Ser reflejo del amor de Jesús tras el genocidio de Ruanda

Sabina Iragui Redín, Hija de la Caridad

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MADRID, miércoles, 8 junio 2005 (ZENIT.org).- Nacida en Navaz (Navarra), Sabina Iragui Redín, hija de la Caridad, hace 32 años se fue a Ruanda, donde llegó con otra hermana española. Eran las dos primeras Hijas de la Caridad que llegaban a la zona. Hoy, sigue allí, en Kigali, una tierra que trata de superar el trauma del genocidio.

–¿Cómo llegaron a Ruanda y Burundi?

–En el año 1973, fuimos a fundar y a vivir allí con la gente. Las Hijas de la Caridad en aquella época abrieron 6 misiones en Burundi y 3 en Ruanda. Al principio fuimos llamadas por los obispos, para llevar adelante el servicio sanitario como enfermeras y nos dedicábamos sobre todo a atender centros de salud. Poco a poco se fueron incorporando las hermanas nativas y se fueron ampliando los servicios que prestábamos. Entre el año 85 y 87 el presidente de Burundi negó los visados para seguir en el país a todos los misioneros. Las hermanas que estaban en Burundi tuvieron que salir. Muchas hermanas nativas se vinieron con nosotras a Ruanda y abrimos dos misiones en el este del Congo, en la parte de los lagos.

–Luego vino el genocidio de 1994…

–Cuando ocurrió nos trasladamos a Goma, en el Congo, para poder asistir a los refugiados y nos pusimos a trabajar en los campos. Para ayudar, se juntaron cerca de 35 hermanas. Al principio organizamos un campo de refugiados con los salesianos y otro con Médicos sin Fronteras. Éstos últimos nos proporcionaban sueros y medicinas para atender a los enfermos, porque no teníamos nada, sólo nuestros brazos. Además estalló la epidemia de cólera. Estalló de golpe, debido a que se tiraban los cadáveres de los asesinados al lago Kivu y la gente bebía el agua. La epidemia fue de una violencia terrible. Los soldados franceses enviados allí nos traían agua, porque tampoco había agua potable. Recuerdo a un soldado que nos decía: »¡Qué labor realizan, hermanas!, ¿Qué puedo hacer yo, porque no hago nada?». Y sacó todo el dinero que llevaba encima y me lo dio. Aquel dinero lo utilizamos para dar de comer a la gente, porque era muy triste ver cómo venían de Ruanda sin nada.

Luego fui a trabajar a un campo de refugiados en colaboración con UNICEF. Era un campo de niños huérfanos. Habría unos 5.000. Los traían de los caminos y de la selva donde los habían encontrado encima de sus madres muertas. Aquello era terrible. Luego volví a Ruanda, a Kivuyu, en la alta montaña.

–¿Y no corría peligro allí?

–Sí. En la montaña también había peligro y tuvimos que huir por otra ruta hacia el Congo. Pero allí la situación tampoco era fácil. De las dos casas que había en el Congo, una se cerró porque una noche mataron al sacerdote de la parroquia del pueblo y las hermanas tuvieron que ser evacuadas. Y la otra casa, la de Goma, al estallar la guerra también en el Congo, tuvimos que cerrarla. Luego tuvo lugar la erupción del volcán Yiragongo y la lava la sepultó. Por lo que aquello terminó de arreglarlo. Es la providencia.

–¿Cómo se plantearon la misión tras tantas catástrofes?

–Después del 96, tras el genocidio de Ruanda, tuvimos una asamblea para responder a las nuevas pobrezas que habían surgido en el país, y nos pusimos manos a la obra. Ahora trabajamos en diversas áreas. La primera, con los niños de la calle. Son numerosísimos, sobre todo chicas. Luego están las cárceles, donde se lleva comida.

–Las cárceles están atestadas, ¿verdad?

–Y van a estarlo mucho más porque se sigue juzgando a gente. Ahora mismo hay más de 100.000 personas en las cárceles, pero puede que alcancen la cifra de 700.000. Nosotras no sabemos quién es culpable o inocente. Sólo que hay muchos enfermos de sida y tuberculosos.

También nos centramos en el trabajo con la mujer. Es un país de mujeres. Murieron muchos hombres y muchos otros están en las cárceles. Hemos organizado asociaciones de mujeres y se trabaja con todas sin ninguna discriminación. Se tienen reuniones, se lee el evangelio, se comparte la palabra de Dios, se las ayuda, se piden tierras para que puedan cultivarlas y, así, ayudar a que sus hijos estudien y puedan salir adelante. Las mujeres son muy valientes, y vale la pena ayudarlas porque tienen mucha fortaleza y sacan adelante todo. También trabajamos con los huérfanos, el Sida…

–Misión: pan partido para el mundo, es el lema que Juan Pablo II propuso para la próxima Jornada Mundial de las Misiones (Domund)…

–Jesús es el verdadero pan partido para el mundo. Haciéndome pobre con los pobres, intento ser también ese pan, y compartir mi vida y partir mi entusiasmo con los pobres, en un país de verdadera pobreza y, así, ser reflejo del amor misericordioso de Jesús, porque lo que más cuenta es el amor.

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ZENIT Staff

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