CHICAGO, domingo, 19 junio 2005 (ZENIT.org–El Observador).- La acogida de los inmigrantes constituye una de las preocupaciones más agudas de monseñor Charles J. Chaput OFM Cap., arzobispo de Denver.
¿Cómo se armoniza el refuerzo de las fronteras entre México y Estados Unidos y, a la vez, acoger a los inmigrantes? Quizá allí esté la clave de las políticas humanitarias que demanda la Iglesia católica.
Monseñor Chaput es cabeza del Comité de Libertad Religiosa en Estados Unidos, nombrado por el gobierno de esta nación. Además, es nieto de una indígena norteamericana, lo que hace que la conversación con él fluya en diversos sentidos. He aquí el texto de la entrevista que sostuvo con Zenit–El Observador.
–¿Cuál es su opinión, como arzobispo católico del estado actual de la libertad religiosa en Estados Unidos?
–Monseñor Chaput: Hay una cuestión que me mantiene sumamente temeroso: la creciente hostilidad que existe en Estados Unidos para todos aquellos que tocamos temas religiosos en la plaza pública. Hay una gran confusión entre la gente de este país: se puede hablar de temas éticos en cualquier lugar, pero sin tocar la religión. Pareciera que la libertad religiosa nada tuviera que ver con los derechos humanos; todo lo tenemos que envolver en discusiones éticas. Porque hablar de la dignidad de la persona humana está muy bien visto, pero no si se liga la dignidad de la persona con la fe.
–¿Es el catolicismo el último de los prejuicios aceptables en su país?
–Monseñor Chaput: No es solamente el catolicismo, sino de todos los cristianos que quieren hacer un compromiso público con los derechos humanos.
–Uno de los temas en que mayormente se involucra la Iglesia católica es en la defensa de los derechos humanos de los inmigrantes. Como arzobispo de Denver, una arquidiócesis muy poblada de inmigrantes, ¿cuál es su experiencia en la integración de estas personas a la fe católica?
–Monseñor Chaput: Nosotros tenemos muchas gente que ha arribado a Denver y a sus alrededores en los últimos años. Esto ha hecho que Denver crezca de manera significativa. Esto no obsta para que la Iglesia los reciba con alegría y entusiasmo. Sin embargo, no faltan quienes acusan a la Iglesia de no hacer nada en contra de las violaciones a los derechos humanos de los inmigrantes. Nosotros estamos a favor de reforzar las leyes que permitan un marco de desarrollo para nuestro país, pero, también, estamos a favor de la gente que sufre -sean o no ilegales.
–¿Se puede integrar el aspecto de seguridad y el aspecto humano?
–Monseñor Chaput: Se debe integrar. No podemos dejar a un lado la protección de las fronteras de Estados Unidos, pero, tampoco, la dignidad de las personas que arriban aquí. Esa es parte de la discusión actual en el tema de la inmigración.
–¿Y los nativos? ¿Qué experiencia de integración hay de los indígenas americanos?
–Monseñor Chaput: Yo soy nieto de una mujer indígena, nativa de Estados Unidos y estoy al frente del Comité que los atiende por parte de la Conferencia del Episcopado de Estados Unidos. Tengo un especial interés en este tema. Y es que, por ser tan pocos, se nos olvida que existen. Son una pequeña minoría de nuestra población en Denver, aunque en diócesis como la que yo estaba antes, Dakota del Sur, sí que son importantes. Lo que importa, sin embargo, es que sus derechos humanos sean respetados y sean puestas en práctica nuevas políticas que los ayuden a desarrollarse plenamente. Que no nos olvidemos de sus derechos. Es nuestra obligación con ellos.
–¿Es posible, a estas alturas de la integración comercial del continente americano, empezar a explorar formas de integración espiritual, católica, siguiendo el camino marcado por «Ecclesia in America»?
–Monseñor Chaput: Ya lo creo que sí. Yo tuve el privilegio de estar en Roma, durante el Sínodo de América y más tarde en la Ciudad de México, cuando el Santo Padre Juan Pablo II dio a conocer, oficialmente, este importantísimo documento. Y creo que es importante para todos nosotros –los obispos-pensar en que América es un solo continente y así, entender nuestras relaciones unos con otros. Aunque estemos ocupados en las tareas del día con día, no debemos perder de vista este objetivo –marcado por el Sínodo– de la nueva evangelización de todas las Américas.