El alto coste de la corrupción

Una plaga que aflige a ricos y pobres

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NAIROBI, Kenya, 11 de septiembre de 2004 (ZENIT.org).- La corrupción sigue siendo parte de la vida diaria en muchos países. El tema emergió recientemente en Kenya, donde el alto comisionado británico, Edward Clay, saltó a la palestra por sus abiertos comentarios sobre cómo la corrupción está instaurada en el país.

Según el Financial Times del 16 de julio, Clay atacó al gobierno liderado por el presidente Mwai Kabaki, diciendo que sus miembros «tienen la arrogancia, la avaricia y quizás un sentido desesperado del pánico que los conduce a comer como glotones».

Clay estimaba que el gobierno había entrado en tratos corruptos por valor de 192 millones de dólares, desde que el presidente lideraba la alianza opositora en las elecciones victoriosas de diciembre de 2002. Días antes, ocho embajadas, incluyendo la de Gran Bretaña, Canadá, Japón y Estados Unidos, hicieron públicos comunicados expresando su alarma ante la extensión del alto nivel de corrupción, informaba el Financial Times.

En Indonesia, entretanto, el fiscal general anunciaba que la nación había perdido 2.350 millones de dólares en los dos últimos años debido a la corrupción, informó el 18 de junio la BBC. Las cifras provienen de 108 casos investigados por las autoridades sólo en los primeros cuatro meses de este año.

Malversar miles de millones
Un vistazo al estado de la corrupción tuvo lugar el 25 de marzo con la publicación por Transparency International de su «Informe de Corrupción Mundial 2004». El informe enfocaba el problema de la corrupción política. En una nota de prensa, el responsable del grupo, Peter Eigen, afirmaba: «La corrupción política mina las esperanzas de prosperidad y estabilidad de los países en desarrollo, y daña la economía mundial».

El informe observaba que las leyes que regulan las finanzas políticas son por lo general inadecuadas. Uno de cada cuatro países incluso carece de los requisitos básicos de acceso a las fuentes de financiación de los candidatos y partidos. Y uno de cada tres países todavía no tiene un sistema completo que regule la financiación de los partidos políticos.

El informe también contenía una lista de los políticos más corruptos de tiempos recientes. El primer lugar lo ocupa el antiguo presidente indonesio Mohammed Suharto, que reinó de 1967 a 1998. Transparency International ha calculado que desfalcó entre 15.000 y 35.000 millones de dólares. El siguiente en la lista es Ferdinand Marcos, presidente de Filipinas de 1972 a 1986, que se dice que robó entre 5.000 y 10.000 millones de dólares.

El líder de Zaire de 1965 a 1997, Mobutu Sese Seko, se calcula que acumuló cerca de 5.000 millones de dólares, mientras que Sani Abacha, presidente de Nigeria de 1993 a 1998, fue responsable de una suma que alcanzó entre los 2.000 y los 5.000 millones de dólares. Más abajo en la lista está el antiguo líder servio Slobodan Milosevic, con cerca de 1.000 millones de dólares, y el que fue jefe del estado haitiano, Jean-Claude Duvalier, de 300 a 800 millones de dólares.

Y no son sólo los países en desarrollo los que tienen un problema con la corrupción. No han tenido mucho éxito los esfuerzos de la Unión Europea por dar transparencia a sus propios procesos de financiación, informaba el 6 de abril el Financial Times.

Al tomar posesión de su cargo hace cuatro años, Romano Prodi, que este noviembre terminará su mandato como presidente de la Comisión Europea, prometió una campaña contra el fraude y la mala gestión financiera. Pero el «Informe sobre la Protección de los Intereses Financieros de las Comunidades y la Lucha contra el Fraude», que cada año publica el Parlamento Europeo, no contiene buenas noticias, afirmaba el Financial Times.

El número de casos de irregularidades y fraude que se relacionan con el presupuesto de la Unión Europea subió en un 13%, en el 2001-2002. Y el número de casos en el sector agrícola subió un 36% durante el mismo periodo. En total, más de 2.120 millones de euros (2.500 millones de dólares) en moneda de la Unión se gastaron de forma irregular.

El Instituto del Banco Mundial hizo un intento de calcular la suma total de dinero gastada en sobornos en todo el mundo. Según una nota de prensa del 8 de abril, la suma alcanzaría más de un billón de dólares al año. Daniel Kaufmann, director del instituto para el Gobierno, dice que esta cifra es una estimación de los sobornos reales pagados tanto en países ricos como en desarrollo.

Kaufmann observaba que un cálculo de las cantidades totales de las transacciones corruptas es sólo una de las partes de los costes totales de la corrupción, que constituye el mayor obstáculo para reducir la pobreza, la desigualdad y la mortalidad infantil en las economías emergentes.

Dimensión teológica
La corrupción va más allá de las estadísticas, como observan Osvaldo Schenone y Samuel Gregg en su ensayo, «Una Teoría de la Corrupción», publicado a fines del año pasado por el Acton Institute.

La teología cristiana, precisan, considera que la raíz del pecado está en el corazón del individuo y en el ejercicio de la libre voluntad. Sin embargo, el pecado afecta a todos, distorsionando la ecología moral y social dentro de la que toda persona vive.

Schenone y Gregg observan que el Evangelio invita a las personas a que vivan y actúen con justicia de cara a sus prójimos y a que rectifiquen cualquier acto de injusticia. La justicia no se limita a seguir meramente el imperio de la ley. También abraza el vivir una virtud que nos ayuda a actuar con justicia hacia los demás al tomar decisiones.

La corrupción viola la justicia no sólo en el sentido formal de distorsionar la imparcialidad de las relaciones y el cumplimiento de los deberes contractuales. También viola la virtud y mina los lazos básicos de confianza entre los individuos, la comunidad política y quienes confían en la autoridad legal.

Cuando la corrupción se extiende, particularmente en sociedades sofocadas por una excesiva burocracia o un gobierno incompetente, resulta difícil persuadir a las personas de que está mal, dicen los autores. La tendencia aumenta al considerar la corrupción como algo necesario para permitir el funcionamiento de la economía. Pero esta actitud lleva consigo una grave deficiencia moral, conduciendo a la sociedad a perder de vista el hecho de que algunas acciones son malas.

Hacia la integridad
Superar la corrupción no es una tarea fácil, pero la última parte del ensayo propone algunas ideas para ayudar a superar este problema. La corrupción puede que parezca que es parte integral de una cultura, pero las culturas pueden cambiar. El hombre no se subordina a la cultura; más bien, nuestras acciones la crean, defienden Schenone y Gregg. Por eso nos deberíamos preguntar constantemente a nosotros mismos: ¿Cuál es la imagen de hombre que subyace a una cultura, y qué espacio deja a la verdad de la fe y la vida interior?

Nuestras opciones individuales pueden estar informadas principalmente por el materialismo, o pueden estar influidas por una ecología moral basada en una visión de la persona como imagen de Dios. En el último caso, podemos estar más seguros de que nuestras elecciones conducirán a la realización de bien moral, afirman los autores.

La familia y la Iglesia católica tienen un papel imprescindible a la hora de ayudar a formar una cultura que tienda a este bien moral. La familia es la influencia más importante en la vida de la mayoría de las personas. Y la Iglesia difunde el mensaje del Evangelio.

Los cristianos, por tanto, necesitan poner de relieve que reducir la corrupción no es sólo una cuestión de leyes, sino que más bien implica un compromiso por ciertos bienes morales. Sería poco realista esperar que los cristianos eliminen la corrupción en las sociedades donde está particularmente extendida. Sin embargo, s
us esfuerzos pueden reducirla.

De hecho, a principios de este año, se han dado pasos en esta dirección en Sudáfrica. En un comunicado de prensa del 6 de febrero la Conferencia Episcopal Católica Sudafricana anunció que se uniría a otras ocho denominaciones cristianas para lanzar una campaña titulada «Iglesias contra la Corrupción».

«La Iglesia está preocupada por el hecho de que nuestra joven democracia corra el riesgo de permitir que la corrupción se convierta en parte de la cultura. La corrupción amenaza la integridad de las mentes jóvenes, y forma la base de una nueva forma de opresión», observaba la Conferencia Episcopal, que está constituida por los obispos de Botswana, Sudáfrica y Swazilandia.

Schenone y Gregg concluían su ensayo afirmando que un esfuerzo sostenido de oración, predicación y persuasión puede animar a la gente a evitar caer en la corrupción. Tal esfuerzo, añadían, puede también conducir a un cambio en los corazones de las personas y en la cultura moral de la sociedad. Un hecho que podría ayudar tanto a las naciones ricas como a las pobres.

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ZENIT Staff

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