KINSHASA, lunes, 14 febrero 2005 (ZENIT.org).- «Ha llegado el momento de comprometerse a fondo en el camino de la democracia», alertan los prelados de la República Democrática del Congo.
Un análisis de la situación política que atraviesa actualmente el país se contiene en el documento difundido al término de la reunión estatutaria celebrada en Kinshasa del 31 de enero al 5 de febrero, entre los obispos y arzobispos del Comité Permanente del episcopado congoleño.
En su mensaje «¡El Congo nos pertenece!» los prelados afirman que 2005 es un «año electoral decisivo para el destino del pueblo congoleño». En efecto, están previstas elecciones políticas que deberían marcar la conclusión del largo proceso de transición emprendido con los acuerdos de paz de 2000 y de 2003.
«Esta transición, que debería ser la última, es el camino privilegiado para instaurar un Estado de Derecho y asegurar una estabilidad política y una prosperidad duradera en nuestro país, permitiendo a la población (…) expresar lo antes posible a través de las urnas su elección en materia constitucional y sobre las personas llamadas a gobernar», explican los prelados.
Los acuerdos de paz dieron vida a un gobierno de unidad nacional en el que están representados todos los partidos políticos y los diversos movimientos de guerrilla que operan en la parte oriental del país. Hace un mes, el descontento por el posible retraso en las elecciones –previstas para junio– degeneró en la capital congoleña en enfrentamientos con la policía que ocasionaron varias víctimas mortales.
De acuerdo con los prelados, persisten actualmente señales inquietantes en el país africano. En plano social se perciben «partidos sin ideología ni un proyecto de sociedad coherente y convincente», «políticos que no parecen interesarse en los intereses superiores de la nación», «desinterés del Estado en el terreno de la sanidad y la educación», «explosión del triste fenómeno de los “niños de la calle”».
Mientras que en campo cultural y religioso hay una «negación de nuestros valores culturales tradicionales –alertan– y desprecio de la vida humana», así como «pérdida del sentido de lo sagrado hasta el punto de llegar a actos de profanación de iglesias y del Santísimo Sacramento».
En cuanto a la seguridad, «las informaciones que proceden de las provincias del este son preocupantes, en particular en Kivu Norte e Ituri, donde continúan señalándose movimientos de tropas» y la población ha tenido que abandonar pueblos y casas por miedo a una nueva ofensiva mortal, constatan.
Pero los obispos también reflejan en su mensaje que «la situación social y política del país presenta algunos signos de esperanza», tales como «una fuerte toma de conciencia de la pertenencia a una sola nación y una opinión pública conquistada a la causa de las elecciones y de la democracia; el recurso a la mediación en caso de conflicto; el retorno del patriotismo y el rechazo por parte de la población a la guerra».
En cualquier caso, por lo explicado antes advierten «que nuestro país está en peligro. Toda actitud irresponsable y de indiferencia es inadmisible». Reclaman la responsabilidad del parlamento, del gobierno, de los partidos políticos, de los agentes pastorales, del pueblo y de la comunidad internacional.
El pueblo congoleño, –que ha «salvado la unidad nacional y la integridad de nuestro territorio»–, está llamado a «promover una cultura de derecho, justicia y paz (…) y tomar en su mano el destino del país, porque nadie puede ocuparse de ello mejor que nosotros mismos», dicen.
«Estas responsabilidades que pertenecen a todos los congoleños y a todos los agentes de la transición en la República Democrática del Congo las recordamos de forma especial a nuestros fieles. Que vuestro modo de hablar y de actuar, así como la vida de nuestras comunidades cristianas, iluminen la sociedad y combatan la corrupción de nuestro país», concluyen los prelados.
El Congo ha sido desde 1998 escenario de una guerra que se ha cobrado 3 millones de vidas; las potencias de la región de los Grandes Lagos se disputan el control de los inmensos recursos naturales del territorio.
En diciembre pasado se daba noticia de que cientos de soldados ruandeses y milicias fieles a Kigali –pero de hecho integradas en el ejército congoleño, como quería el acuerdo de paz— estaban asolando la región fronteriza de Kivu, y el diario «Avvenire» estimaba en centenares las víctimas de los combates y en decenas de miles los civiles en fuga; incluso la ONU confirmó la «invasión».
Igualmente se alertaba de que en Kanyabayonga, en Kivu Norte, llevaban días enfrentándose los soldados regulares congoleños y los ex-rebeldes integrados en las dichas fuerzas armadas congoleñas, opuestas al despliegue de los primeros.
Más de 35 mil habitantes del Congo han dejado las zonas orientales del país, donde está en marcha un sangriento conflicto entre las comunidades Hema y Lendu. Unicef estima que en los últimos días el número de desplazados congoleños se ha elevado a 80 mil.
Múltiples son las razones de la violencia. El padre Valerio Shango, portavoz de los obispos congoleños en Italia, confirmó el sábado en «Radio Vaticana» que «en el noroeste» del país africano «han recomenzado los enfrentamientos» y las poblaciones civiles «están pagando el precio más caro»; «la guerra ha vuelto a empezar, con la excusa de la presencia de Hutus ocultos en el Congo».
Informó también de que combaten «militares ruandeses presentes en el territorio» congoleño. «Los milicianos congoleños Mai Mai quieren defender el país de los militares del RCD, el partido político filo-ruandés (“Rassemblement congolais pour la démocratie”). Y en el choque están involucrados también los Hema y los Lendu. Pero al fin y al cabo son los ruandeses mismos los que se han infiltrado en el partido RCD», explicó.
Además el padre Shango recordó que «hace mucho tiempo que las poblaciones congoleñas son víctimas de las barbaries de los ejércitos ruandés y ugandés. Estos militares nunca han abandonado el territorio congoleño».