CIUDAD DEL VATICANO, martes, 2 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Cuestiones como la expansión de la democracia, «guerra justa», el desarrollo o el derecho de la Iglesia a presentar su visión ética, constituyen la segunda parte de esta entrevista que concedió el arzobispo Giovanni Lajolo, secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, al diario italiano «La Stampa» el pasado 29 de octubre.
La primera parte fue publicada por Zenit 31 de octubre de 2004.
–En Europa, entre los temas políticos más discutidos, se dan cada vez más frecuentemente cuestiones de ética, desde las que afectan a la familia hasta las que tienen que ver con la investigación científica. Los principios liberales en los que se inspiran los Estados europeos tienden a excluir las injerencias en las opciones del individuo. La Iglesia, por el contrario, da la impresión de pedir que los Estados impongan reglas, en definitiva, que se metan en la vida privada de las personas para orientar sus comportamientos. ¿No se da el peligro de que estas peticiones sean percibidas como el intento de imponer una verdad incluso a quienes no la reconocen? ¿No es éste uno de los posibles motivos del clima de prejuicio anticatólico que, según algunos, está emergiendo en Europa?
–Monseñor Lajolo: Que todo individuo tenga que tomar sus decisiones morales, éticas y políticas, en plena libertad, y que estas decisiones deban ser respetadas es, diría, un dogma cristiano antes que liberal. Pero la verdad libera al hombre. Y por este motivo la Iglesia no puede callar y no explicar lo que ella conoce como la verdad: y es la verdad la que libera al hombre. Hay que tener en cuenta que, cuando la Iglesia interviene sobre los grandes temas morales planteados por el contexto político, no presenta pruebas de fe, sino que ofrece argumentos fundados en la razón, que considera válidos y, por tanto, aceptables también para quien no cree. Por ejemplo, en las grandes cuestiones en las que está en causa el embrión humano, ¿qué es lo que dice en el fondo la Iglesia? Lo único que hace es repetir que el embrión humano no es una realidad individual deferente del feto, del niño que va a nacer o nacido, del adulto que llegará a ser. Es una verdad basada en la pura razón y es una verdad científica. El embrión tiene que ser, por tanto, tutelado en su dignidad humano y en su derecho a la vida, al igual que nosotros, los adultos. No puede ser manipulado como un medio para alcanzar un fin, por más noble que sea. Lo mismo hay que decir sobre los grandes temas que son propios de la doctrina social de la Iglesia: ofrecemos argumentos de razón, válidos en sí, no argumentos de fe, aunque estén inspirados por la fe y convalidados por ella. Quiero decir, además, que quien cree que la Iglesia debería limitarse al papel de una «dirección espiritual», circunscrita al ámbito de la interioridad de la conciencia, se engaña profundamente: es la «ciudad construida en el monte», utilizando una expresión del Evangelio.
–En la reciente «Semana social» de los católicos italianos, en Bolonia, se afirmó que la democracia no se puede imponer en el mundo con la guerra. De hecho, el Papa siempre se ha opuesto a la guerra. Por tanto, ¿no existe una «guerra justa»? ¿Ni siquiera para defenderse de una agresión, de un ataque terrorista como el del 11 de septiembre en Nueva York?
–Monseñor Lajolo: El texto más autorizado que ilustra la doctrina de la Iglesia en este sentido sigue siendo la Constitución pastoral «Gaudium et Spes», número 79, del Concilio Ecuménico Vaticano II. En el origen de toda guerra están los errores humanos: grandes y nunca suficientemente lamentados, si se piensa en las personas inocentes que los pagan con su vida. Pero defender a un pueblo del agresor injusto no sólo puede ser lícito sino incluso un deber, y por este motivo la Santa Sede no ha dudado en pedir que la ONU sea dotada de poderes adecuados para intervenir de manera rápida y eficaz en caso de «emergencia humanitaria». El compromiso más grande, sin embargo, debe ser el de evitar la guerra y favorecer la paz: es lo que dice la Constitución conciliar en algunos párrafos en su bello latín: «de pace fovenda» y «de bello vitando».
Por lo que se refiere a la democracia, me parece que hay que decir lo siguiente: innegablemente todos los hombres nacen libres y desean decidir libremente sobre lo que les afecta en la vida privada y en la pública; pero la democracia es un sistema político complejo que no se puede improvisar, está ligado a determinados presupuestos de historia, de civilización jurídica y de cultura social, y es por tanto, en referencia a estos presupuestos, como se basa una obra paciente y de amplias miras de preparación para ampliar los espacios de democracia en la humanidad, como es justo que sea.
–El mundo parece que se apela cada vez con más frecuencia a la autoridad moral del Papa para resolver sus conflictos. Se experimenta la debilidad de la ONU como organismo capaz de afrontar, con concreta eficacia, las crisis internacionales. En este contexto, ¿no es justificable el que los Estados Unidos, aunque no haya un acuerdo con la ONU, se puedan defender del terrorismo tratando de golpear a los Estados que parece que lo apoyan?
–Monseñor Lajolo: Hay que combatir al terrorismo sin reservas. Hay que intervenir tempestivamente. Ahora bien, para apagar los polvorines no se puede prescindir de una acción multilateral, comenzando por los servicios de información. Pero hay que afrontar sobre todo las causas profundas que los hacen posible y los fomentan, y son causas políticas, sociales, culturales y también, por desgracia, ligadas al abuso de la religión. La apertura de intercambios culturales, sobre todo a nivel de las universidades y de la juventud, la perspectiva de desarrollos positivos comerciales y también del aumento de los flujos turísticos pueden hacer mucho. El Papa, profeta desarmado, sigue indicando incansablemente los caminos de la paz, de la concordia y de la colaboración entre los pueblos. Me da gusto el que usted diga que se reconoce su autoridad moral. Lo constato también yo, muy frecuentemente, en el mundo diplomático por parte de personalidades no cristianas. Pero los caminos de la paz exigen en ocasiones más valentía que los caminos de la guerra.
–¿Puede indicar, en concreto, algo que Europa podría hacer a favor de la paz en el mundo?
–Monseñor Lajolo: Son conocidas las palabras de Pablo VI: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz». Yo pienso que, con una preveyendo posibles escenarios futuros, y contemplando los dramas humanos de la emigración, que tienen lugar ante nuestros ojos, Europa podría comprometerse más a fondo en la ayuda de los países africanos. Desde la Resolución de la asamblea general de la ONU de octubre de 1970, retomada en numerosas conferencias internacionales, hasta la conferencia organizada por las Naciones Unidas sobre financiación del desarrollo, en marzo de 2002, se ha replanteado el objetivo de dedicar el 0,7% del producto interior bruto de los países más prósperos al desarrollo de los países pobres. En la cumbre de Nueva York del 20 de septiembre pasado contra el hambre y la pobreza, la delegación de la Santa Sede, guiada por el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, insistió mucho en este punto. Actualmente la cuota de la mayor parte de los países europeos gira sólo en torno al 0,2% ó 0,3%. Una medida muy concreta y, con indudables efectos benéficos, podría ser la de cumplir este compromiso, especialmente frente a los países africanos más necesitados, ante quienes varios Estados europeos tienen deudas históricas. Por otra parte, las nuevas estructuras de la Unión Europea abren a Europa importantes posibilidades de intervención con fuerte peso político y moral allí donde la paz esté amenazada o sea violada.
Pero aquí la conversación se amplía y debería volver a hablar de las «raíces cristianas», pues la paz necesita, además de justicia y derecho, de otros valores más elevados, como el de la solidaridad y el de la reconciliación entre los pueblos.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]