MADRID, martes, 1 febrero 2005 (ZENIT.org).- Famoso en ámbito hispano-americano y en algunos países de Europa, el filósofo Carlos Díaz sigue provocando con sus puntos de vista sobre la globalización, la filosofía y la identidad, entre otros temas.
La vigencia del personalismo y la reivindicación de un humanismo que fundamente los derechos humanos son algunos de los temas que Carlos Díaz comparte en esta entrevista concedida a Zenit.
Autor de decenas de libros sobre Mounier, este filósofo es también profesor de fenomenología de la religión en la Universidad Complutense de Madrid. Fue uno de los ponentes en el Congreso Internacional dedicado a Emmanuel Mounier en el centenario de su nacimiento (1 de abril de 1905), que se celebró del 12 al 14 de enero en la Universidad Pontificia Salesiana (UPS) de Roma.
–¿Qué vigencia tiene hoy el personalismo?
–Díaz: En el ámbito teórico, muy escasa. Vivimos momentos de pragmatismo y de positivismo donde la persona importa muchísimo menos que el dinero y que el goce material. Los proyectos personales-comunitarios de contenido escatológico, los macrorrelatos y los planteamientos posconvencionales están de vacaciones. Por eso también está de vacaciones la identidad personal y la religiosa.
Sólo vige y rige el individuo, lo egorrelativo, el yoísmo, lo de siempre ahora hecho bandera. Sería un error pensar que la globalización interesa desde una perspectiva de universalismo moral. Posmodernidad es de todas las cosas rey.
–Ante esto, ¿qué quiere ser la filosofía en la ciudad de Mounier?
–Díaz: Péguy enseñó a Mounier a soñar con la ciudad ideal, no idealizada. Platón y San Agustín a idealizar la ciudad ideal. En ese empeño continúa el personalismo comunitario, a pesar del ambiente posmoderno, cuya «civitas democratica» se asemeja al Reino de los Pitufos: una serie de chalets cómodos cortados por un patrón uniforme con vistas a la exterioridad y pretensiones de exclusividad. Esa pretensión de exclusividad, sin embargo, no puede darse cuando el hombre que habita el chalet tiene un alma estándard. Sólo los que construyen catedrales, decía Mounier, pueden habitar las chabolas.
–¿Qué tipo de humanismo propone Mounier?
–Díaz: No hay más que un humanismo, dentro del cual pueden florecer interminables estilos. Consiste en buscar, proclamar y encarnar lo humano, aunque sea «humano, demasiado humano». Ese humanismo de lo universal permitiría plantearse derechos humanos: ¿cómo defenderlos, sin lo humano que funda los derechos? Si el hombre edifica un edificio antropológico sobre los pies de barro del derecho, todo fracasará.
Sin lo humano no hay derechos humanos. Esta es la ventaja indeleble y siempre recurrente del humanismo: que, siendo universal, puede vivirse particularmente, sin perder de vista el fondo de ojo de lo humano: el ansia de eternidad, de belleza, de coeundia, de unificación, de caridad, de absoluto.
Un humanismo autoincapsulado no pasa de ser una jaula para encerrar gorilas. Patético me parece que los derechos humanos tengan tantos novios pero nadie quiera casarse con ellos. Síntoma de los tiempos, pero síntoma patético.