ROMA, martes, 16 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el documento conclusivo del histórico simposio de las Conferencias Episcopales de África y de Madagascar (SECAM) y del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) celebrado en Roma del 10 al 13 de noviembre.

El CCEE (www.ccee.ch) reúne a todas las Conferencias Episcopales europeas. Está formado actualmente por 34 miembros. Preside el organismo monseñor Amédée Grab, obispo de Chur. El secretariado se encuentra en San Gallo, Suiza.

Presidido por monseñor John Onaiyekan –arzobispo de Abuja (Nigeria)--, el SECAM (www.sceam-secam.org) comprende las Conferencias Episcopales nacionales, las diez Conferencias Episcopales regionales y las asambleas de los jerarcas católicos de rito oriental presentes en África. La sede del secretariado está en Ghana.

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Mensaje del Simposio
Comunión y solidaridad entre África y Europa


Cristo nos llama – Cristo nos envía



Nuestro encuentro entre obispos: un acontecimiento histórico [1]

El simposio de las Conferencias Episcopales de África y de Madagascar (SECAM) y el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), con el patrocinio de la Congregación para la Evangelización de los pueblos y la colaboración de diversos organismos de solidaridad, han organizado un simposio que ha reunido a 50 obispos africanos y 50 obispos europeos en Roma del 10 al 13 de noviembre de 2004 sobre el tema «Comunión y solidaridad entre África y Europa». Será necesario hallar formas de proseguir juntos este trabajo iniciado.

El encuentro se ha desarrollado en un clima de oración, de escucha mutua, de recíproca sinceridad. De verdadero respeto al otro, en una real fraternidad sacramental en Cristo que nos llama y nos envía en nuestras Iglesias particulares.

A través de una forma de compartir respetuosa, un análisis sin complacencias, una reflexión enriquecida por la aportación de numerosos relatores, hemos evidenciado nuestra «preocupación por todas las Iglesias» (2 Co 11,28). Tenemos mucho que dar y recibir los unos de los otros en el gozo compartido, en la fe comunicada, en el impulso misionero, en la acción para transformar nuestras sociedades en un mundo globalizado en busca de sentido, en el que los valores más fundamentales son frecuentemente negados o violados.

Nosotros, obispos, siervos de esperanza, conservamos el deseo de reflexionar juntos sobre nuestra responsabilidad común para crear relaciones más justas entre nuestros países y para reforzar los intercambios entre las Iglesias de nuestros dos continentes.

Al término de nuestra asamblea, os dirigimos este mensaje a vosotros, fieles de nuestras Iglesias particulares de los dos continentes, y a vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad. Este mensaje resume nuestros análisis y convicciones y nos compromete, dirigiendo la mirada hacia el futuro, a intensificar nuestra colaboración, a unir nuestros esfuerzos y a sostenernos en la tarea que nos espera.

Vivir la comunión y la solidaridad entre África y Europa...

Nuestro encuentro ha permitido lanzar una nueva mirada sobre nuestras historias y nuestras respectivas relaciones, mirada de verdad y de benevolencia, reconociendo los dones recibidos. Compartimos un patrimonio común y una visión del hombre que tiene el rostro de Cristo.

...en una Iglesia presente en el mundo

La historia ha marcado las relaciones entre África y Europa, entre nuestros distintos pueblos, países e instituciones, a veces con atentados graves contra la dignidad humana. Hoy el desempleo, la exclusión, el peso aplastante de la deuda, la corrupción, la explotación de las personas y el saqueo de los recursos naturales, la pandemia del Sida, la falta de acceso a tratamientos y el analfabetismo son desafíos que hay que afrontar. Los padecemos y expresamos nuestras solidaridad a todos aquellos que son víctimas de ellos.

Estos males requieren por nuestra parte y por parte de los gobiernos y de las instituciones internacionales atención y cuidado. Dirigimos nuestro llamamiento a la Unión Africana y a la Unión Europea para que fijen para la próxima década el objetivo de erradicar la tragedia del hambre. Recordamos igualmente a los países ricos su compromiso a destinar el 0,7% del Producto Interior Bruto a la ayuda pública al desarrollo. Cinco países ya lo han hecho; así que es posible. Más que caridad, se trata de una cuestión de respeto a la palabra dada y de justicia. La caridad presupone la justicia.

Sostenemos que el respeto de los objetivos de desarrollo del milenio representa la mejor oportunidad para poner fin a la pobreza en África. Interpelaremos sin descanso a nuestros gobiernos y a la Unión Europea sobre la necesidad de una cancelación de la deuda y de reglas comerciales justas y de una mundialización desde el rostro humano.

Frente a las situaciones de violencia y de injusticia, nuestras Iglesias tienen el deber de comprometerse en el corazón de las situaciones de exclusión social y de conflicto. Trabajamos en todas partes por la Justicia y la Paz, con esfuerzos de reconciliación y de defensa de los derechos del hombre. La dignidad de la personas y de las necesidades de los pueblos permanecen más que nunca en el corazón de nuestra responsabilidad común.

Algunos cristianos participan en las decisiones en el campo económico y político. Nosotros, los obispos, deseamos estar a su lado, iluminados por la Doctrina Social de la Iglesia que debemos promover mejor en nuestras Iglesia locales, en nuestros países y continentes.

...en una Iglesia portadora de esperanza, que vive el anuncio y el diálogo

Damos gracias por el intercambio de personas, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, que trabajan para la misión en nuestros dos continentes. En la vida de nuestras Iglesias debemos hoy, más que nunca, acompañar el don y la recepción de la fe, con la preocupación de un apoyo recíproco para la formación de estos agentes de evangelización.

Animamos a los laicos de las Iglesias de nuestros dos continentes, especialmente a los jóvenes, a testimoniar su fe, a dar razón de su esperanza y a promover gestos concretos de compartir, de solidaridad a través de una asociación equilibrada que responsa a los requerimientos pastorales al servicio de la misión de la Iglesia y a los imperativos de un desarrollo integral del hombre.

En nuestros dos continentes estamos llamados al diálogo con las otras religiones, en particular con el islam, si bien en contextos distintos. Debemos conciliar el respeto debido a la libertad religiosa, la estima y la voluntad de colaboración, como nos invita el Concilio Vaticano II («Nostra Aetate», 3), con la proclamación serena, pero sin ambigüedad, de nuestra fe en Cristo y de nuestra tradición cristiana. Este diálogo debería suceder en la reciprocidad.

...Iglesia preocupada por los valores que hay que promover para construir un futuro común

Las múltiples causas de muerte en África y en Europa nos empujan a promover la «cultura de la vida». Tenemos valores comunes: el primado de Dios, de la trascendencia, el sentido de la vida, la dimensión comunitaria de la persona, la familia, fundamento de la sociedad, profundamente herida hoy que requiere una atención pastoral particular.

Afirmamos que Europa necesita de África y que África tiene necesidad de Europa, y que Europa y África juntas tienen un servicio que prestar al mundo. Invitamos a los católicos de nuestros países a entrar en una relación renovada, en un espíritu de comunión «para actuar juntos» porque del futuro de unos depende el futuro de los otro s.

«Duc in altum»: Rema mar adentro (Lc 5,4)

Nosotros, obispos de África y de Europa, con vosotros, queridos fieles de Cristo, respondemos a la llamada del Santo Padre al inicio de milenio por una «caridad más imaginativa» («Novo millennio ineunte», 50),
--encendemos la solidaridad con la llama del amor cristiano y
--trabajamos por el acontecimiento de un nuevo orden mundial, construyendo con ardor la civilización del amor

Fieles, cristianos de África y de Europa, y especialmente vosotros, jóvenes, futuro de nuestros continentes y del mundo, con vuestros obispos sed conscientes de que sois «el pueblo de la promesa». Sois la Iglesia, la familia de Dios, comprometida en la historia tras su Salvador y animada por la fuerza del Espíritu, servidores de la esperanza, centinelas de la mañana, dispuestos a enfrentar el desafío «de los signos de los tiempos».

Proponiendo a la Iglesia universal un año especial dedicado a la Eucaristía, el Santo Padre nos ha lanzado un nuevo desafío. La Eucaristía construye la Iglesia y es la cumbre y fuente de nuestra comunión y de nuestra unidad eclesial. Estamos también invitados por Juan Pablo II a comprometernos en el camino de la solidaridad al servicio de los más pequeños: «la Eucaristía no sólo es expresión de comunión en la vida de la Iglesia; es también proyecto de solidaridad para toda la humanidad» («Mane nobiscum, Domine», 27)

Nuestra tierra bajo sus pesos gime y espera. Dios fiel espera en nosotros. Cristo camina con nosotros. El Espíritu nos da su fortaleza. ¡Que María, Madre de la Ternura, aclamada en todos nuestros idiomas, nos acompañe en el camino de la comunión y de la solidaridad entre África y Europa!.

Los participantes en el Simposio «Comunión y solidaridad»
Roma, 13 de noviembre de 2004
1650º aniversario del nacimiento de San Agustín

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[1] No es exagerado calificar este encuentro de histórico. Es la primera vez que las Conferencias Episcopales de África y de Europa organizan a nivel continental un encuentro tal. No es tampoco exagerado ver en esta asamblea un signo profético a través del cual el Señor habla y vuelve a despertar nuestros corazones y en nuestras conciencias en una voluntad real de reciprocidad entre obispos de África y de Europa. Los obispos constituirán un grupo de reflexión para dar seguimiento al trabajo emprendido con este simposio.


[Traducción del original francés –distribuido por el CCEE— realizada por Zenit]