VALENCIA, martes, 7 junio 2005 (ZENIT.org–Veritas).- El cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo emérito de París, se encuentra estos días en España, en una breve visita invitado por la asociación Amistad Judeocristiana de Valencia, durante la cual impartió una conferencia en la que habló sobre la importancia, sobre todo para los cristianos, del diálogo entre ambas religiones.
El purpurado, judío de nacimiento (su madre fue asesinada en Auschwitz), concedió esta entrevista a la agencia Veritas, en la que pone de relieve la importancia del impulso dado por el Papa Juan Pablo II a la relación con el pueblo judío.
–Usted ha venido a España, entre otros motivos, para impartir una conferencia sobre la importancia del diálogo entre judíos y cristianos. ¿Cómo está actualmente el diálogo entre judíos y cristianos y qué avances se han producido, especialmente en el pontificado de Juan Pablo II?
–Cardenal Jean-Marie Lustiger: La obra del Papa Juan Pablo II es una obra gigantesca. Ya el Concilio Vaticano II había marcado la posición de la Iglesia con respecto a las otras religiones no cristianas, y de forma particular, respecto de los judíos. Posteriormente, en el decreto Nostra Aetate, Juan Pablo II puso en marcha esta orientación de una manera sorprendente, porque no trató la cuestión únicamente como un diplomático ni solamente como un hombre con expectativas de establecer contacto y relaciones de buena voluntad, sino que lo ha hecho a la vez como un místico, un teólogo, un hombre de verdadera caridad, un hombre de fe, un discípulo de Cristo y sobre todo como Papa, como sucesor de Pedro.
Ha mostrado que este diálogo judeocristiano no es simplemente una obra de establecimiento de buenas relaciones, sino que supone descubrir, en la existencia del pueblo judío, el aspecto fundamental de la Revelación, porque se trata de la alianza que Dios ha hecho con su pueblo, sin la cual el misterio de Cristo, en quien creemos y que constituye su Iglesia, perdería toda su consistencia.
El Papa nos ha recordado quiénes éramos haciéndonos comprender quiénes son los judíos. Y nos ha enseñado a entender que si amamos a Cristo y lo seguimos no podemos despreciar a su pueblo y a la gracia que le ha sido concedida.
Esta obra gigantesca de Juan Pablo II no solamente ha tocado los corazones de los cristianos, sino que ha sido comprendida por los judíos los más diversos, desde los más ortodoxos hasta los más alejados de la práctica religiosa, los más secularizados… todos han comprendido que existía un hombre de Dios leal, en quien poder tener confianza. Yo creo que hoy en día, después de siglos de masacres y de muerte, que no han olvidado, sin embargo tienen una verdadera confianza en la persona del Papa, que representa a la Iglesia.
–En general, pero también desde su punto de vista personal, que conoce bien ambos mundos, y que de alguna manera lo ha vivido en su trayectoria personal, ¿qué significado tiene este diálogo?
Cardenal Jean-Marie Lustiger: Es una verdadera aventura espiritual, porque la diversidad extraordinaria de las corrientes del pensamiento judío nos remite a toda clase de aspectos diferentes de nuestra propia fe y práctica religiosa, ¡y estamos sólo al principio de este diálogo!
Hemos llegado un punto en que puede empezar a existir este diálogo en profundidad, porque la confianza ha sido ganada, o restablecida, mejor dicho. Y no sabemos adónde nos puede conducir este diálogo. No se trata de que los judíos se vuelvan cristianos o viceversa, pero sí de que lo que hay en común, no solamente como objeto de fe, sino también en cuando actitud o conducta, nos puede llevar a aclarar las diferencias entre unos y otros.
Por ejemplo, Jesús insiste mucho en que el que ama al Padre y al Cristo debe cumplir sus mandamientos, en que el que no hace la voluntad del Padre no lo ama realmente, por lo que debemos obedecer los mandamientos. Es lo que decía san Agustín, “Ama y haz lo que quieras”, que es un resumen místico, pero san Juan de la Cruz nos recuerda que no amamos si no practicamos los mandamientos.
Hay una tentación en los cristianos de olvidar la necesidad de obedecer los mandamientos como un acto de amor, como el examen mismo del amor, y de ver cómo los judíos actualmente practican a su manera, al pie de la letra, los mandamientos porque son los mandamientos de Dios, nos hace reflexionar. Cuando Jesús dice que Él guarda los mandamientos, y nos pide que los observemos como Él lo hace. Es solo un ejemplo.
–¿Por qué afirma usted que este diálogo es importante especialmente para los cristianos?
Cardenal Jean-Marie Lustiger: Yo pienso que para los cristianos este diálogo nos lleva a la integridad y a la verdad de la fe cristiana. Imagine que hay un barco, que hay un anclaje donde amarrarlo, si no estamos amarrados a este anclaje, podemos ir a la deriva y nos podemos perder. En cambio, no nos perdemos si estamos amarrados al anclaje, que no es el barco, pero que es necesario para su equilibrio, y la tensión que provoca su resistencia hace que nos ayude a permanecer en nosotros mismos.
Es sorprendente ver que ante esta gran “deriva” de la civilización moderna, actual, contemporánea, a la que el Concilio Vaticano II quiso responder de antemano, la posición ética, moral y antropológica sobre la condición humana de los judíos creyentes, fieles a la tradición religiosa de Israel, y la de la Iglesia católica tienen numerosos puntos similares.
Es como si nos encontráramos al lado uno del otro ante una luz común que hemos recibido, y esto no es sorprendente, porque en las enseñanzas de Jesús, cuando le preguntan sobre lo que hoy llamamos problemas antropológicos (la relación del hombre con la mujer, con el dinero, con el mundo, con la realidad, con el prójimo, con el pobre…) Jesús se refiere siempre al Génesis. Si tomamos a la Iglesia, al Papa Juan Pablo II, siempre hace referencia al “principio” cuando habla de relación entre el hombre y la mujer, el hombre como imagen de Dios.
Tenemos con los judíos las mismas referencias bíblicas y antropológicas de la condición humana. Incluyendo la fe en la redención, aunque no dibujamos al Redentor de la misma manera. Nosotros tenemos y creemos que Dios envió a su Hijo, que es el Mesías. Israel espera que el Mesías venga, pero cree en el perdón de los pecados que Dios prometió, y en la gracia, y en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Esperan que el Mesías venga en su gloria, y nosotros también esperamos la venida de Cristo en la gloria.
En resumen, tenemos un mismo encuadre bíblico de la estructura de la fe y de la estructura antropológica, que hace que hoy en día nos encontremos al lado uno del otro, aunque estemos separados por elementos de nuestra fe.
–¿Cómo se ve desde ambos puntos de vista, el judío y el cristiano, la cuestión del laicismo, de la secularización, que tan arraigada está en Francia y que con tanta fuerza está llegando a España?
–Cardenal Jean-Marie Lustiger: Es un problema muy difícil, porque hemos sufrido un proceso de mutación muy grande. Es difícil analizar los factores de un problema cuando uno se encuentra en medio.
Hay por lo menos dos factores que se entrelazan el uno al otro. El primero es un cambio muy profundo del conjunto de la cultura, me refiero a la cultura popular, en cuanto que opuesta a la cultura de los sabios, de las élites, de las personas que han tenido la oportunidad de hacer estudios más especializados. Hoy la cultura popular abarca también a los doctores, los ingenieros, los abogados, los banqueros, los obreros, todos tienen la misma cultura, la misma televisión.
Esta cultura hoy prácticamente toma una forma nueva, que sustituye, con la imagen y la saturaci
ón de los sentidos, la reflexión crítica de la razón. Yo creo que esta evolución de la técnica y la civilización ha llevado a la destrucción de la razón para las masas de gente, ha sustituido la razón, que era la gran ambición y la gran esperanza al principio de la era moderna, por la afectividad y la opinión.
Tras el drama de esta civilización que llegó hasta el totalitarismo, que es a su vez la negación interna de la razón y de la esperanza cristiana, ha habido una mutación de la civilización, que es el momento en el que estamos. En estos momentos hay una serie de teologías cristianas, más o menos formadas, que han comprendido este cambio del que hemos hablado al principio.
Yo no sé si se puede hacer una comparación entre la laicidad y el antisemitismo, aunque hay lazos, pero hay un verdadero combate espiritual y de la verdad, para introducir en este cambio de civilización la utilidad del hombre que es su razón, su libertad, y la luz del Evangelio que nos aclara lo que somos como criaturas humanas. Respondamos a Dios y recibamos de Él nuestra dignidad. En realidad no sabemos adónde va esta sociedad, pero vamos a luchar para que sea lo mejor y no lo peor.