Escuelas cristianas en Tierra Santa: laboratorios de diálogo

Por Fray Artemio Vítores, ofm, vicario de la Custodia de los Santos Lugares

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JERUSALÉN, sábado, 23 octubre 2004 (ZENIT.orgVeritas).- Publicamos de Fray Artemio Vítores, ofm, vicario de la Custodia de los Santos Lugares, que será publicado en «Tierra Santa», revista bimestral de la Custodia franciscana.

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«Convivencia» entre cristianos y musulmanes es una de las expresiones que más abunda en nuestro vocabulario moderno. A ella están unidas otras: «respeto, tolerancia y diálogo». A veces estos términos pierden su fuerza cuando se encuentran enfrentados a problemas reales: la prohibición del «chador» o velo islámico en las escuelas públicas francesas, la tensión causada por los atentados de los grupos fundamentalistas islámicos, la polémica ocasionada por la supuesta obligatoriedad de la clase de religión en las escuelas españolas y, más en general, la discusión la entorno al «choque de civilizaciones».

Esta situación ambivalente, conduce a algunos interrogantes fundamentales: ¿Qué educación hay que dar en las escuelas para que los seguidores de las diversas religiones se puedan integrar en la sociedad, sin que ello suponga la pérdida de su identidad, sobre todo religiosa? ¿Cómo respetar y hacer respetar los derechos fundamentales de todos, incluido el de la libertad religiosa?

A las escuelas cristianas, especialmente católicas, de Tierra Santa, acuden estudiantes de otras religiones, especialmente musulmanes. ¿Cómo se integran los no-cristianos en una institución cristiana? Presentamos aquí la experiencia educativa de los franciscanos de Tierra Santa. La razón de esta elección es sencilla: los franciscanos, por su historia e iniciativas, han sido durante muchos siglos los pioneros en éste y otros campos. Lo decía Juan Pablo II, en su Carta con motivo del 150º aniversario de la restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén (1847-1997): los hijos de San Francisco, gracias a su sacrificio, entrega y oración, «han puesto las bases sólidas de las múltiples actividades parroquiales, educativas y caritativas que existen actualmente en la diócesis patriarcal». Es verdad que se trata de escuelas privadas y el contexto socio político es muy diverso, pero la historia siempre enseña algo.

El camino franciscano hacia una cultura para todos
Si exceptuamos la época de Solimán el Magnífico, el Imperio otomano y, más precisamente, su dominio sobre el Medio Oriente (1517-1917), fue nefasto en todos los campos. Fueron cuatro siglos en los que el afán recaudador de los gobernadores turcos no tenía límites. Su única preocupación era enriquecerse a toda costa, sin dar nada en cambio a favor de sus súbditos. El país llegó a niveles ínfimos de pobreza, de modo que la población disminuyó considerablemente. Para entender esta posición antisocial se puede citar la respuesta que dio un notable de Jerusalén a algunos visitantes occidentales que se lamentaban, entre otras cosas, del mal estado de las calles, y del poco interés por poner algún remedio. La respuesta fue: «si tengo dinero, lo empleo en comprarme una casa, un esclavo, un diamante, una hermosa yegua o una mujer». Los franciscanos tienen experiencias muy amargas en lo que se refiere a los Santuarios y la sed desmesurada de dinero de las autoridades turcas.

La falta de preocupación por el bienestar de la población local se manifestó en su total desinterés por la cultura y por la educación. Según los viajeros que visitaron Jerusalén, en 1830, sólo un 3% de la población sabían leer y escribir. Aunque quizás sea exagerada esa afirmación, lo cierto es que no se conocen escuelas del Gobierno hasta el 1892; es verdad que hubo algunas escuelas ligadas a las mezquitas, pero con pocos alumnos y la enseñanza se centraba sobre todo en el estudio del Corán.

Las primeras escuelas a la sombra de los santuarios
La Iglesia Católica había confiado a los franciscanos, en 1342, la custodia de los Santos Lugares. Los frailes comprenden muy pronto que éstos tendrían poca importancia sin las «piedras vivas» que son los cristianos. Surgen así, junto a los Santuarios, las parroquias y las escuelas. Por eso en la primera mitad del siglo XVI, quizás hacia el 1518, los franciscanos abren las primeras escuelas en Tierra Santa, en Belén primero y en Jerusalén después; en el siglo siguiente se abrirá otra en Nazaret.

En estas escuelas, muy modestas y que se pueden llamar escuelas parroquiales, además de dar a los chicos una enseñanza primaria y los primeros rudimentos de la religión, se impartían lenguas, en especial el italiano y el francés, y posteriormente el turco y el inglés, además del árabe. La finalidad de la enseñanza de lenguas extranjeras no se basaba en criterios colonialistas, sino que tenía un carácter eminentemente social. Durante el período de la dominación otomana, los no-turcos, en especial los cristianos, estaban excluidos de las altas funciones del Estado y de otras ocupaciones, no podían tener propiedades y estaban obligados a pagar fuertes tributos. Para los cristianos era fundamental el estudio de las lenguas extranjeras para trabajar como intérpretes o como guías de peregrinos. Se creó así un grupo de cristianos cualificados que hizo posible también su supervivencia en circunstancias tan duras. No fue una época fácil para las escuelas, ya que los avatares políticos y la penuria económica de los franciscanos, hacían difícil cualquier proyecto. La enseñanza era gratuita y los frailes daban de comer a los niños, a mediodía. En este contexto social hay que destacar la creación en Jerusalén, en 1740, de una escuela de «Artes y Oficios», para que los cristianos pudieran ganarse la vida y sobrevivir con un trabajo digno.

Las escuelas y la conservación del cristianismo en Tierra Santa
El grupo más numeroso de la pequeña comunidad árabe cristiana de Tierra Santa eran los griegos ortodoxos. Éstos, al igual que los católicos, tenían muchas dificultades para sobrevivir en el imperio turco; a veces sólo les quedaban dos opciones: convertirse al Islam o emigrar. Los franciscanos se preocuparon también de mantener esa presencia cristiana. Y para esto era importante la escuela. Por eso, a partir de finales del siglo XVII, las escuelas de los frailes acogen también jóvenes ortodoxos. Es una prueba más del carácter universalista de los franciscanos, como se desprende de una decisión tomada el 20 de febrero de 1809 por el Consejo de Custodia de Tierra Santa: se permite la presencia de estudiantes griegos ortodoxos en las escuelas de los franciscanos, sin que tengan que abrazar la fe católica. Sólo se les exigían dos condiciones: el consentimiento de los padres y el respeto del reglamento de la escuela. Puede parecer hoy una decisión del todo normal, pero no lo era hace dos siglos. Hay que tener en cuenta que los griegos ortodoxos, quienes, según los testimonios antiguos, no tenían como preocupación fundamental la educación de los jóvenes cristianos locales, abren su primera escuela en Jerusalén sólo en 1842; y lo mismo se puede decir de los armenios ortodoxos, cuya escuela parece que ya existía en 1846.

La educación de la mujer
A partir del 1840 soplan nuevos aires de libertad en todos los territorios controlados por el Imperio turco, debido quizás a la debilidad del mismo Imperio. El Sultán Abdul Hamid promulga una constitución en la que concede amplias libertades en el campo de la educación. Los franciscanos aprovechan la ocasión para abrir nuevas escuelas no sólo en Tierra Santa, sino también en los demás países donde trabajaban: Siria, Líbano, Egipto, etc. Los frailes dan además otro paso importante: la creación de la imprenta franciscana de Jerusalén, en 1847. No fue tarea fácil, no sólo por las dificultades económicas (solucionadas gracias a la ayuda de Austria), sino sobre todo por la oposición d
el gobierno turco que desconfiaba de los frailes en lo que se refiere a la educación y a la cultura, prefiriendo que sus súbditos vegetasen en la ignorancia. La imprenta no sólo publicaba libros religiosos (el primer libro impreso fue un Catecismo, en árabe e italiano; fue la primera obra impresa en árabe en Palestina) y de texto, sino que ha tenido una importancia decisiva en la elevación cultural de la población árabe de Tierra Santa y, se puede decir, en la conservación de la misma lengua árabe.

En este contexto, los franciscanos ven la posibilidad de que las mujeres accedan también a la educación. En 1841 se abre la primera escuela para niñas en Jerusalén; un año más tarde se abrirá otra en Belén y en los años siguientes se irán abriendo escuelas en los lugares principales en los que trabajan los franciscanos (Beit Sahur en 1844, Acre en 1846, etc.), según el principio de que en todos los lugares tiene que haber una escuela para niños y otra para niñas, siguiendo en esto las instrucciones enviadas por carta por el Papa Pío IX en 1846. En 1856 los franciscanos crean dos orfanatos en Jerusalén, uno para niños y otro para niñas.

Para dirigir las escuelas femeninas los frailes recurren a algunas comunidades religiosas, entre ellas las hermanas de San José y las Franciscanas del Corazón Inmaculado de María. Los hijos de San Francisco se enfrentan a un nuevo reto: la extensión de la cultura a la mujer, que no debió ser fácil en el contexto de Oriente Medio y dada la posición de la mujer en la cultura no sólo musulmana, sino también judía. De hecho, la primera escuela para niñas abierta en Jerusalén por los griegos ortodoxos es del 1862, mientras que los armenios parece que ya la habían abierto en 1846; tras varios intentos, frustrados sobre todo por la oposición de los judíos radicales, sólo en 1864 se abre la primera escuela judía para niñas, y el Gobierno turco no la abrirá hasta el 1892. El proceso de emancipación de la mujer será muy largo en el mundo árabe y, en algunos campos, no ha hecho más que comenzar. Los franciscanos entienden que las religiones y las culturas deben reconocer la dignidad de la mujer y sus derechos inalienables dentro de la sociedad. Y ello no es posible sin la cultura.

En el proceso de integración de la mujer en el mundo de la cultura faltaba otro paso: las escuelas mixtas. Esto en Oriente es relativamente nuevo, pues sólo hace unos 25 años se ha iniciado en las escuelas privadas la educación mixta de chicos y chicas. Las reticencias fueron al principio muy difíciles de superar. Hoy se ha extendido a muchas escuelas, ya que cada vez se aprecia más la necesidad de recibir una educación más abierta. Y, se puede decir, que los padres prefieren que sus hijas estudien en las escuelas cristianas, pues así se sienten más seguros de ellas; y por eso, en dichas escuelas, las chicas son más numerosas: 19.413 chicas y 18.012 chicos.

Las escuelas: un servicio para todos
Las raíces de la presencia franciscana en Tierra Santa se remontan al encuentro histórico de San Francisco -«hombre de paz y artífice de la reconciliación» entre los hombres y los pueblos – con el Sultán Abdel El Kamel, en 1219, en Egipto. Fruto de ello son las recomendaciones que da a sus frailes en la Primera Regla del 1223: los hermanos que van entre los musulmanes no hagan peleas ni disputas y estén al servicio de todos. Los franciscanos a lo largo de casi 8 siglos han vivido en medio de los musulmanes en un clima de respeto mutuo y en coexistencia pacífica. Por eso, a pesar de las dificultades, los «frailes de la cuerda», como los llamaban, se ganaron el respeto de los musulmanes y de la población en general.

En los primeros años del siglo XX los franciscanos dan un paso muy importante en su visión universalista de la educación: aceptan en sus escuelas a judíos y musulmanes. No fue un paso fácil, ya que, sobre todo al principio, hubo gran oposición por parte del Gobierno turco y otros grupos radicales por miedo a que las escuelas sirvieran como centros de proselitismo. De todos modos, poco a poco, fue creciendo el número de alumnos no cristianos en las escuelas cristianas. La presencia del alumnado judío no ha sido muy extensa en el tiempo: sólo unos 20 años; pero ha tenido su importancia, ya que muchos alumnos judíos han estudiado en el «Terra Sancta Collage», un colegio – no ya una escuela – considerado como uno de los centros educativos más importante del Medio Oriente, con 450 alumnos. Por desgracia la primera guerra árabe – israelí del 1948 apagó todas las esperanzas que el Colegio de Tierra Santa había alumbrado, ya que tuvo que cerrar sus puertas a causa de la división de Jerusalén. Con todo, quizás después de muchos siglos, en el Colegio estudiaron juntos cristianos, judíos y musulmanes en un clima de tolerancia y de armonía. La presencia de estudiantes judíos ha desaparecido de las escuelas de los franciscanos, aunque suele haber algunos profesores judíos. No ha sucedido lo mismo con el alumnado musulmán, cuyo número ha aumentado considerablemente en los colegios dirigidos por los franciscanos y en otros colegios cristianos de Tierra Santa.

Las escuelas cristianas en el siglo XXI
A finales del siglo XIX comienza a crecer la población de Jerusalén y de toda Tierra Santa y, como consecuencia, se abren nuevas escuelas, tanto privadas como públicas. Además pasaron ya los siglos en los que los gobiernos consideraban la educación como algo sin interés. En el siglo XXI, no sólo el gobierno israelí, sino también el gobierno de la Autoridad Palestina ven en la educación un elemento esencial en su política. De hecho, según las estadísticas, unos 2.250.000 niños se encuentran escolarizados, de los cuales 1.200.000 en las escuelas de Israel y un poco más de un millón en las de Palestina.

Hoy los cristianos representan apenas un 2% de la población de Tierra Santa. Son sólo una gota en el agua de este inmenso océano. En este contexto es lógica la pregunta: ¿tienen sentido las escuelas cristianas, si ellas acogen apenas un 4% del alumnado de Tierra Santa? Según datos oficiales, en Israel hay 17 escuelas católicas con 21.671 alumnos – en todo el proceso educativo hasta la universidad -, de los cuales 13.576 (62,6%) son cristianos y 8.095 (37,4%) musulmanes. En Palestina hay 18 escuelas católicas con 15.764 estudiantes, de los cuales 7.271 (46.1%) son cristianos y 8.493 (53.9%) musulmanes. En toda Tierra Santa hay 15 jardines de infancia con unos 800 niños y niñas, en gran parte musulmanes. Hay también algunas escuelas dirigidas por los griegos ortodoxos, armenios, coptos y anglicanos, aunque con un número mucho menor de alumnos en comparación con las escuelas católicas. En las escuelas que dirigen los franciscanos de Tierra Santa estudian actualmente 10.600 alumnos, la mitad del alumnado que había hace unos años, ya que, en 1967, 7 escuelas con 3.495 estudiantes, fueron nacionalizadas por Siria y, en 1992, la Custodia pasó a la Provincia Franciscana de Egipto ocho escuelas con unos 7.000 alumnos.

¿Qué papel tienen hoy las escuelas cristianas, y más concretamente las escuelas dirigidas por los franciscanos? ¿Qué pueden aportar al bien de la sociedad que las otras no ofrezcan? En los últimos siglos habían aportado un valor incuestionable: acercar la cultura a todos, universalizarla. Hoy la respuesta no puede ser otra que ésta: potenciar el bien de la persona, de todas las personas, sin tener en cuenta su condición social, su sexo o su religión. Es el universalismo en la cultura o lo que San Francisco había recomendado a sus frailes: «estar al servicio de todos». Por eso, los Estatutos de la Custodia de Tierra Santa recomiendan a los frailes que «con los seguidores del Islam se busquen los espacios para defender y promover juntos, para todos los hombres, la justicia social, los principios morales, la paz y la libertad, resaltando al
gunos valores comunes con el Islam, como son la oración y la limosna» (Estatuto sobre el Ecumenismo, art. 10). La escuela es, sin lugar a dudas, el lugar más apropiado.

Escuelas para los más pobres
Las escuelas privadas de Tierra Santa no son, en general, una fuente de ganancias; son más bien una ruina, al menos en algunas zonas. El Gobierno israelí financia en torno al 46% de los gastos de las escuelas elementales, y hasta más de un 80% en las secundarias, según las características de las escuelas; esto vale también para las escuelas privadas. La Autoridad Palestina financia las escuelas públicas, pero no las privadas. Éstas deben sostenerse con la aportación de las cuotas de los alumnos. A veces, la situación de las escuelas privadas es dramática. Y no sólo en estos años de «Intifada», durante los cuales la mayor parte de los padres no tienen dinero para pagar los gastos escolares, al no recibir ningún salario durante varios años, sino también en los años que había más bonanza económica. El saldo pasivo de las escuelas de los franciscanos de Tierra Santa – sin contar las posibles construcciones o reparaciones – representa casi un millón de dólares al año. Por eso se comprende la angustia que atenaza continuamente a las religiosas Hijas del Calvario que dirigen el Colegio Español «Virgen del Pilar» – que acoge quizás a las niñas más pobres de Jerusalén -, pues no saben cómo pagarán a los profesores al final del mes o si les quedará algo para comer ellas, ya que no tienen ninguna ayuda oficial ni siquiera del Gobierno español.

Con todo, una de las finalidades esenciales de las escuelas de Tierra Santa es la atención especial a los pobres, «la opción por los pobres» que diríamos hoy. Es precisamente en la solidaridad y en el servicio hacia los pobres donde se manifiesta de un modo más claro el testimonio de la vida franciscana. De hecho, en las escuelas de los frailes un 30% de los estudiantes no pagan. Hoy este servicio social es absolutamente necesario: es, juntamente con la construcción de casas para los cristianos y darles un trabajo digno, el único camino para evitar que emigren de Tierra Santa.

Además, los franciscanos, conscientes de la importancia de la educación superior universitaria, hemos abierto una vía más de ayuda a los jóvenes palestinos más pobres. En la actualidad la Custodia dedica cada año 307.000 $ USA. en becas para que 302 estudiantes completen su formación en las universidades de Oriente Medio. De esta manera también se favorece que en un futuro vivan y trabajen en la región.

La formación religiosa en las escuelas
Las escuelas públicas que existen en Tierra Santa, tanto judías como musulmanas, ponen el acento en la educación religiosa, ya que la religión en Oriente es un factor determinante. Es difícil separar religión y estado. En este contexto, las escuelas judías imparten educación religiosa a los judíos y, si hay en ellas alumnos musulmanes, también dan clases de religión islámica y es optativa alguna clase de religión cristiana. Por el contrario, y en general, las escuelas musulmanas, tanto de Palestina como de los demás países árabes, dan sólo educación religiosa musulmana, que tiene más de profesión de fe en el Islam que de mera cultura religiosa, y la materia de religión es evaluable para conseguir el diploma.

Los cristianos que viven en zonas donde no hay escuelas cristianas, tiene que asistir a escuelas musulmanas y se ve sometidos a presiones intolerables a nivel religioso. Como consecuencia, si un cristiano quiere recibir una formación religiosa tiene que acudir a una escuela cristiana. Hay, pues, una gran diferencia entre las escuelas cristianas y las musulmanas: sólo en las primeras se da la educación religiosa a todos los alumnos según su confesión, reconociendo así el derecho de cada persona a fortalecer su propia fe y a libertad religiosa. Aunque sólo fuera para hacer realidad el derecho de cada uno a su propia formación religiosa, tendrían sentido las escuelas privadas cristianas. Es también un modo de salvaguardar la identidad religiosa de los cristianos.

La convivencia real en los colegios entre cristianos y musulmanes
Las escuelas católicas tienen como finalidad principal la educación humana y cristiana de la juventud. Pero, al mismo tiempo, acogen en su seno no sólo a cristianos no-católicos, sino también a los no-cristianos, concretamente a los musulmanes. Actualmente su presencia representa un 40% del total del alumnado. Hay algunas escuelas, por ejemplo la del Hortus Conclusus, cerca de Belén, que tiene el 100% de musulmanes, o la de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa en Gaza, que llega a un 98,1%. Entre las escuelas franciscanas, la de Jericó se acerca al 90%. La Escuela Española «Virgen del Pilar» tiene un 77,1% de chicas musulmanas. Los centros dirigidos por los ortodoxos acogen a un 85% de musulmanes y el de los Anglicanos a un 95%.

Como escuelas, tienen pues dos aspectos fundamentales: siguen los programas de educación según las directrices de la Autoridad civil del país en el que están ubicadas y, por otra parte, imparten una educación específica católica. ¿Cómo se integran lo que no son católicos y, en modo particular, los no-cristianos en este proyecto general?

Los franciscanos, desde el 1809, habían fijado las normas fundamentales para que la integración fuese real: respeto por parte de la escuela del derecho del alumno a su propia fe; respeto por parte del alumno al reglamento de la escuela. Estas condiciones valen para todos y deben ser aceptadas, por escrito, por los padres del alumno cuando éste inicia su andadura escolástica.

Respeto a la propia fe del alumno
El problema se presenta sobre todo con los musulmanes. La respuesta de las escuelas es la siguiente: la educación a la fe, o la clase de religión, vale lo mismo para un cristiano que para un musulmán. Y así, cuando los cristianos tienen sus horas de religión, en ese mismo momento un profesor musulmán enseña la religión islámica a sus alumnos. Esto no es nuevo para los franciscanos, ya que habían comenzado en Jerusalén en el curso 1957/58 para la zona Palestina (en 1964 se extendió a todas las escuelas, en parte por la imposición del gobierno jordano) y en el año en 1961 en la escuela de Acre para la zona de Israel, adelantándose así a la visión sobre la libertad religiosa que propugnaba el Concilio Vaticano II.

Es verdad que en los colegios suele haber una capilla para celebrar misa y otros actos de culto, y no hay una mezquita, pero ésta es sólo una medida de prudencia, ya que la construcción de una mezquita dentro de la escuela implicaría perder la propiedad. Una mezquita es un lugar sagrado y, en este caso y según la mentalidad musulmana, ella eclipsaría todas las demás actividades de la escuela.

Respeto al reglamento de la escuela cristiana
Una escuela cristiana tiene sus símbolos propios: crucifijo en las aulas, oración al comienzo del día, uniforme propio que puede incluir un escudo donde aparece la cruz de Tierra santa, etc. ¿Cómo se adapta un musulmán a estas particularidades cristianas? Resaltamos aquí dos aspectos que pueden resultar más impactantes: la oración del Padre Nuestro o la prohibición del «chador» o velo islámico.

En cuanto a la oración al comienzo de las lecciones, el alumno musulmán queda en respetuoso silencio o reza una oración propia de los musulmanes. Según los testimonios recogidos, los chicos y chicas musulmanas muestran mucho respeto. No olvidemos que uno de los grandes valores del Islam es la oración. Lo ideal sería que se usara una oración válida para cristianos y musulmanes. Algunos colegios ya han pensado en esta fórmula.

Puede parece más complicado la prohibición de usar el «chador» o velo islámico en las escuelas cristianas. A este problem
a, tal vez por la polémica de estos últimos años en Francia, se da más realce de lo que en realidad tiene. De hecho, en Jerusalén, era raro ver a una mujer musulmana con el «chador» en los años 70. Debido a la influencia de Arabia Saudita y de los grupos radicales islámicos, especialmente después del triunfo de la revolución islámica en Irán (1978-79), el velo comienza a ser un atuendo obligatorio y religioso sólo a partir de los años 80 y ahora se ha convertido en un signo de identidad islámico. Es probablemente también una reacción al mundo occidental y en especial a la ocupación israelí de los territorios de Palestina. ¿Cómo llevan las musulmanas y sus familias la imposición de no usar el velo? En general lo aceptan sin grandes problemas, quizás porque las chicas que van a las escuelas cristianas provienen de familias más liberales o porque comprenden que si no lo hacen, no pueden ir a esa escuela.

La educación en la tolerancia
Un siglo de convivencia entre cristianos y musulmanes en las escuelas de los franciscanos – sin olvidar los años de la presencia judía – nos lleva a hacer una primera constatación: es posible una convivencia real entre cristianos y musulmanes en las difícil situación de Tierra Santa.

Los testimonios de los alumnos que han convivido juntos en las escuelas ponen de manifiesto que se crea un no sólo una convivencia real y un respeto mutuo, sino que es normal la amistad entre alumnos cristianos y musulmanes. Es verdad que pueden influir otros sentimientos, como son la camaradería, tener la misma lengua y quizás los mismos sentimientos nacionalistas palestinos. Pero también es verdad que la religión no es, en este caso, un motivo de separación. Al contrario: la convivencia se prolonga también en la universidad. De hecho, los estudiantes que han convivido juntos en las escuelas cristianas, siguen siendo respetuosos y tolerantes en la universidad; los musulmanes que no han vivido con los cristianos, en general no están abiertos a la tolerancia y al diálogo con ellos. Se lo decía Juan Pablo II a los laicos reunidos en Beirut, el 30 de mayo de 1997: «compartir el trabajo, habitar en los mismos barrios, vivir una solidaridad sencilla y sincera: son aspectos, de la vida común que pueden, sin lugar a dudas, reforzar el conocimiento recíproco, la amistad, la comprensión mutua y el respeto de la libertad de conciencia y de religión».

Las escuelas cristianas son pues un modo concreto para que los cristianos, los musulmanes, y posiblemente también los judíos, puedan vivir juntos, respetándose mutuamente. La educación a la comprensión recíproca es el mejor modo de aceptar las diferencias y que sea posible la convivencia aun con esas diferencias. La escuela se convierte así en uno de los lugares del diálogo interreligioso de los creyentes de las grandes religiones monoteístas. Es, en definitiva, una contribución a la paz en Oriente Medio. La visión cristiana del hombre, que es universal e igualitaria, puede ayudar a solucionar el conflicto entre israelíes y palestinos, porque hace comprender mejor la importancia del respeto a la persona y a la vida, eliminando la tentación de la exclusión «del otro». Los franciscanos, inculcando en sus escuelas estos valores fundamentes, podemos ser hoy un puente de comunicación con el Judaísmo y el Islam. Eso es lo que quería San Francisco, llamado «vir catholicus», «hombre universal» por excelencia.

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ZENIT Staff

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