CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 octubre 2004 (ZENIT.org).- Con motivo de los diez años transcurridos desde que en 1994 se celebrara el Año de la Familia, el cardenal Alfonso López Trujillo ha escrito un artículo en el que defiende con energía el papel y el futuro de la familia.
«La familia se sitúa en el centro del combate decisivo para la humanidad (…), en el centro del gran combate entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte y a ella se confía la tarea de luchar antes que nada por liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo redentor del hombre», escribe el presidente del Consejo Pontificio para la Familia en el diario vaticano «L’Osservatore Romano».
El purpurado recuerda que ya en 1994 hubo un intento de contemplar el término familias, en plural, evitando el uso del singular, la familia.
«El uso en plural de familias abría la puerta a diferentes y caprichosos conceptos de familia, disolviendo su “verdad”». Entonces, recuerda, «se anunciaban ya las tendencias, en algunos parlamentos e instituciones, que en estos diez años han introducido notables ambigüedades de concepto, en una verdadera confusión de naturaleza filosófica, jurídica, antropológica y cultural, cuyos efectos nocivos resultan evidentes».
«El designio divino sobre el matrimonio y la familia, pilar fundamental de la sociedad y de la Iglesia, que debe fundar una “civilización del amor”, –indica el presidente del dicasterio– se opone a una anti-civilización destructiva».
«Una especie de desarraigo cultural, que es el peligro más grave, caracterizado por una progresiva deshumanización en nombre de la “modernización” y amparado por un secularismo que desemboca en el neopaganismo», explica.
Asimismo subraya que «el hombre es único e irrepetible, no puede separarse de esta vía, la familia. Viene al mundo por medio de la familia y a ella le debe el hecho de existir como persona».
En el matrimonio entre hombre y mujer, el cardenal López Trujillo ve «el amor de los esposos, que se entregan recíprocamente, y el ser instrumentos del amor de Dios en la procreación».
En este contexto, «la vida nueva de los hijos no se limita a un nivel puramente biológico que no implique una procreación integral que exige la verdadera educación de los hijos».
El presidente del Consejo Pontificio de la Familia se muestra sorprendido por el hecho de que «algunos gobernantes y parlamentos vean un progreso, una conquista de la libertad, de la democracia, en una hipótesis superficial que no contempla al hombre y a la mujer como son y como Dios ha querido que sean».
Critica el utilitarismo que impulsa a las personas a utilizarse unas a otras «como se usan las cosas. (…) La mujer puede convertirse para el hombre en un objeto, los hijos en un obstáculo para los padres, la familia en una institución que estorba a la libertad de los miembros que la integran».
Por el contrario el purpurado indica, respecto a la familia, que debe preservarse «su importancia pública, política, central en la vida social». Y debe ser «reconocida en su identidad y aceptada en su subjetividad social».
El cardenal López Trujillo concluye el artículo reafirmando que: «En tal combate histórico, la familia mantiene un inmenso capital de energías y se cuentan millones y millones de hogares que dan un espléndido testimonio. (…) La familia, fuente de humanización, está ofreciendo una inmensa respuesta para dar alma al mundo».