NIAMEY (NÍGER), domingo, 5 junio 2005 (ZENIT.org).-Josep Frigola es un ampurdanés (Cataluña, España) que después de 10 años de estudios eclesiásticos en el Seminario de Girona decidió hacerse Misionero de África. Tras 20 años de misión en Burkina Faso, fue destinado a Níger, donde celebrará, bien pronto, los 40 años de sacerdocio y de misión.
–Háblenos del Níger, el país africano nos parece el más alejado, por no decir arrinconado.
–Frigola: Es bien cierto. Si no fuera por situaciones límite de grande inestabilidad socio-política o por la sequía y el hambre fatales, no se prestaría atención a nuestro país. ¿Será porque es uno de los más pobres del mundo, dónde hay muy pocos intereses?
Hace falta saber que actualmente ya llega a los 12.500.000 habitantes y que tendrá el doble de aquí a 20 años, si el ritmo de crecimiento demográfico no cambia. Hay también otro factor que hace pensar mucho: ¡casi la mitad de esta población tiene menos de 15 años!
Aparte de las estadísticas, lo que interpela es la situación humana de tanta gente y cual es hoy su suerte.
–En Níger el Islam ha experimentado una gran expansión. ¿Cómo se sitúa usted en este contexto en tanto que extranjero y misionero católico?
–Frigola: Aquí el Islam es tolerante y, en buena medida, favorece la coexistencia pacífica entre autóctonos y foráneos.
Yo siempre he podido ir por todas las partes sin problemas y ser acogido debidamente. Actualmente, un 90% de la población se declara musulmana. Pero también es cierto que se mueve dentro de un ambiente general de religión sociológica.
Hay muchas personas que no practican pero se acomodan al talante de vida social y a la presión de la comunidad familiar o del clan. Seguramente el largo proceso histórico de integración, las resistencias étnicas y las guerras han ido modelando un «modus vivendi» individual y colectivo.
Desde tiempo inmemorial, y teniendo en cuenta la relación de Níger con Sudán, las caravanas de comerciantes (norte-sur) y de peregrinos (Meca) dejaron su impronta de fe islámica.
Más tarde, algunos pioneros piadosos y letrados de Magreb o del Oeste (Malí, Senegal) se establecen en lugares estratégicos y conviven fácilmente con la gente del país. Estos movimientos de obediencia sufí se van organizando en forma de órdenes o de cofradías musulmanas. La Qadiriya y la Tijanya son las que tienen más renombre y que constituyen la solera de las más de 40 asociaciones oficiales que hay hoy en día.
–Bien, pero, no todo se ha hecho pacíficamente para llegar a la actual islamización de casi todo el país… Al lado está Nigeria, dónde siguen en pie conflictos graves y agresiones a personas e instituciones. ¿Cómo les afecta todo esto?
–Frigola: Los poderes, tanto antiguos como modernos, con toda su capacidad de hacer y deshacer, han ido forjando la constitución de los diferentes países, favoreciendo o no la penetración de una religión determinada.
De todos modos, es un hecho que las numerosas campañas de proselitismo y de guerra santa contra los «paganos» (religiones tradicionales negro-africanas) no han podido hacer desaparecer nunca el sustrato de religión y costumbres ancestrales de buena parte de la población.
Respecto a las influencias del exterior y al impacto de un Islam más radical, hace falta decir que en la década de los años sesenta a setenta, tras la independencia, muchos estudiantes nigerinos volvieron de las universidades árabes con nuevos conocimientos y con un espíritu de reforma.
La tradicional dirección y animación de los fieles realizada por los sultanes, cheikhs (jeques), imanes y marabús les parecía demasiado tolerante y blanda, hacía falta un Islam más puro y duro.
Un nuevo movimiento denominado Izala, de obediencia wahabita, ha creado mucho ajetreo. Sus manifestaciones reformistas de carácter integrista son cada día más frecuentes.
–¿Y los cristianos? ¿Hay comunidades importantes? ¿Son reconocidas?
–Frigola: Todos los cristianos juntos, de todas las confesiones, conforman el 0,5% de la población. Un tercio, más o menos, es católico y, por ahora sólo un tercio de esta comunidad es de origen nigerino. Con esto ya se puede deducir que somos una ínfima minoría.
A pesar de todo, hay una representación de la Iglesia en casi todas las localidades importantes del país. Por otra parte, el testimonio que dan va mucho más allá de lo que representan numéricamente. Todo el mundo habla, y bien, de las escuelas, dispensarios y acciones sociales de la Misión Católica.
–¿Cuáles son las posibilidades de evangelización en una situación como ésta?
Frigola: Entendiéndolo bien, se puede –es un deber para todo discípulo de Jesús– evangelizar por todas partes y en toda circunstancia. Evangelizar, antes que abrir ningún libro o que rezar ninguna plegaria, es respetar al otro en su condición humana, reconocerlo, valorarlo.
Evangelizar es salir al encuentro del otro, trayéndole la Buena Noticia. Quizás vale más que nos dejemos de teorías y vayamos más al grano de lo vivido día a día. En esta parcela del Reino de Dios y de nuestro mundo, la evangelización y la promoción humana se complementan y se fecundan mutuamente.
Por un lado, se da una acción pastoral que se centra más en la comunidad cristiana. Por otro, está la acción de carácter social abierta a toda la comunidad humana. Se puede caer en la tentación de separarlas, pero, gracias a Dios, la Iglesia católica que está en el Níger vela lo suficiente para no caer en esta separación.
Las comunidades de la capital y de las otras regiones colaboran generosamente en la lucha contra la pobreza en general y en sectores bien precisos como son la educación, sanidad, promoción de la mujer, ayuda de urgencia, etc. Muchos organismos conocidos en Occidente ayudan. Cabe destacar uno que vela más de cerca por ello, y que tiene sede en Ouagadougou: la Fundación Juan Pablo II para el Sahel.
–¿Qué ha aprendido en esta larga experiencia en África?
Frigola: Gracias por formularlo tan bien como pregunta, pues es bien cierto que he aprendido más de lo que he enseñado. Quizás el vigor y el empuje de los primeros años de misión me hacían pensar que aportaba más que lo que recibía o bien que enseñaba más de lo que aprendía. Con el tiempo esto ha cambiado. Es debido, probablemente, al roce constante con otra cultura, con maneras de pensar y de hacer diferentes.
O quizás, el Evangelio puro y duro (lo que en realidad pide una conversión a hora y a deshora) nos hace volver menos fogosos e imponentes. Acabamos dando más espacio y más cuerpo al testimonio llano y gratuito. Osamos invitar a cualquier pasante de esta penosa tierra a ayudarse y hacer camino juntos.