La mirada de Ratzinger a Europa

Tras el referéndum francés, el filósofo Jesús Villagrasa analiza el pensamiento de Benedicto XVI

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ROMA, martes, 31 mayo 2005 (ZENIT.org).- Tras el «no» francés en el referéndum sobre el Tratado constitucional europeo y en víspera del referéndum en Holanda, Zenit ha tratado de comprender cuál es la visión de Benedicto XVI sobre el proceso de integración del viejo continente.

Para ello ha entrevistado a Jesús Villagrasa, profesor de filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, en cuya sede se celebrará el 7 de junio el congreso «Europa. Raíces y confines», con la participación, entre otros, del presidente del Senado de Italia, Marcello Pera, quien ya ha afrontado públicamente el argumento junto al cardenal Joseph Ratzinger.

–¿Cómo ve Europa Benedicto XVI?

–Villagrasa: Aunque el nombre Benedicto le evoca el influjo de san Benito en la difusión del cristianismo en Europa y las raíces cristianas de su cultura, preferiría hablar del cardenal Ratzinger, pues ha sido en sus escritos y conferencias de cardenal donde ha desarrollado su visión de Europa y un diagnóstico de la situación moral y espiritual del continente.

–¿Cuáles serían esas intervenciones?

–Villagrasa: En su libro «Una Mirada a Europa» (1991) presentó los retos que la Iglesia y la sociedad europeas tienen tras el colapso del marxismo. En la conferencia «Europa, política y religión» (Berlín 2000), casi idéntica a la pronunciada en la Biblioteca del Senado italiano (13 de mayo de 2004) con el título «Europa. Sus fundamentos espirituales, hoy y mañana», desarrolló la idea de que Europa es un continente cultural e histórico cuya raíz principal es el cristianismo, pero que tiene, también, una raíz ilustrada. En las conferencias «Europa en la crisis de las culturas», pronunciada en Subiaco la víspera de la muerte del Papa Juan Pablo II (1-IV-2005), y «Reflexiones sobre Europa» (Cernobbio 2001), el cardenal hizo un análisis crítico de la racionalidad propia de la Ilustración. En el estudio «Libertad y verdad» («Communio», 1995) analizó la idea ilustrada de libertad.

–¿Dónde coloca el cardenal el origen de Europa?

–Villagrasa: La cuestión es relevante porque el cardenal lee la historia de los pueblos y de las ideas para iluminar el presente de Europa. El mundo griego y el imperio romano ponen los antecedentes. En Occidente, el paso decisivo hacia lo que hoy consideramos Europa está en la formación del Sacro Romano Imperio con Carlomagno. La caída en 1453 del Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, y su «traslado» a Moscú como «tercera Roma» dio una nueva configuración a Europa. Oriente y Occidente tienen muchos elementos comunes, pero hay una profunda diferencia. En Oriente, el Imperio y la Iglesia aparecen casi identificados entre sí. En Roma, desde el siglo V, se enseña que el Emperador y el Papa tienen poderes separados. Esta diferenciación de poderes es algo muy occidental. La pretensión, en ambas partes, de poner el propio poder sobre el otro, causará muchos conflictos. Hoy sigue siendo difícil establecer el modo correcto de vivir esta diferenciación.

–¿Cuáles serían para el cardenal los momentos relevantes de la Europa moderna?

–Villagrasa: El cardenal menciona tres en su conferencia de Berlín: la Reforma protestante, la Revolución francesa y la Colonización. La Reforma divide Europa en una mitad latino-católica y otra germánico-protestante. Esta se subdivide en diversas Iglesias de Estado, contra las que reaccionan las iglesias libres que buscan refugio en Norteamérica. Con la Revolución francesa se rechaza la fundación sagrada de la historia y de los Estados; el Estado puramente secular, basado en la racionalidad y en la voluntad de los ciudadanos, relega la religión al ámbito privado y sentimental. En los países latinos se da una profunda división entre «cristianos» y «laicos». Con la Colonización, el triunfo del mundo técnico y secular europeo y de su modo de vivir y pensar, es seguido, en Asia y África, por la impresión de que la cultura europea está agotada. El Islam piensa que puede ofrecer una base espiritual a una vieja Europa que niega sus fundamentos religiosos y morales. En la hora de su máximo éxito político y económico, Europa parece condenada a la decadencia, vaciada por dentro, sin fuerza espiritual y sin niños, forzada a someterse a unos trasplantes que anularían su identidad.

–¿Qué futuro ve el cardenal para Europa?

–Villagrasa: Antes de hablar de vías de futuro y de soluciones para la actual crisis, el cardenal sugirió en Berlín un análisis de las causas, de los movimientos surgidos de la Revolución Francesa. El modelo laicista de las naciones latinas, que pretende fundarse sólo en la razón y relegar la religión a la vida privada, ha mostrado su debilidad y su tendencia a las dictaduras. En el ámbito protestante, un cristianismo ilustrado, entendido como moral, garantizó por largo tiempo la cohesión estatal y social, pero hoy las Iglesias de Estado ya no generan fuerza moral. A estos dos modelos se unió, en el siglo XIX, el socialismo: en su forma democrática ha servido de saludable contrapeso a las posturas liberales radicales de los dos modelos existentes. El socialismo totalitario, con su filosofía de la Historia materialista y atea, rechaza la religión como reliquia del pasado; con un dogmatismo intolerante afirma que el espíritu es producto de la materia y que la moral depende de las circunstancias y fines de la sociedad, lo cual supone una ruptura con la tradición moral de la Humanidad. Sin valores independientes de los fines del «progreso», en un momento dado todo puede permitirse o ser necesario, «moral» en un nuevo sentido.

–Pero el socialismo totalitario ha fracasado…

–Villagrasa: Los sistemas comunistas han fracasado. Al cardenal, sin embargo, le preocupa que mientras todos afirman la falsedad de su dogmatismo económico, casi nadie reconoce que la causa profunda de su derrumbe y su secuela catastrófica son principalmente morales y religiosas: la desolación de los espíritus, la destrucción de la conciencia moral, el desprecio del hombre. Esta herencia del marxismo sigue vigente y puede conducir a la autodestrucción de la conciencia europea, porque cancela las certezas humanas sobre Dios, el hombre y el universo, y liquida la conciencia de unos valores morales objetivos.

–¿Qué momento está viviendo ahora Europa?

–Villagrasa: En el debate sobre la mención de Dios y de las raíces cristianas en el preámbulo de la Constitución europea, ha sido patente la contraposición entre las dos culturas que más han marcado a Europa: el cristianismo y la Ilustración laicista. El cardenal afirma en la conferencia de Subiaco (2005), que las razones que suelen darse para negar dicha mención son superficiales y ocultan la verdadera motivación: la pretensión de que sólo la cultura ilustrada radical, sus normas y contenidos, puede constituir la identidad europea; por eso, cualquier Estado que incorpore sus contenidos podría pertenecer a Europa; sería el caso de Turquía, estado laico de cultura musulmana. Si no importa sobre qué raíces se implanta esta cultura laica, concluyen, las raíces no pueden entrar en la definición de los fundamentos de Europa.

–¿Cuál sería la propuesta del cardenal para esta Europa?

–Villagrasa: Ciertamente no es el simple rechazo de la Ilustración. El cristianismo y la Ilustración no se contraponen. El cristianismo es genuinamente «laico» porque defiende la libertad religiosa y niega al Estado el derecho de considerar la religión como parte del orden estatal. En este sentido, la Ilustración es de origen cristiano; de hecho ha nacido en ámbito cristiano. Al
lí donde el cristianismo, contra su naturaleza, se había vuelto religión de Estado, la Ilustración ha tenido el mérito de recordarle algunos de sus valores originales. El concilio Vaticano II recone esta correspondencia entre cristianismo e Ilustración. Toca ahora a la cultura ilustrada hacer su autocrítica.

–¿En que consistiría esa autocrítica?

–Villagrasa: Los dos temas característicos de la cultura ilustrada son la racionalidad «científica» y la libertad. El cristiano no quiere ni puede renunciar a estos dos importantes valores de la Ilustración (que por lo demás no le son ajenos), pero, son ya evidentes los límites y contradicciones de «esta» racionalidad y de su mal definida concepción de la libertad.

–Cuál sería el problema de este tipo de racionalidad?

–Villagrasa: La razón ilustrada se cree completa y autosuficiente, sin necesidad de algún complemento cultural. Este tipo de razón ha desarrollado una cultura laicista que excluye a Dios de la vida pública, sea porque niega su existencia o porque la considera indemostrable, incierta o subjetiva. La crítica del cardenal consiste en mostrar que esta filosofía racionalista y positivista de la Ilustración es una mutilación de la razón humana, y que, por ello, resulta irracional, incompleta y sin validez universal. Esta razón incompleta puede sanar reestableciendo el contacto con sus raíces históricas, las mismas que ha relegado al pasado o a la subjetividad. Es algo que los laicos más inteligentes ya están reconociendo. En un diálogo que el cardenal sostuvo a inicios de 2004 con Jürgen Habermas, considerado en el mundo de lengua alemana como la quintaesencia del laico, este filósofo reconocía, para sorpresa de sus admiradores, que un laico debería escuchar la sabiduría presente en las tradiciones religiosas. Un árbol sin raíces se seca. La racionalidad, que es un distintivo esencial de la cultura europea, puede resultar devastadora si se separa de sus raíces y de las fuentes del saber que son la naturaleza y la historia.

–El laicista considera que la presencia pública de la religión es peligrosa…

–Villagrasa: La omisión de las raíces cristianas del preámbulo de la Constitución europea no expresa una tolerancia superior que respete por igual a todas las culturas, sino la absolutización de un modo de pensar y de vivir que se contrapone radicalmente a las demás culturas históricas de la humanidad. Si es verdad que la «patología de la religión» es una peligrosa enfermedad de la mente humana, no lo es menos que esta enfermedad también se da cuando la religión es rechazada: los sistemas ateos de la modernidad constituyen aterradores ejemplos de ello. Cuando se rechazan las tradiciones religiosas más puras y profundas, el hombre se aparta de su verdad, vive contra sí mismo y pierde la libertad. El cardenal afirma que si se llegase a un choque de culturas, sería entre esta radical emancipación humana de Dios y las culturas religiosas históricas. La presunta tolerancia del relativismo es un dogmatismo que se cree en posesión del conocimiento racional definitivo y con el derecho a relativizar todo el resto como etapas ya superadas de la humanidad. En la homilía de la misa para el elección del Papa, el cardenal denunció la dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo tiene como medida última al propio yo y sus deseos.

–Y, ¿cuál sería el problema de la libertad ilustrada?

–Villagrasa: La Ilustración aspira a la liberación de los lazos de la autoridad. Ésta debe someterse a la razón. En la Ilustración, hay una corriente equilibrada, la anglosajona, basada en la idea de unos derechos que pertenecen al hombre por ser hombre, antes de cualquier construcción legal y que se orienta hacia la democracia constitucional. Esta idea de los derechos humanos contrasta el absolutismo del Estado y los caprichos de la legislación positiva. Hay otra corriente, radical, representada por Rousseau, que sueña con una libertad total, absoluta, no reglamentada. La revolución francesa, que comenzó con la idea de una democracia constitucional, adoptó la concepción radical y anárquica de la libertad y degeneró en una dictadura sangrienta. El marxismo criticó la libertad democrática, calificándola de impostura, y prometía una libertad superior, más radical. Esta corriente radical sigue adquiriendo fuerza porque se difunde una exigencia de libertad sin vínculos. Pero un hombre que no quiere depender de nada ni de nadie y ejercer una libertad sin límites se deshumaniza. El cardenal, en su estudio «Libertad y verdad» (1995), analizó el nudo del problema: la libertad ilustrada se ha separación de la verdad. La libertad no consiste en hacer lo que uno quiera, en convertir nuestra voluntad o capricho en la única norma de acción. No todo querer es razonable. La libertad o está medida por lo verdad de lo que somos o se anula a sí misma. Las libertades humanas coexisten, se limitan y apoyan entre sí. El derecho no es la antítesis de la libertad sino la condición para una coexistencia ordenada de libertades. El derecho es el orden justo de la libertad en una comunidad. En la era de las naciones, se consideraba que el bien común de la nación era la justa medida de la libertad de esa comunidad. Hoy esta idea no es sostenible. Ya decía san Agustín que si un Estado se mide sólo por sus propios intereses y no por la justicia misma no se diferencia de una banda de ladrones bien organizada. En el período colonial, Estados civilizados que buscaban sólo su propio bien actuaban como bandas de ladrones. Para buscar la justa medida de la libertad hay que considerar el verdadero bien de la humanidad entera, también de la futura, y aceptar los vínculos exigidos por la existencia en común y por la naturaleza del hombre.

–¿Cómo saber cuál es el verdadero bien?

–Villagrasa: La razón encontrará más luz si escucha a las grandes tradiciones religiosas. Los diez mandamientos expresan, en la tradición bíblica, exigencias de nuestro ser hombres, que también están presentes en las grandes tradiciones éticas de otras religiones. Una libertad orientada por la verdad de lo que somos podrá construir personas y sociedades dignas, y la Europa que, en el fondo, todos deseamos.

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ZENIT Staff

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