LONDRES, sábado, 26 febrero 2005 (ZENIT.org).- Con motivo de la conferencia de este mes de Naciones Unidas sobre el estatus de las mujeres, sigue siendo noticia cómo lograr un equilibrio entre el trabajo y las responsabilidades familiares. El 14 de febrero, la Comisión para Igualdad de Oportunidades del gobierno británico hacía público un estudio titulado: «El Trabajo a Tiempo Parcial no es un Crimen – ¿Por qué se castiga entonces?».
Un reportaje del mismo día en el Telegraph afirmaba que la comisión había puesto de relieve los problemas a los que hacen frente las mujeres que optan por un trabajo a tiempo parcial para cuidar a sus hijos mientras son pequeños. El estudio afirma que incluso cuando las mujeres se incorporan más tarde a un trabajo a tiempo completo, no podrán recuperar su estatus o salario anterior.
La comisión pedía prácticas laborales más flexibles para erradicar los castigos para las mujeres que quisieran una jornada parcial. El estudio también observaba que las mujeres vuelven cada vez más a trabajar tras tener un hijo. En 1979, menos del 25% volvían al trabajo en los ochos meses posteriores a dar a luz. En 1988, el 45% volvía en los primeros nueve meses, y en el 2002, el 73% ha vuelto al trabajo en los 11 meses siguientes.
«Gran Bretaña se enfrenta a una crisis si no afronta la necesidad de un horario flexible en el trabajo», afirmaba, en una nota de prensa del 14 de febrero, Julie Mellor, presidenta de la Comisión para la Igualdad de Oportunidades. «Las mujeres sufren mucho por el ‘castigo’ del horario parcial que las encauza hacia puestos de trabajo de bajos ingresos con pobres perspectivas porque se interesan más en cuidar su papel en el hogar».
La nota observaba que los datos del 2004 muestran que en el Reino Unido hay 7,4 millones de trabajadores a tiempo parcial – el 26% de todos los empleos –, de los cuales el 78% son mujeres.
No hay soluciones fáciles
La investigación de la socióloga británica Catherine Hakim muestra que los temas implicados en la división trabajo-familia son mucho más complejos que simplemente el asegurar la igualdad entre los sexos. En un artículo publicado el 7 de octubre en el Wall Street Journal, la antigua investigadora asociada en la London School of Economics, observaba que durante mucho tiempo la Comisión Europea ha presentado a los países escandinavos como un modelo en el logro de la igualdad de oportunidades para las mujeres en el mundo laboral.
Sin embargo, Hakim afirmaba que «los estudios que he examinado muestran que estas políticas, diseñadas para apoyar a la familia, son realmente ineficaces a largo plazo». En Suecia, las mujeres que, tras dar a luz, vuelven al trabajo se concentran en empleos como enfermería, cuidado de niños y trabajo de oficina, con un predominio de hombres en empleos profesionales y de dirección.
Resulta interesante que, en Estados Unidos, donde no existe una legislación generosa en cuanto a permisos maternales, las mujeres ocupan el 11% de los puestos directivos, en comparación con sólo el 1,5% de Suecia.
Hakim también observaba que, en los últimos diez años, no ha habido cambios en la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres en muchas de las economías avanzadas. La diferencia de sueldos es tan alta en los países escandinavos como en el resto de Europa y en Estados Unidos.
La socióloga concluía que las generosas ventajas para la maternidad en los países escandinavos las hacen poco atractivas para los patrones y que las compañías privadas han reducido su personal femenino. De hecho, dos tercios de las mujeres trabajadoras de Suecia trabajan en el sector público.
También defendía que las políticas que promueven la igualdad de las mujeres en el puesto de trabajo puede que no sean lo mismo que políticas de apoyo a la familia. «No es de asombrar, las personas que se centran en sus carreras son las primeras en ganar los mayores premios», afirmaba Hakim. En Gran Bretaña, por ejemplo, cerca de la mitad de todas las mujeres en puestos profesionales y directivos no tienen hijos.
El artículo de Hakim coincidía con la publicación de una edición revisada de su libro: «Key Issues in Women´s Work: Female Diversity and the Polarisation of Women´s Employment» (Cuestiones Claves en el Trabajo de las Mujeres: Diversidad Femenina y Polarización del Empleo de las Mujeres), (Glasshouse Press).
Mentiras verdaderas
En su libro, Hakim sostenía que «se han dicho muchas mentiras verdaderamente gordas sobre las mujeres» – por ejemplo, que su trabajo es invisible porque mucha de su actividad está en el hogar. De hecho, dice Hakim que su investigación muestra que los hombres también están implicados en una gran parte del trabajo informal y voluntario, y, si hacen pocas tareas en el hogar, trabajan durante más tiempo en su puesto de trabajo. Hakim también observaba que muchas amas de casa valoran su autonomía comparándola con las restricciones del trabajo en una economía de mercado.
Admitía que muchas mujeres se pueden ver forzadas al trabajo a tiempo parcial y a la falta de independencia de los hombres. Pero, continuaba, «esto implica que los hombres tienen opciones verdaderas, y muchas más opciones que hacer». Sin embargo, la investigadora insistía en que «la mayoría de los hombres tienen pocas opciones sobre cómo pasar sus vidas, estando forzados a una carrera en el empleo durante toda su vida de forma continua y a tiempo completo, les guste o no».
Hakim también comentaba que es importante tener en cuenta la diferencia entre hombres y mujeres cuando se trata de sus preferencias en cuanto a trabajo y familia. Los hombres se dividen en dos grupos, con la mitad centrados en el trabajo y la otra mitad buscando un equilibrio entre trabajo y familia.
Las mujeres son más heterogéneas en sus preferencias. Cerca de dos tercios buscan un equilibrio entre trabajo y familia. El tercio restante se divide entre las que se centran en el trabajo y las que se centran en la familia. En total, cerca del 80% de las mujeres prefieren tener un papel secundario en la familia en el asunto de los ingresos.
En cuanto a la cuestión de la discriminación sexual, Hakim explicaba que aunque esto se eliminara completamente, seguirían existiendo las diferencias sexuales. Esto se debe tanto al número de mujeres que optan por un papel secundario en el tema de ingresos, como a las mujeres que dejan el mercado laboral por matrimonio o nacimiento de un hijo.
Hakim observaba que los estudios de los casos, que tienen que ver con graduados en puestos de dirección y profesionales, demuestran que no es la discriminación sexual la principal causa de diferencias entre hombres y mujeres cuando se trata de sueldos. Algunas feministas no aceptan estas conclusiones, y es verdad, añadía Hakim, que en el pasado las elecciones de las mujeres estaban condicionadas por presiones sociales. Pero, en las sociedades occidentales de hoy, los cambios sociales y económicos han abierto la posibilidad a hombres y mujeres de hacer elecciones más libres, y deberíamos respetar esto, afirma Hakim, incluso cuando no da como resultado un cincuenta a cincuenta al tratarse de tareas laborales y hogareñas.
«La diferencia y la diversidad son ahora las características clave de la población femenina, con la probabilidad de una creciente polarización en el siglo XXI entre mujeres centradas en el trabajo y mujeres centradas en el hogar», concluía.
Buscando el equilibrio
La Iglesia recientemente ha tratado también el tema de las mujeres y el trabajo. La Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba el pasado julio su carta a los obispos «sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo». El texto observaba que «la combinación de las dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer, características diferentes que en el del hombre».
Sin embargo, la carta comentaba que armonizar los dos no es sólo cuestión de medidas legales y económicas, «sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto. Se necesita, en efecto, una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia».
La carta recomendaba que las mujeres que desearan dedicarse completamente al hogar y a la familia pudieran hacerlo, sin «ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente».
Al mismo tiempo, pedía medidas que aseguraran que aquellas mujeres que quisieran combinar trabajo y responsabilidades familiares pudieran «hacerlo con horarios adecuados, sin verse obligadas a elegir entre la alternativa de perjudicar su vida familiar o de padecer una situación habitual de tensión, que no facilita ni el equilibrio personal ni la armonía familiar». Un equilibrio que muchas mujeres todavía luchan por encontrar.