Directrices para la convivencia entre naciones

Las relaciones internacionales según el Compendio de la Doctrina Social

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ROMA, sábado, 12 febrero 2005 (ZENIT.org).- El interés de la Iglesia en las relaciones entre naciones nace de la universalidad de la acción de Dios en el mundo. Así comienza el capítulo del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedicado a los temas internacionales. La acción creativa de Dios abraza el mundo entero y, a pesar de los pecados de la humanidad, continúa bendiciendo la creación.

En el comienzo Dios estableció un acuerdo con Abraham, pero incluso en esta primera etapa Génesis 17:4 observa que estaba destinado a ser «el padre de una multitud de naciones». Haciendo referencia a algunos pasajes de las cartas de San Pablo, el Compendio explica que con la venida de Jesús se nos ha dado una nueva vida en Cristo, donde las diferencias raciales y culturales ya no deberían ser motivo de división. Y en Pentecostés, el mensaje de la resurrección es anunciado a una diversidad de personas, que lo entienden en su propia lengua.

«El mensaje cristiano ofrece una visión universal de la vida de los hombres y los pueblos en la tierra que nos hace llevar a cabo la unidad de la familia humana», explica el Compendio (No. 432). Esta unidad se construye sobre el modelo supremo de unidad, la Santísima Trinidad.

Bloques constructivos
La construcción de una comunidad internacional se funda en dos elementos principales: la centralidad de la persona humana y la inclinación natural de las personas a establecer relaciones. Esta comunidad, continúa el Compendio, se debería impulsar para asegurar «el bien común universal efectivo» (No. 433).

Entre los obstáculos que amenazan el funcionamiento de la comunidad internacional, el texto nombra factores como «las ideologías materialistas y nacionalistas» y el racismo. En oposición a estas tendencias negativas la Iglesia propone valores como la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad. Además, el Compendio pide que las relaciones entre naciones y personas se guíen según «los principios de la razón, la equidad, la ley y la negociación».

El texto también pone de relieve la importancia del derecho internacional, además de reconocer el valor de la soberanía de cada nación. «La comunidad internacional es una comunidad jurídica fundada sobre la soberanía de cada estado miembro, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia» (No. 434).

La libertad nacional y la identidad cultural de un país son elementos importantes, pero el texto también observa que la soberanía no es ilimitada. Además, se puede renunciar a algunos derechos nacionales buscando lograr objetivos internacionales comunes. En este punto, el Compendio añade que un problema en la búsqueda del equilibrio entre soberanía nacional y derecho internacional es que no hay acuerdo sobre qué constituyen exactamente los «derechos de las naciones».

Un orden moral
La comunidad internacional debería ordenarse por la misma ley moral que gobierna las relaciones personales, recomienda el texto. El Compendio invoca la «ley moral universal, escrita en el corazón humano» (No. 436) que debería ser el fundamento de la vida internacional.

Resulta también esencial el respeto por principios como la igual dignidad de cada pueblo, el rechazo de la guerra, la obligación de cooperar para el bien común y respetar los pactos internacionales, observa el texto.

El Compendio anima a que las naciones resuelvan sus disputa por medio de «reglas comunes en un compromiso por la negociación y en un rechazo definitivo de la idea de que se pueda buscar la justicia a través del recurso a la guerra» (No. 438). Para este fin sería un importante medio para evitar la utilización de la fuerza a la hora de resolver las diferencias un desarrollo ulterior de los procesos de negociación y mediación basados en el derecho internacional.

La Iglesia, hace notar el texto, ha tenido siempre una visión favorable del desarrollo de organizaciones internacionales intergubernamentales como las Naciones Unidas. Sin embargo, añade, «mantiene sus reservas, cuando las mismas abordan los problemas de modo incorrecto» (No. 440).

A pesar de estas reservas, el Compendio observa que el magisterio está a favor de una autoridad pública universal que tenga un poder efectivo para salvaguardar la seguridad, la justicia y el derecho. Sin embargo, «resulta esencial que tal autoridad surja del mutuo acuerdo y no se imponga, ni deba entenderse como una clase de ‘super estado global’» (No. 441).

¿Cómo puede regularse el ejercicio de la autoridad a este nivel global? El Compendio recomienda que «se regule por la ley, se ordene al bien común y sea respetuosa con el principio de subsidiariedad» (No. 441).

Una autoridad global, continúa el texto, es más necesaria que nunca debido a la globalización de muchos problemas que requieren una acción coordinada para asegurar la paz y el desarrollo. Pero las organizaciones internacionales que se ocupan de esta tarea necesitan una revisión para superar los efectos negativos de las rivalidades políticas y el deseo de manipular estas organizaciones para fines que no están de acuerdo con el bien común.

El Compendio también da la bienvenida a la actividad de las organizaciones no gubernamentales privadas que están activas en la esfera internacional, especialmente en el llamar la atención pública sobre el tema de los derechos humanos.

Desarrollo económico
Una tarea importante de la comunidad internacional, explica el Compendio, es asegurar el desarrollo económico de las naciones. Hay muchos obstáculos que superar, pero el magisterio de la Iglesia considera que existe un derecho al desarrollo.

Este derecho se basa en los siguientes principios: la unidad de origen y el destino compartido de la familia humana; la igualdad entre pueblos y comunidades basada en la dignidad humana; el destino universal de los bienes terrenales; la verdadera noción de desarrollo; la centralidad de la persona humana; y el principio de solidaridad.

La integración de los mercados a nivel internacional es un instrumento importante que los países más pobres necesitan tener a su disposición para poder salir de sus problemas. Otros problemas que hay que superar incluyen el analfabetismo, la falta de alimento, las infraestructuras inadecuadas y la falta de una sanidad y unos saneamientos básicos. El Compendio también observa la importancia de la estabilidad política y la necesidad de asegurar la libertad y la iniciativa económica individual.

Pero junto a estos factores que se basan en principios económicos, el Compendio pide que haya una «concienciación del deber de solidaridad, justicia y caridad universal» (No. 448). Es importante ser conscientes de que hay deberes hacia los demás, debido a su dignidad humana, que crean una conciencia del bien común que se extiende a toda la familia humana.

De hecho, la pobreza de millones de personas debería ser un tema que desafíe nuestras conciencia humanas y cristianas, añade el Compendio. Los bienes materiales del mundo están destinados a beneficiar a todas las personas y cada uno de nosotros es responsable del bien de todos. También es importante no ver a los pobres sólo como un problema, «sino como personas que pueden convertirse en los principales constructores de futuro nuevo y más humano para todos» (No. 449).

El capítulo se cierra recordando la necesidad de resolver la carga de la deuda internacional que aflige a muchas naciones pobres.

Las causas del problema de la deuda son complejas, admite el Compendio, pero quienes soportan la mayor carga de sufrimiento son los pobres de los países endeudados que no tienen responsabilidad alguna en esta situación. No podemos ignorar la importancia de respetar el principio de que las deudas se deben pagar, concluye el texto, pero se debe encontrar un remedio al problema de la deuda.

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ZENIT Staff

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