CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 8 noviembre 2004 (ZENIT.org).- En el marco de la celebración del centenario del nacimiento de Giorgio La Pira (1904-1977), que fue alcalde de Florencia, Juan Pablo II ha subrayado su compromiso civil y político, fruto de la oración y la contemplación, así como sus «intuiciones premonitorias» respecto al «camino de la Iglesia y del mundo».
En el mensaje, leído el 5 de noviembre pasado, en el curso de la solemne concelebración en Santa Maria de la Flor, catedral de Florencia, con motivo del vigésimo séptimo aniversario de su muerte, el Santo Padre alaba las «grandes energías intelectuales y morales, potenciadas y afinadas en el ejercicio diario del estudio, la reflexión, la ascesis y la oración».
«Por naturaleza intuitivo, se sintió llamado a desarrollar su compromiso de cristiano tras las huellas de Jesús ‘enviado a anunciar a los pobres un gozoso mensaje’. Era necesario evitar la ‘tentación del Tabor’, como la llamaba, para descender a la llanura de la cotidiana dedicación a las muchas exigencias del prójimo en dificultad», dice el mensaje enviado por el Papa.
Giorgio La Pira nació en Pozzallo (Ragusa), el 9 de enero de 1904, en el seno de una familia modesta. Obtenida la licenciatura en Derecho, se traslada a Florencia donde, en 1934, obtiene la cátedra de Derecho Romano e inicia una actividad denominada la «Misa de San Próculo» para ofrecer ayuda espiritual y material a los pobres.
Entre 1929 y 1939, desarrolla una intensa actividad como profesor universitario que le pone en contacto con la Universidad Católica de Milán. Se dedica de lleno a la Acción Católica juvenil y a las publicaciones católicas, escribiendo en numerosas revistas, entre ellas la muy conocida «Frontespizio». En 1939, funda y dirige la revista «Principi» («Principios») en la que, en pleno régimen fascista que prohibirá la publicación, presenta las premisas cristianas de una auténtica democracia.
En 1943, crea la publicación clandestina «San Marco», mientras la policía secreta trata de arrestarlo. Se traslada a Roma y, al año siguiente, imparte en el Ateneo Pontificio Lateranense, por iniciativa del Instituto Católico de Actividades Sociales, un curso cuyo contenido fue publicado con el título «Las premisas de la política».
«De la fecunda tensión entre la contemplación y la acción (…) deriva también la heredad espiritual que ha dejado a la Iglesia de Florencia y a toda la comunidad eclesial», añade el Pontífice en su mensaje.
Alcalde de Florencia de 1951 a 1958, y luego nuevamente de 1961 a 1965, dejó un rastro indeleble en la conciencia y en el rostro de esta ciudad, a través de las numerosas realizaciones administrativas y las extraordinarias iniciativas de carácter político y social. Promovió muchas obras de reconstrucción en la periferia y fue constante su empeño en la defensa de los trabajadores y la ayuda a los pobres.
Desempeñó un papel importante en la elaboración de la Constitución italiana, apoyando el valor inmanente de la persona humana y la inviolabilidad de sus derechos fundamentales; asimismo luchó por la introducción del derecho al trabajo como elemento inalienable de la dignidad del ser humano.
«La suya ha sido una espiritualidad, digamos, ‘immanente’ a la actividad cotidiana: no había para él solución de continuidad entre la comunión eucarística, la meditación, el compromiso cultural, y la acción social y política», afirma el Santo Padre.
Giorgio La Pira profesaba una devoción especial a la Santísima Trinidad «que atraía y recogía su alma en la contemplación y la adoración», recuerda la misiva pontificia, impulsándole también a escribir palabras como estas: «La raíz de la acción está siempre aquí: en este ‘éxtasis’ del alma enamorada que derrama lágrimas diciendo al Señor: ¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Dios y mi todo!».
«Su mente iluminada por la fe fue capaz de intuiciones premonitorias para el camino de la Iglesia y el mundo, especialmente respecto a la necesidad de la paz entre los pueblos y la superación de las ideologías ateas y materialistas», añade Juan Pablo II.
En un viaje en 1959 a la Unión Soviética, La Pira, ante el Soviet Supremo, en el Kremlin, afrontó no sólo la cuestión del desarme sino el tema de la libertad religiosa, como elemento esencial de un proceso completo de construcción pacífica.
Su empeño en el campo del diálogo interreligioso fue subrayado por el Papa el pasado 26 de abril, al recibir en audiencia a los participantes en el encuentro promovido por la Asociación Nacional de Municipios Italianos. En esa ocasión, recordó como «emblemáticos» los «Congresos por la paz y la civilización cristiana», promovidos por La Pira en Florencia, de 1952 a 1956, «con el fin de favorecer la amistad entre cristianos, judíos y musulmanes».
«Fiel al Magisterio de la Iglesia», afirma el Papa, «entendió la función pública como servicio al bien común, fuera de los condicionamientos del poder y de la búsqueda de prestigio o interés personal».
«Oremos para que su ejemplo estimule y anime a cuantos se esfuerzan en testimoniar con su existencia el Evangelio en la sociedad actual y se ponen el servicio de los demás, de modo especial de los pobres que tuvieron siempre en él un amigo solícito y fiel», concluye el mensaje.
El cardenal Ennio Antonelli, arzobispo de Florencia, tras leer el mensaje papal, en su homilía, destacó de La Pira el continuo proclamarse «cristiano, es decir uno que es de Cristo» y la afirmación: «Tengo sólo un carnet, el del bautismo».
La Pira contemplaba a Cristo Resucitado «como levadura transformadora y como modelo elevador y capaz de atraer» a todas las cosas, añadió el cardenal citando una carta escrita por el que fue alcalde de Florencia a un amigo en Pascua.
En cuanto a la importancia de la Eucaristía, La Pira afirmaba: «El cristianismo se resume en la Eucaristía». «Así se edifica el cuerpo de Cristo, el pueblo cristiano, la ciudad de Dios y, bajo su modelo, la ciudad humana. La Eucaristía organiza el pueblo del Señor, edifica las ciudades, los pueblos, las naciones y la civilización», afirmó el cardenal.
El próximo 9 de enero podría celebrarse la conclusión de la causa diocesana de beatificación de Giorgio La Pira (1904-1977), según anunció el cardenal Antonelli.
La causa había sido iniciada el 9 de enero de 1986, en la basílica dominica de San Marcos en Florencia, en cuyo convento La Pira vivió muchos años.