BOGOTÁ, miércoles, 15 junio 2005 (ZENIT.org).- Por su interés, publicamos la reflexión incluida en un especial de «El Catolicismo» (www.elcatolicismo.com.co) –órgano oficial de la archidiócesis de la capital colombiana— por el Día del Padre, el próximo 19 de junio (el tercer domingo de junio es la fecha señalada para esta celebración en la mayoría de los países del continente americano, si bien en el resto del mundo, por lo general, se festeja el 19 de marzo, festividad de San José).
De acuerdo con la publicación archidiocesana, el padre «se distingue por la preocupación por el bienestar de los suyos». El Día del Padre «es una fecha para reflexionar sobre lo que significa ser padre en la actualidad y las responsabilidades que ello implica».
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El significado de ser padre
El «buen padre», imagen ampliamente difundida por las sociedades de consumo, es la de «proveedor»: aquél que satisface todas las necesidades materiales del hogar. Para «que no les falte nada a los hijos» trabaja jornadas dobles y aún los fines de semana. El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando ya le han sido creadas otras. Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro para disfrutar lo importante: la experiencia única de ver crecer a los hijos.
Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos y hablan de «una nueva dimensión en la convivencia familiar».
A pesar de los iracundos reproches de quienes pretenden perpetuar el tabú inmemorial de que cuando el padre se involucra emocionalmente con el hijo se torna «suave como una segunda madre», y que si participa en el cuidado y atención del hijo se convierte en simple «mandilón», cada día son más los padres presentes en el quirófano en el momento del nacimiento de sus hijos, en los cursos prenatales y de posparto para capacitarse en el cuidado del bebé.
Se necesitan dos para engendrar un hijo. También se necesitan dos para su desarrollo. La intuición femenina permite a la madre establecer una comunicación vital con el hijo desde el momento mismo de su nacimiento. Interpreta las señales de temor en el infante y con mimos lo tranquiliza y conduce suavemente.
La voz del padre es de importancia suma: da seguridad, confianza en el porvenir, establece los límites de la conducta infantil, y cierra el círculo del amor que debe rodear al niño. El padre proporciona un elemento único y esencial en la crianza del hijo y su influencia es poderosa en la salud emocional. La madre le dice: «con cuidado», y el padre le dice «uno más», al estimular al pequeño a subir otro peldaño para que llegue a la cima. Juntos, tomados de la mano, padre y madre guían al retoño en el camino de la vida.
El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales y las psíquicas. Trasciende la preocupación de sí mismo y sus ocupaciones, y logra ver al hijo en sus propios términos. Propicia el ambiente que le permita el desarrollo de su potencial en un marco de libertad responsable, no de dominación.
No se detiene en la periferia, sino que conoce al hijo de cerca. Lo guía sin agresividad, con firmeza motivada y razonada, por el camino de los valores que desea heredarle. El padre de hoy se ha dado permiso para ver con ojos de amor al retoño de sus entrañas. Advierte en el hijo, más allá de las limitaciones presentes, el cúmulo de posibilidades que está por realizar. Y a su lado goza cada peldaño de su desarrollo.