ROMA, domingo, 28 noviembre 2004 (ZENIT.org).- «Los países ricos tarde o temprano verán que no se puede seguir así. Pero antes de que esto suceda, mucha, demasiada gente morirá y soportará sufrimientos que se habrían podido evitar», afirma monseñor John Onaiyekan, presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM), al analizar la situación mundial.
En esta entrevista, concedida a Zenit, el arzobispo de Abuja (Nigeria), que es también miembro del Sínodo de los Obispos, habla de los problemas del continente africano en el actual contexto de globalización. Así mismo afronta los desafíos de la Iglesia africana en su obra de evangelización y de diálogo con las diversas instancias políticas y sociales.
–¿Cómo ha reaccionado a la anunciada intención de Juan Pablo II de convocar una segunda asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos?
–Onaiyekan: Cuando, durante la audiencia concedida por el pontífice a los participantes del X Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, el 16 de noviembre pasado, tuve la oportunidad de estrecharle la mano, me acerqué a él y le dije: «Santo Padre soy el presidente del SECAM, querría agradecerle en nombre de la Iglesia africana el haber convocado el Sínodo africano bis». Y él, con el rostro iluminado y una gran sonrisa, me ha respondido: «!Sí, el Sínodo africano bis!».
Esto representa nuestro estado de ánimo, que se puede notar también en el modo en el que el Santo Padre lo ha anunciado, diciendo que ha acogido los deseos del Consejo post-sinodal y se ha hecho «intérprete de los deseos de los pastores africanos».
Hace dos años, en efecto, habían llegado a las conferencias episcopales cartas que pedían y afirmaban que era oportuno empezar a pensar en una segunda asamblea especial para África. Las respuestas fueron luego enviadas a Roma, donde las hemos tomado en consideración durante el consejo para el Sínodo Africano.
De todo ello, ha resultado que la mayoría de las conferencias episcopales africanas, claramente con alguna excepción, daban el consenso, afirmando su utilidad. Quienes tenían dudas afirmaban que habría sido quizás mejor empeñarse más en profundizar en el primer Sínodo, en el marco de encuentros episcopales sobre África.
Sin embargo, si la Santa Sede, o incluso el Papa no hubieran enviado aquellas cartas pidiéndonos una opinión al respecto, no creo que hubiéramos tomado la iniciativa de solicitar un segundo Sínodo, porque estamos todavía trabajando en el primero.
–¿Cuáles son las razones principales adoptadas por las diversas conferencias episcopales africanas para la convocatoria de un segundo Sínodo sobre África?
–Onaiyekan: Antes que nada está el hecho de que el Sínodo ordinario se ha convertido en una cita regular. Y luego el hecho de que los obispos europeos han tenido ya otras asambleas especiales y, por tanto, no sería muy extraño tener un segundo Sínodo para África.
Pero, aparte de esto, la situación política, social e incluso la religiosa en África ha cambiado en los últimos diez años. En este momento, valdría la pena hacer un nuevo análisis y ver qué podemos decir como Iglesia.
Otra cosa que nos han explicado, en la Secretaría del Sínodo, es que más del 60% de los actuales obispos de África no eran obispos hace diez años. Vale la pena dae a este gran grupo la oportunidad de vivir la experiencia del Sínodo. Porque es verdad que una cosa es ser obispo, durante el Sínodo, y otra ser sacerdote o profesor.
Esto me ha impresionado mucho porque no me había dado cuenta de que en diez años había habido tantos cambios. Se ve que cada día hay un nuevo obispo católico. Unos mueren, otros llegan a los 75 años, los hay que dejan el cargo a causa de especiales problemas de salud, o de orden político, etc.
–En la exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in Africa», se subrayaba la urgencia de una evangelización que se confrontará con la llegada del segundo milenio. Ahora, que hemos cruzado ese umbral, y se ha profundizado el proceso de globalización, cuál es la respuesta de la Iglesia?
–Onaiyekan: En el último decenio del siglo XX, todos hablaban –y no sólo la Iglesia sino también las Naciones Unidas–, de una vivienda para todos en el año 2000, salud para todos en 2000. Cuando el año 2000 todavía estaba lejano, se podía pensar así pero, poco a poco, ha llegado, ha pasado y ahora se puede afirmar que quizá no ha habido muchos cambios.
Ahora las Naciones Unidas empiezan a hablar de «Objetivos del Milenio», mientras que la Iglesia habla de «Novo Millenio Ineunte», en una perspectiva a largo plazo de lo que la Iglesia querría hacer en este nuevo milenio.
Pero sabemos que el nuevo milenio ha empezado verdaderamente con sucesos terribles. Basta pensar a lo acontecido el 11 septiembre de 2001, que ha trastornado completamente al mundo; y luego el proceso de integración europea y, por otra parte, el empeoramiento de la situación de seguridad en África, los problemas en Oriente Medio que no han mejorado. Más aún, desde el punto de vista de la economía mundial, se ha acentuado y hecho más dramática la brecha entre ricos y pobres, mientras que el proceso de globalización sigue a ritmo frenético.
El resultado es que los países pobres y débiles son abandonados y permanecen cada vez más atrás, mientras que los países fuertes corren hacia adelante, vuelan, llegan casi a pensar que los pobres ya no cuentan a no ser como objetos de explotación y para coger lo que se desea.
Por lo que se refiere a la justicia en el mundo, que está muy ligada al problema de la guerra y de la paz, los primeros años de este siglo han comenzado mal, de manera que se puede decir que ahora las cosas son peores para nosotros en África que en 1994.
En esta situación, un segundo Sínodo será útil para afrontar este problema y nos permitirá preguntarnos verdaderamente en qué dirección estamos caminando. ¿Estamos condenados a permanecer siempre pobretones, con gobiernos estúpidos de explotadores que se suceden sin que sea posible constituir un gobierno bien proyectado, en el que los líderes políticos traten de buscar el bien para el pueblo?
Sin esto no podremos pedir, con coherencia, la justicia que nos está siendo continuamente negada. No veo cómo los países ricos puedan decir: «Está bien, África, ahora arreglaremos nosotros las cosas». No, porque nadie en el mundo actual parece hacer caridad gratuita.
–¿Cómo juzga la política de Estados Unidos respecto a África?
–Onaiyekan: Tras los acontecimientos del 11 de septiembre, los estadounidenses creyeron que África podía ser importante. Por ejemplo, piense en el caso de Nigeria. Hay toda una política interesada hacia este país que se extiende hasta el Golfo de Guinea porque ahí está la alternativa al petróleo de Oriente Medio que, poco a poco, se hace cada vez más problemático.
Los Estados Unidos ven que tienen que preparar un sustituto. Y, por tanto, si empiezan a usar palabras de ayuda a África es sólo desde esta perspectiva interesada. Punto y basta.
Aunque la falta de apoyo a los programas de las Naciones Unidas sobre el aborto, etc. forma parte de la línea de Bush, siempre ha ido por su cuenta, y no ha apoyado a las Naciones Unidas en sus buenos programas. Como también ha ido contra las Naciones Unidas por lo que respecta a la guerra de Irak.
Tomemos como ejemplo el plan de las Naciones Unidas para un Tribunal Internacional de Justicia. Bush dice que no. Ningún estadounidense comparecerá ante un tribunal. Pero los otros países lo han aceptado. O piense en el Protocolo de Kioto…
No veo, por tanto, su falta de apoyo a las políticas pro aborto en los países en vías de desarrollo como una gran cosa. No es nada.
Como he dicho otras veces, acerca de la postura de Bush sobre el aborto: es ciertamente una cosa buena estar contra esta práctica pero para ser buen cristiano o buena persona, un buen líder, no basta estar contra el aborto. Si uno se preocupa mucho de los niños no nacidos, tiene que tener un poco de sensibilidad ante los hombres y mujeres que mueren en Irak.
Si analizamos las cifras de las víctimas entre los rebeldes (o civiles) iraquíes, según mi opinión no se trata de una batalla sino de una masacre. Y si se ven las cosas claramente, mucha de aquella gente que ha recibido la muerte podía ser salvada.
Porque, una vez que se ha decidido que estos son terroristas, y Bush ha dado la orden de exterminarlos, ya nadie se pregunta si están inermes o no. Entre estos muertos seguramente habrá pobres padres de familia, pobres madres de familia. Pero ¿quién irá ahora a controlar?
Lo mínimo que se puede decir es que la idea principal que empuja a estas acciones no surge de los valores evangélicos. Esto es claro. Yo creo que la vida humana es siempre sagrada, incluso la vida de un terrorista. Y que, como hemos condenado el 11 de septiembre, tenemos también que condenar todo lo que ha sucedido en Afganistán y en Irak.
Sobre este nuevo Milenio se asoma el peligro de tener algún país fuerte, que mandará a los otros que lo deberán obedecer. Pero creo que tienen que saber que esto no puede durar «per omnia secula seculorum». Mientras que el mundo piense que somos todos iguales, pero unos más iguales que otros, no habrá paz jamás.
Para mí, la perspectiva de los próximos cincuenta años es muy preocupante en este sentido.
–¿Cuál es la situación de su país, Nigeria, en la fase de transición hacia una democracia estable?
–Onaiyekan: Cuando nuestros países no logran organizarse bien, no podemos ni siquiera empezar a liberarnos. En mi opinión nuestra tarea es la de liberar a nuestros países de quienes nos tienen sometidos, sólo entonces podremos empezar a hablar en modo coherente y hacernos sentir. El problema es que tenemos líderes corruptos, estúpidos, que reinan facilitando y promoviendo incluso la explotación desde fuera.
–¿Cómo actúa en este contexto la Iglesia?
–Onaiyekan: Depende de qué Iglesia se trata. Si se piensa en la Iglesia oficial, en los obispos y en las conferencias episcopales, entonces depende de cuál es el grado de influencia que tienen sus declaraciones y también depende de cuántos católicos hay en aquella zona. Porque, a fin de cuentas, el arzobispo de Abuja no es como el arzobispo de Manila.
El arzobispo de Manila tiene todo un ejército de católicos a su lado, y si logra pasar la palabra a los católicos y estos responden, el gobierno tiene que estar atento. La misma cosa sucede cuando la Iglesia en Polonia decide elevar la voz, y todos sabemos lo que ha sucedido.
En Nigeria, en cambio, la situación es diferente. Nuestra fuerza no es la de hablar siempre como católicos sino que tenemos que presentar el bien del país. Y entonces, al discutir sobre el bien común, tratamos de hacer de modo que la gente escuche el valor intrínseco de esta doctrina social, y no por el hecho de que provenga del Papa.
Lo bonito es que, en la base de nuestras experiencias, cuando ponemos a disposición de la gente las ideas fuertes en las que se funda la doctrina social de la Iglesia –como el bien común, la justicia, la honestidad, el derecho del hombre y del ciudadano, y el deber de gobernar rectamente–, solemos notar un gran consenso.
Y entonces tratamos de estrechar la mano a otra gente, no importa si son musulmanes, con tal de que acepten que un cierto principio es justo. Creo que la Conferencia nigeriana ha sido capaz de construirse una reputación al analizar correctamente, y al juzgar con lógica férrea las situaciones, así como en el hablar con coraje.
Lo que falta es saber cuántas personas se harán portadoras de estos valores. ¿A cuántos católicos del Gobierno podemos confiar este mensaje? Lamentablemente, no podemos hacerlo todavía. La razón para esto es que muchos de nuestros católicos en política no han sido formados en la doctrina social de la Iglesia. Son personas que han frecuentado las universidades estatales, en las que no se enseña la política a la luz de los valores morales, e incluso la escuela política a la que han ido enseña la política sucia que encontramos a nuestro alrededor.
Tanto es así que muchos católicos afirman que para permanecer tales no pueden seguir en la política. Y entonces para tener éxito hay que dejarlas de lado, llegar a una solución de compromiso, o ponerlas entre paréntesis.
–En especial, ¿cómo está actuando la Conferencia Episcopal Nigeriana para superar esta falta de formación en la doctrina social de la Iglesia?
–Onaiyekan: Hay que decir que la Conferencia Episcopal Nigeriana está tratando de desplazar la atención y el propio trabajo sobre el pueblo. Cosa muy difícil porque hace falta estar dotados de una organización capilar y consistente a nivel parroquial y de pequeñas escuelas, continuando con una catequesis apoyada en principios que para mí son evidentes pero que no los son así para una población que ha estado sometida durante treinta años a una dictadura militar.
Por ejemplo, para un nigeriano, sentir que los militares no han tenido nunca el derecho de gobernar es una cosa que ni siquiera pueden imaginar. Todos los nigerianos, que tienen menos de cuarenta años, no han tenido experiencia de un gobierno que no haya sido una dictadura militar y por esto es todavía más difícil hacerles comprender el valor de las elecciones. Y los políticos se aprovechan de esto.
La mayoría de los dirigentes que están bajo un régimen militar no son militares sino civiles que se organizan en un círculo cerrado, un grupo de mafiosos que detentan el poder. E incluso ahora es el mismo grupo el que está en el poder. La cosa en común es que el poder se conquista sin la voluntad del pueblo, ya se haga con las armas o trucando los comicios, o no permitiendo elecciones libres.
Vosotros en Europa no podéis ni siquiera imaginar las cosas que han sucedido. A menudo se llega al día de las elecciones, prescindiendo incluso de todo lo que le precede y que es en sí antidemocrático, y se ve a un grupo de facinerosos escoltados por la policía que se llevan las urnas, a las nueve de la mañana, sin saber a dónde. A continuación, a las siete de la tarde, salen los resultados de las elecciones. Se reparten las cifras pero al final quien gana es el que tenía que ganar. Y nosotros nos miramos y decimos «Pero ¿cuándo hemos votado?».
Luego, si recurres al tribunal no haces otra cosa que tirar el dinero. Entonces en realidad mi voto no cuenta nada.
–¿Cómo puede arraigar entonces el mensaje evangélico en la cultura africana?
–Onaiyekan: Está claro que el mensaje evangélico encuentra en la cultura africana tradicional un terreno fértil. Y la razón está en el hecho de que los valores evangélicos y los valores auténticos de la cultura africana tienen mucho en común.
Empezando por la visión espiritual de la vida, de la existencia de Dios Creador al que debemos todo y hacia el que somos responsables. Esto quiere decir, en la mentalidad africana, que hay cosas que: «¡Tú no puedes hacer!», no lo haces y basta, porque está mal. Esto no quiere decir que nadie hace el mal, sino que quien lo hace atrae las miradas críticas de la gente.
Esta es la cultura africana en sus mejores expresiones a nivel de vida social. Aquí en Europa, se habla de sentido de comunidad pero también de sentido de bien común público, de manera que el jefe debe vivir al servicio de los otros.
La cultura europea vino y nos trajo algunas cosas estupendas, entre ellas la más hermosa es el cristianismo, junto con muchas maneras de hacer las cosas, que han llevado a una destrucción de l
a situación social y a un fin del equilibrio.
Como se lee en el título de una famosa novela de un escritor nigeriano, Chinua Achebe, «Things fall Apart», las cosas se han hecho pedazos. La historia africana del último siglo ha sido tratar de reunir de nuevo los trozos rotos.
Basta pensar, por ejemplo, en los políticos actuales: hacen cosas hoy, que si las hubieran hecho en el pasado, habrían sido expulsados fuera por la gente. Y ahora, si tienes un gobierno corrupto y tratas de eliminarlo con las elecciones, no es posible. Si tratas de eliminarlo con un golpe de Estado, te encuentras con las fuerzas francesas en el aeropuerto. Y, por tanto, suceden cosas que no ocurrían antes.
Y esto porque nosotros no somos como éramos. Hay otras fuerzas, de fuera, que tienen gran influencia sobre nosotros, por lo cual al africano no se le permite tutelar sólo sus propios intereses.
Esto nos lleva de nuevo a la cuestión afrontada al inicio sobre el sistema mundial, el «Orden Mundial», planteado de manera que siempre habrá gente que quede sometida y gente que estará encima, y que se espera mantenerla arriba lo más posible.
Entran en esta lógica todas las normas de la economía moderna, del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial… Pero nuestros niños mueren de hambre, «…tenéis que pagar las deudas…», pero no podemos mantenerlos en la escuela, «…tenéis que pagar las deudas…». Esto quiere decir que hay gente allí arriba a la que esto no le importa.
Es exactamente la misma lógica de Bush, que afirma que tiene que cambiar el régimen de Sadam Hussein, porque este se ha mostrado testarudo, apunta a tener la bomba atómica y una vez que la tenga, será el centro de atracción de todos los países árabes. Mientras tanto estos señorones corruptos del sur de Arabia serán dejados de lado. Los mismos países europeos no han logrado donar el 0,7% del propio Producto Interior Bruto (PIB) para el desarrollo del mundo.
Se dice que Bush ha hecho bien en dar 500 millones de dólares contra el sida en África. ¿Y qué quiere decir esto? Cada día en Irak gastaba más de esta cifra. Y luego, incluso este anuncio se queda en ruido. El sistema para acceder a lo poco que está dispuesto a pagar está hecho de tal modo que nadie puede recibir el dinero. Pero todo esto forma parte de la misma política de opresión.
Estoy seguro, sin embargo, de una cosa: que los países ricos, antes o después, verán que no se puede seguir de este modo. Pero antes de que esto suceda, mucha, demasiada gente morirá y padecerá sufrimientos que habrían podido evitarse.