CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 7 noviembre 2004 (ZENIT.org).- A inicios del Año de la Eucaristía, Juan Pablo II ha recordado uno de los milagros «eucarísticos» más sorprendentes que ha transmitido la historia, acaecido en la localidad italiana de Lanciano, en el siglo VIII.
En una misiva dirigida al arzobispo de Lanciano-Ortona (Italia), monseñor Carlo Ghidelli, el pontífice confiesa: «Deseo vivamente que, durante el Año de la Eucaristía, cada comunidad diocesana renueve públicamente su acto de fe en Jesús presente en el Sacramento del Altar e inspire toda su vida y su acción pastoral en la espiritualidad eucarística que emerge tan claramente en los relatos evangélicos».
El milagro al que se refiere el Santo Padre se remonta al siglo VIII, aunque las investigaciones sobre el mismo han tenido lugar a inicios de los años setenta del siglo pasado.
Según la tradición que cuenta el milagro, parece ser que en Lanciano, en la iglesia dedicada a san Legonziano, un monje basiliano que celebraba la misa en rito latino, tras la consagración, empezó a dudar de la presencia real de Cristo bajo las sagradas especies.
En ese momento, el sacerdote vio cómo la sagrada hostia se transformaba en carne humana y el vino en sangre, que posteriormente se coaguló. En la catedral se custodian estas reliquias.
El 18 de noviembre de 1970, el doctor Edoardo Linoli sometió a análisis los restos de «carne y sangre milagrosas» y dedujo que eran tejido de miocardio humano y sangre auténtica, respectivamente.
«Para nosotros cristianos, la Eucaristía es todo: es el centro de nuestra fe y la fuente de toda nuestra vida espiritual», explica el Papa en su carta, subrayando que esto vale «en modo peculiar» para la comunidad de Lanciano, «custodia de dos milagros eucarísticos que, aparte de ser muy queridos por los fieles del lugar, son meta de numerosas peregrinaciones de Italia y de todo el mundo».