CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 26 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II recordó este viernes que el objetivo de la cárcel es la recuperación de los detenidos, por lo que recordó que las medidas simplemente represivas no son adecuadas.
El pontífice señaló que el orden público no contrasta con los derechos inalienables de los presos al encontrarse con los participantes en la Conferencia de los Responsables de las Administraciones Penitenciarias de los 45 Estados adherentes al Consejo de Europa.
«No hay duda de que hay que reconocer siempre al encarcelado la dignidad de persona, como sujeto de derechos y deberes. En toda nación civil debe darse la preocupación compartida por la tutela de los derechos inalienables de todo ser humano», explicó.
«Con el compromiso de todos –consideró–, tendrán que corregirse, por tanto, eventuales leyes y normas que los obstaculizaran, especialmente cuando se trata del derecho a la vida y a la salud, del derecho a la cultura, al trabajo, al ejercicio de la libertad de pensamiento y a la profesión de la propia fe».
«El respeto de la dignidad humana es un valor de la cultura europea, que hunde sus raíces en el cristianismo, un valor universal y, como tal, susceptible del consenso más amplio –recordó–. Todo Estado debe preocuparse de que en todas las cárceles se garantice la atención total por los derechos fundamentales del hombre».
«Las medidas simplemente represivas o punitivas, a las que se recurre normalmente, son inadecuadas para alcanzar los objetivos de la auténtica rehabilitación de los detenidos», advirtió.
«Por tanto, es necesario replantear la situación de las cárceles en sus mismos fundamentos y finalidades».
«Si el objetivo de las estructuras penitenciarias no es sólo la custodia, sino también la recuperación de los detenidos, es necesario abolir los tratos físicos y morales que lesionan la dignidad humana y comprometerse en una mejor preparación profesional de los que trabajan en las cárceles».
«Desde este punto de vista, hay que alentar la búsqueda de penas alternativas a la cárcel, apoyando aquellas iniciativas de auténtica integración social de los detenidos con programas de formación humana, profesional, espiritual», propuso Juan Pablo II.
Subrayó en este contexto la ayuda «en cierto sentido insustituible» que ofrecen «los ministros de culto» en las cárceles, así como «las asociaciones de voluntariado».
Juan Pablo II se hizo al mismo tiempo eco de la preocupación de algunos sectores sociales por que «el respeto de la dignidad humana de los detenidos no vaya en detrimento de la tutela de la sociedad».
«El deber de aplicar la justicia para defender a los ciudadanos y el orden público no contrasta con la atención a los derechos de los presos y a su rehabilitación; al contrario, se trata de dos aspectos que se integran. Prevención y represión, detención y reinserción social son intervenciones complementarias». concluyó.