóvenes de Acción Católica de Barcelona, de los cuales, en lo sucesivo, fue asistente. En el ejercicio de la profesión médica se entregó con especial solicitud a los enfermos más pobres, convencido de que «el enfermo es símbolo de Cristo sufriente».

Hecho sacerdote, se consagró con generosa intrepidez a las tareas del ministerio, permaneciendo fiel al compromiso asumido en vísperas de la ordenación: «Un solo propósito, Señor: sacerdote santo, cueste lo que cueste». Aceptó con fe y heroica paciencia una atroz enfermedad, que lo llevó a la muerte con sólo 45 años. A pesar del sufrimiento repetía frecuentemente: «¡Cuán bueno es el Señor conmigo! Y yo soy verdaderamente feliz».

[En italiano]
5. Alberto Marvelli, joven fuerte y libre, generoso hijo de la Iglesia de Rímini y de la Acción Católica, concibió toda su breve vida, de apenas 28 años, como un don de amor a Jesús por el bien de los hermanos. «Jesús me ha rodeado de su gracia», escribía en su diario; «ya sólo le veo a él, no pienso más que en Él». Alberto había hecho de la eucaristía cotidiana el centro de su vida. En la oración también buscaba inspiración para el compromiso político, convencido de la necesidad de vivir plenamente como hijos de Dios en la historia para hacer que sea una historia de salvación.

En el difícil período de la segunda guerra mundial, que sembraba muerte y multiplicaba violencia y sufrimientos atroces, el beato Alberto vivía una intensa vida espiritual, de la que surgía ese amor por Jesús que le llevaba a olvidarse constantemente de sí mismo para cargar a cuestas la cruz de los pobres.

6. La beata Pina Suriano, nacida en Partinico, en la diócesis de Monreal, también amó a Jesús con un amor ardiente y fiel, hasta el punto de poder escribir con toda sinceridad: «No hago más que vivir de Jesús». Se dirigía a Jesús con corazón de esposa: «Jesús, hazme siempre tuya. Jesús, quiero vivir y morir contigo y para ti».

Adhirió siendo muchacha a la Juventud Femenina de la Acción Católica, de la que después fue dirigente parroquial, encontrando en la Asociación importantes estímulos de crecimiento humano y cultural en un clima intenso de amistad fraterna. Maduró poco a poco la sencilla y firme voluntad de entregar a Dios como ofrecimiento de su amor su joven vida, en particular por la santificación y perseverancia de los sacerdotes.

7. ¡Queridos hermanos y hermanas, amigos de la Acción Católica, reunidos en Loreto procedentes de Italia, de España y de muchas partes del mundo! Con la beatificación de estos tres siervos de Dios, el Señor os dice hoy: el don más grande que podéis hacer a la Iglesia y al mundo es la santidad.

Llevad en vuestro corazón lo que lleva la Iglesia en el suyo: que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo queden conquistados por el atractivo de Cristo; que su Evangelio vuelva a brillar como luz de esperanza para los pobres, los enfermos, los hambrientos de justicia; que las comunidades cristianas sean cada vez más vivas, abiertas, atractivas; que nuestras ciudades sean acogedoras y agradables para todos; que la humanidad pueda seguir los caminos de la paz y de la fraternidad.

8. A vosotros, laicos, os corresponde testimoniar la fe a través de las virtudes que son más específicas de vuestro estado de vida: la fidelidad y la ternura en familia, la competencia en el trabajo, la tenacidad a la hora de servir al bien común, la solidaridad en las relaciones sociales, la creatividad para emprender obras útiles para la evangelización y la promoción humana. A vosotros os corresponde también mostrar –en cercana comunión con los pastores– que el Evangelio es actual, y que la fe no saca al creyente de la historia, sino que lo sumerge más profundamente en ella.

¡Ánimo, Acción Católica! ¡Que el Señor guíe tu camino de renovación!

La Inmaculada Virgen de Loreto te acompaña con tierna solicitud; la Iglesia te mira con confianza; el Papa te saluda, te apoya y te bendice de corazón.

[Traducción de los pasajes en italiano realizada por Zenit]

Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }