CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 mayo 2005 (ZENIT.org).- Dios nos cuida con amor en todo instante, es la conclusión a la que llegó Benedicto XVI este miércoles, en la segunda audiencia general de su pontificado, que dedicó a comentar el Salmo 120, «El guardián del pueblo».
«Cada una de nuestras actividades, resumida con los verbos extremos de «entrar» y «salir», se encuentra bajo la mirada vigilante del Señor, cada uno de nuestros actos y todo nuestro tiempo, «ahora y por siempre»», aseguró.
El Papa, a quien se le pudo ver sonriente y distendido, continuó con la serie de meditaciones que había emprendido Juan Pablo II sobre los salmos y los cánticos de las Vísperas, la oración de la Iglesia al anochecer.
El pasaje poético del Antiguo Testamento comentado en esta ocasión, explicó el obispo de Roma a los quince mil peregrinos presentes en la plaza de San Pedro del Vaticano, «es un salmo de confianza».
«Dios, cuyo nombre se evoca repetidamente –explicó–, aparece como el «guardián» siempre despierto, atento y lleno de atenciones, el centinela que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro».
Frente a Dios, que en la Biblia aparece en la altura de su templo santo de Jerusalén, explicó dejando un lado los papeles, se presentan por el contrario «la riqueza, el poder, el prestigio, la vida cómoda; alturas que son tentaciones, pues aparecen realmente como la promesa de vida, pero nosotros, con nuestra fe, vemos que no es verdad, que estas alturas no son la vida.
«La verdadera vida, la verdadera ayuda procede del Señor y nuestra mirada en nuestra peregrinación se dirige hacia la auténtica altura, hacia el verdadero monte: Cristo», afirmó improvisando.
El texto bíblico presenta la presencia amorosa de Dios con tres sugerentes imágenes, añadió volviendo a leer el texto preparado. La primera es la del guardián o centinela, pues el «pastor divino no descansa en el cuidado de su pueblo».
La segunda imagen propuesta por el Salmo para explicar la protección divina es la de la «sombra», que recuerda la «marcha en el desierto del Sinaí, donde el Señor camina al frente de Israel «de día en columna de nube para guiarlos por el camino»».
En la tercera imagen, el Señor se presenta «»a la derecha» de su fiel», es decir, asume «la posición del defensor, tanto militar como en un proceso» para ofrecer «la certeza de no quedar abandonados en el momento de la prueba, del asalto del mal, de la persecución».
La conclusión a la que llega el creyente tras contemplar este salmo es clara para el Papa: «Dios nos custodiará con amor en todo instante, guardando nuestra vida humana de todo mal».
Benedicto XVI dio pruebas de sus capacidades políglotas, pues tras leer su mensaje en italiano, inglés, francés, alemán, castellano y polaco, saludó también en lituano, húngaro, checo, croata y eslovaco, arrancando aplausos entusiastas de los grupos de peregrinos de estos países.
Durante las dos horas que duró el encuentro, en una mañana de sol, fue aplaudido por los presentes en numerosas ocasiones.
Llegó a bordo del famoso «jeep» blanco descubierto y dedicó mucho tiempo, antes de comenzar la audiencia, a saludar y bendecir a unos cincuenta enfermos que se encontraban entre las primeras filas, a su derecha.
Pronunció su mensaje en el sillón papal, debajo del baldaquino que le protegió de los intensos rayos solares, como hacía Juan Pablo II.
Al concluir la audiencia, volvió a acercarse para saludar a los peregrinos, besó a algunos de los pequeños que le acercaron sus orgullosas madres, y bromeó con algunos de los presentes.