Será beato el «León de Münster» que se opuso al programa de eutanasia nazi

MÜNSTER, jueves, 21 octubre 2004 (ZENIT.org).- Las virtudes heroicas del siervo de Dios Clemente Augusto von Galen (1878-1946), más conocido como el «León de Münster», fueron reconocidas el 20 de diciembre de 2003.

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Antes del verano del mismo año, la comisión médico-teológica reconoció la validez del milagro y ahora corresponde a los obispos y cardenales avalar la causa de beatificación. Cumplido este paso, corresponderá al Santo Padre firmar el decreto y decidir la fecha de la ceremonia de beatificación.

Clemente Augusto, conde de Galen, pertenece a la noble familia de los Spee. Su tío Guillermo von Ketteler fue un conocido obispo de Maguncia. Tras haber realizado estudios con excelentes resultados y ser ordenado sacerdote, fue nombrado obispo de Münster el 5 de septiembre de 1933.

Durante todo el periodo nazi alzó su voz en defensa de los derechos de la Iglesia, los pobres, los judíos y los enfermos. Se opuso con energía a la expansión del paganismo nazi.

Se hicieron famosas sus homilías del verano de 1941, por las que estuvo a punto de ser detenido y condenado a muerte. Von Galen protestó con fuerza contra la eutanasia, contra la incautación de monasterios y conventos, contra la expulsión de religiosos y contra la persecución de los judíos.

Especialmente eficaz fue la ofensiva realizada por Van Galen contra el programa de eutanasia de Hitler.

En una de las homilías contra la eutanasia, Von Galen dijo: «Nunca, por ninguna razón, un hombre puede matar a un inocente si no es en guerra o por legítima defensa». «¡Si se afirma y acepta el principio por el cual podemos matar a nuestros hermanos improductivos, las calamidades y la desventura se abatirán sobre nosotros cuando seamos viejos y débiles!».

En la homilía, el obispo de Münster añadía: «Si permitimos que uno de nosotros mate a quien es improductivo, la desventura se abatirá sobre los inválidos que han agotado, sacrificado y perdido la salud y la fuerza en el proceso productivo».

«Si incluso por una sola vez aceptamos el principio del derecho a matar a nuestros hermanos improductivos –aunque haya sido limitado de entrada sólo a los pobres e indefensos enfermos mentales-, entonces por este principio el homicidio se convierte en admisible para todos los seres improductivos, los enfermos incurables, los que han quedado inválidos por el trabajo o en la guerra, y para nosotros mismos, cuando seamos viejos, débiles y por tanto improductivos».

«Llegados a este punto, ya no será segura la vida de ninguno de nosotros. Cualquier comisión nos puede incluir en la lista de los improductivos», comentaba Von Galen. «Ninguna policía, ningún tribunal indagará sobre nuestro asesinato, ni castigará al asesino como merece».

Decía también: «¿Quién podrá confiar en un médico? Podría denunciar a su paciente como improductivo y recibir instrucciones de matarlo». «Es imposible imaginar los abismos de depravación moral y de desconfianza general incluso en el ámbito familiar a los que llegaríamos si tal horrible doctrina fuera tolerada, aceptada y puesta en práctica», concluía von Galen.

La homilía fue reproducida en hojas volantes que fueron lanzadas por la aviación británica, la Royal Air Force (RAF), sobre Alemania.

La resistencia de von Galen al programa de eutanasia nazi fue mantenida por otros sacerdotes, entre ellos el preboste de la catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg.

Lichtenberg fue arrestado en octubre de 1941, procesado y condenado, y murió en 1943 en el trayecto de carretera que conducía a Dachau. Juan Pablo II lo elevó al honor de los altares el 23 de junio de 1996.

Las homilías de Van Galen ejercieron un fuerte impacto sobre todo entre los soldados que regresaban heridos del frente de batalla. Muchos de ellos, de hecho, pensaban que serían eliminados según el programa de eutanasia.

A pesar de todo, la valiente oposición de Van Galen no detuvo la máquina del horror. Hitler anunció públicamente haber dado fin al programa de eutanasia el 24 de agosto de 1941, pero en realidad el programa de eliminación de los débiles, enfermos y no arios siguió su marcha a pleno ritmo.

Sin embargo permanece el testimonio cristiano de un obispo que no tuvo miedo de perder la propia vida con tal de salvar la de muchos inocentes condenados por la ferocidad nazi.

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ZENIT Staff

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