Los cardenales Carles y Meisner confiesan la emoción de los días de cónclave (y previos)

Se contaron entre los electores del sucesor de Benedicto XVI

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BARCELONA/COLONIA, miércoles, 11 mayo 2005 (ZENIT.org).- Una cena y una entrevista: son los momentos en los que, respectivamente, el cardenal Ricard María Carles y el cardenal Joachim Meisner, ambos electores en el reciente cónclave, han reconocido y compartido –respetando el juramento de secreto– las emociones y experiencias que vivieron en el señalado mes de abril en el Vaticano.

Una de las habituales cenas de la Asociación E-Cristians, organizada el jueves pasado, fue el marco en que el cardenal Carles, arzobispo emérito de Barcelona, compartió su experiencia del cónclave y de los días anteriores, durante los cuales se celebraron las congregaciones generales de cardenales-

«En las reuniones del precónclave –contó ante más de un centenar de comensales–, por las mañanas de los días antes del cónclave, cada cardenal podía hacer intervenciones de 7 minutos, para no (alargarnos) demasiado. Allí uno ya tiene sus conocidos, cardenales con los que te has encontrado dos o cuatro veces al año porque trabajan contigo en dicasterios concretos y cosas así. También están los cardenales eméritos, mayores, que no votan. Todos juntos, unos 180. Y estos días servían para conocernos más profundamente», recoge Forumlibertas.com.

«Hablábamos para hacer una mirada del mundo y de la Iglesia durante esos doce días», pues había «gente de todas las razas, países, culturas, explicando los problemas y las cosas positivas de sus países y sus Iglesias», prosigue.

«Esos días no queríamos hablar del perfil del nuevo Papa. Hablábamos de la Iglesia. Experimentar esto ha sido una gracia de Dios», admite el cardenal Carles.

«En el primero de los 12 días del precónclave, se explicaba a los cardenales cuál era el orden para entrar en las reuniones, sentarse, por qué puerta se entraba, cómo se llamaban esas puertas. El riojano cardenal Somalo, como camarlengo, se colocaba a la izquierda, Ratzinger como decano del Colegio a la derecha… Y Ratzinger dijo, con aspecto divertido: «Tiene gracia: después de 20 años de estar aquí, ahora me entero de cómo se llama la puerta por la que hemos de entrar»», recuerda el purpurado.

Apunta además: «En estos días hacíamos sólo descansos de 10 minutos, y sólo teníamos agua para beber, de una marca que hay en Roma por todas partes».

El arzobispo emérito de Barcelona reconoce que «no pensaba que iba a vivir la experiencia de un Cónclave. Los cardenales teníamos conciencia de que aquellos 115 hombres teníamos que escoger, con el Espíritu Santo, a quién regiría a 1.100 millones de católicos».

Llegados los electores a la Capilla Sixtina «el juramento es emocionante –continúa–. Y no sólo el primero, al entrar en el Cónclave, el que se vio por televisión. Cada mañana y tarde, con el voto en la mano, cuando subías al altar, y veías al Cristo del Juicio Final, rodeado por la Capilla Sixtina… Decíamos la fórmula: «juro ante este Cristo ¡que me juzgará a mí!… que éste es el Cardenal que yo creo que…» ¡Cuando estás ahí no caben ni “lobbies”, ni grupos de presión, ni simpatías, ni nada de eso!»

Y subraya: «Lo que sientes cuando 115 personas de razas y culturas distintas se ponen de acuerdo en la cuarta votación, es que ves que el Espíritu Santo actúa. No se votaba por simpatías o por culturas similares; era el Espíritu».

Sitúa a las 17.30 horas «en punto» del 19 de abril el momento en que «salieron los dos tercios» –necesarios para la elección válida del Papa–: «Yo tenía este mismo reloj que llevo encima de la mesa y me fijé: las 17.30 exactas. ¡Súbito! Enseguida se aplaudió, en cuanto el recuento dio los dos tercios. Aún quedaba acabar el recuento, y los escrutadores pidieron silencio, y que por favor esperásemos a acabar de contar todos los votos».

«Cuando un candidato adquiere los dos tercios, el decano del Colegio de Cardenales le pregunta si acepta –explica–. Pero en este caso el decano era el mismo Ratzinger, así que quien le hizo la pregunta fue el vicedecano, el cardenal Sodano, secretario de Estado. Y Ratzinger respondió en latín: “Aunque indigno, por obediencia, acepto”. Cuando después eligió el nombre, el nuevo Papa improvisó allí mismo, en latín, una explicación de por qué escogía Benedicto XVI: por la admiración que tenía a Benedicto XV, a quien veía como un maestro».

El cardenal Carles recuerda también al cardenal Meisner, de Colonia, «un hombre muy, muy serio»: «tras la aceptación entró Benedicto XVI, por primera vez vestido de blanco; todos los cardenales abrazaban al Papa. En esos momentos fue cuando vi a Meisner llorando como un niño, y luego sonándose la nariz como un niño, emocionado. Se veía que quería a su amigo».

«Conozco al Papa desde hace 35 años («es inteligente como doce profesores y piadoso como un niño de primera comunión») y somos amigos», aclara por su parte el purpurado alemán en una entrevista difundida este miércoles en el diario español «La Razón».

«Cuando vi que con 78 años, a una edad en la que otros están jubilados, él debía hacerse cargo de una misión tan grande y lo hacía con tanto encanto e inteligencia, me emocioné interiormente y las lágrimas surgieron. Soy un hombre y no un aparato. Y un hombre con corazón puede llorar», apunta el cardenal Meisner.

Como arzobispo de Colonia, es el anfitrión de la XX Jornada Mundial de la Juventud, a la que acudirá Bendicto XVI. El cardenal Meisner, durante la ronda de felicitaciones, intentó invitar al nuevo Papa a ese acontecimiento, pero la emoción se lo impidió.

«Fui el primer cardenal alemán que prometió fidelidad al Papa –explica al diario–. Quería decirle: “Santo Padre, bienvenido a Colonia”, pero estaba tan emocionado que no pude decir nada. Entonces, el Santo Padre me dijo: “Voy a Colonia y me alegro de ir a Colonia”. No necesité invitarle. Se invitó él. Y lo encuentro correcto, porque es su Jornada Mundial de la Juventud, no la mía».

Cuando llegó el momento de dar a la Iglesia y al mundo el anuncio de quién era el elegido Papa, según el relato del cardenal Carles, «el cardenal protodiácono, Medina, que es chileno, de aspecto serio pero de muy buen carácter, nos explicó que hizo a posta la larga pausa en el “Habemus Papam”, y también a posta repitió dos veces lo de «eminentísimo»… Era exactamente lo que quería hacer».

«Al volver a la residencia de Santa Marta (que alojó a los electores durante el Cónclave. Ndr) tras la elección, las monjas y el personal de servicio de la casa nos aplaudían como si hubiésemos ganado algo», recuerda.

«El Santo Padre Benedicto saludaba a todos, y las monjas y “ragazzas” (“muchachas”. Ndr) del servicio iban a besarle la mano, pero él las besaba en la cara. ¡Y se hicieron fotos besándose con el Papa! Éste es el que llaman «el Gran Inquisidor»», concluye el cardenal Carles.

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ZENIT Staff

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