ROMA, jueves, 25 noviembre 2004 (ZENIT.org).- La obra misionera cristiana ha tenido una influencia decisiva para superar el subdesarrollo, constata en esta entrevista uno de los misioneros más conocidos en todo el mundo, el sacerdote italiano Piero Gheddo, del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME).
«Soy un misionero que ha tenido la suerte de dar la vuelta al mundo, en 51 años de sacerdocio he visitado tantos lugares, y ha stado en contacto con muchos problemas de desarrollo y del ambiente. Salí para las misiones en la India en 1953», confiesa el padre Gheddo.
El misionero ha sido también durante años director de algunas de las publicaciones misioneras más influyentes, como ha dirigido algunas de las publicaciones misioneras más influyentes, como la agencia internacional «Asia News» o la revista italiana «Mondo e Missione».
–¿Por qué y con qué objetivo se fue de misionero?
–Gheddo: Para anunciar a Jesucristo y salvar a las almas. Esto me dio el impulso partir para la India. Viajando por otras muchas misiones, después me di cuenta de otro motivo más concreto e inmediato, anunciar a Cristo para mejorar la condición humana. El anuncio de Cristo, de hecho ayuda a los pueblos a instruirse, desarrollarse y cambiar sistemas y culturas.
Como escribió Pablo VI, en la «Populorum progressio», el cristianismo ayuda a pasar de una condición menos humana a una más humana.
–Y sin embargo el mundo lleva ya muchos años tratando de vencer el subdesarrollo…
–Gheddo: Todo empezó en 1960, cuando la FAO lanzó la primera campaña mundial contra el hambre. En aquellos años, se pensaba que bastaba enviar ayuda financiera, maquinaria, tecnologías y activar el comercio para vencer la pobreza.
Luego se vio que el dinero por sí solo no produce desarrollo y tampoco las máquinas. Si se da una vuelta por África, se encuentran cementerios de máquinas que no funcionan e industrias que no producen.
En los años setenta, prevaleció la idea marxista-revolucionaria: se pensaba que los pobres estaban en esa condición porque eran explotados por las multinacionales y por el saqueo de materias primas.
Esto es parcialmente verdad. Es verdad que los pueblos pobres a menudo son explotados, pero no son éstas las respuestas decisivas. A finales de los años setenta, se vio que los modelos como el de la China de Mao Tse Tung, la Cuba de Fidel Castro, el Vietnam de Ho Chi Min, los movimientos de liberación en África, no producían desarrollo. Estos modelos idealizados en Occidente no favorecían el desarrollo e incluso producían subdesarrollo.
En los años ochenta, gracias también a las intervenciones de la Iglesia, se empezó a hablar de educación, incluso se empezaba a hablar de diálogo intercultural e interreligioso. Si el desarrollo viene del hombre, hay que trabajar a nivel cultural. En este sentido, el Papa Juan Pablo II, en su discurso magistral a la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), el 4 de junio de 1980, habló justamente sobre educación y desarrollo.
Diez años después, en 1990, el Pontífice escribió la encíclica «Redemptoris missio» y, en el número 58, escribió: «El desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino de la formación de las conciencias, de la maduración de las mentalidades y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero o la técnica».
Esta es la experiencia concreta de los misioneros que trabajan con los pueblos pobres. Interviniendo en la educación y en las culturas, los misioneros favorecen el desarrollo de los pueblos. Por este motivo el Evangelio es la primera aportación de la fe que el mundo cristiano puede dar al desarrollo de los pueblos.
–Pero, en concreto, ¿cómo favorece el anuncio de Cristo el desarrollo de los pueblos?
–Gheddo: En Indonesia, hay 210 millones de habitantes, la mayor parte musulmanes, divididos en 86 etnias. Lamentablemente, en los últimos tiempos han surgido choques étnicos, y ha habido musulmanes que han atacado a cristianos. Aldeas quemadas, gente asesinada.
Cuando suceden estas cosas, el Gobierno manda una comisión de pacificación, cinco hombres con autoridad que van a encontrarse con los jefes de aldea y de tribu para intentar que se pongan de acuerdo. Un misionero, en Yakarta, me indicó que en estas comisiones hay al menos uno o dos cristianos.
–¿Por qué?
–Gheddo: en Yakarta hablé con un alto funcionario del Ministerio de Interior y le pregunté: ¿Por qué incluís, vosotros, que sois mayoritariamente musulmanes, a cristianos en las comisiones? Y me respondió: «Mire, yo soy musulmán pero ustedes los cristianos tienen algo que nosotros no tenemos. El sentido del perdón. No sólo predican sino que comprobamos que sus comunidades son las más pacíficas. Tienen el sentido de la gratuidad, sus misiones dan a todos, más allá de las diferencias religiosas. Y, por último, tienen el sentido de lo universal, su religión logra superar las barreras étnicas, lingüísticas y sociales».
–¿Otros ejemplos?
Gheddo: En la India, los misioneros del PIME trabajamos desde hace 150 años. En todo el país, pero sobre todo en algunos estados hay muchos parias, es decir «sin casta», que representan el 10 ó 12% de la población. En la India, hay por tanto entre 70 y 80 millones de parias. Las castas han sido abolidas, la Constitución las prohíbe, pero en la práctica no es así.
La primera cosa que hicieron los misioneros en la India fue la escuela para los sin casta. Hoy el Gobierno de la India reconoce a las misiones cristianas (católicas y protestantes) el haber educado a los parias y a los grupos tribales de la India. La ayuda educativa de los cristianos ha llevado a estos pueblos a desarrollarse.
Otro ejemplo: en 1985, fui a África, a Burkina Faso, el año de la gran sequía, y desde la capital me llevaron al norte, que es una zona semidesértica. Escenas terribles: todo quemado, dos años sin lluvias, ríos sin agua, aldeas abandonadas, con hileras de personas que huían de la sequía hacia el sur húmedo…
Tras una jornada de viaje hacia el norte, pedí volver porque ya había visto bastante. Pero, al poco, vimos una zona verde, en la que 80 años antes habían llegado los misioneros de la Sagrada Familia de Chieri y fundaron dos factorías y una escuela.
Desde hace 80 años, reúnen a 80 jóvenes, cada año, y les enseñan a contener el agua, porque en el desierto llueve pero el agua corre y se pierde en seguida. Si hubieran hecho muchas escuelas como ésta en el norte, habrían hecho reverdecer el desierto.
–Padre Gheddo, entre los muchos libros que ha escrito, uno habla de la globalización. ¿Qué piensa?
–Gheddo: Estamos viviendo un momento de la civilización entusiasmante porque esta globalización que lleva a los pueblos que estaban lejanos a acercarse los unos a los otros, a integrarse, e incluso a discutir, es una ocasión que Dios ofrece a la humanidad para buscar el bien común. Se trata de elaborar un nuevo modelo de desarrollo y aquí el cristianismo tiene una gran carta que jugar.
La globalización, que puede ser muy positiva, es un desafío para todos nosotros. Nuestra civilización debe reencontrar sus raíces y su vida cristiana para poder responder a este desafío de ser auténticos hermanos de los pueblos pobres.