CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 24 agosto 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, dedicad a recordar su primer viaje apostólico internacional a Alemania, del 18 al 21 de agosto con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Como el querido Juan Pablo II solía hacer después de cada peregrinación apostólica, también yo querría hoy recorrer junto a vosotros los días pasados en Colonia, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. La Providencia divina ha querido que mi primer viaje pastoral fuera de Italia tuviera como meta precisamente mi país de origen y con motivo del gran encuentro de los jóvenes del mundo, veinte años después de la institución de la Jornada Mundial de la Juventud, surgida de la intuición profética de mi inolvidable predecesor. Tras mi regreso, desde lo profundo de mi corazón, doy gracias a Dios por el don de esta peregrinación, de la que conservaré un querido recuerdo. Todos hemos experimentado que era un don de Dios. Ciertamente muchos han colaborado, pero al final la gracia de este encuentro era un don de lo Alto, del Señor. Mi gratitud se dirige al mismo tiempo a todos los que con compromiso y amor han preparado y organizado este encuentro en cada una de sus fases: en primer lugar, al arzobispo de Colonia, el cardenal Joachim Meisner, al cardenal Karl Lehmann, presidente de la Conferencia Episcopal, y a los obispos de Alemania, con los que me encontré precisamente al final de mi visita. Quisiera, después, dar las gracias nuevamente a las autoridades, a las organizaciones y voluntarios que han ofrecido su contribución. Doy también las gracias a las personas y comunidades que, desde todas las partes del mundo, han dado su apoyo con la oración y a los enfermos, que han ofrecido sus sufrimientos por el éxito espiritual de esta importante cita.
El abrazo con los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud comenzó desde mi llegada al aeropuerto de Colonia-Bonn y fue haciéndose cada vez más emocionante al recorrer el Rhin desde el muelle de Rodenkirchenerbrucke hasta Colonia, escoltados por cinco embarcaciones en representación de los cinco continentes. Luego fue sumamente sugerente el alto ante el embarcadero del Poller Rheinwiesen, donde estaban presentes miles y miles de jóvenes, con los que mantuve el primer encuentro oficial, llamado oportunamente «fiesta de la acogida», que tenía como lema las palabras de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mateo 2, 2). Fueron precisamente los Magos los «guías» para esos jóvenes peregrinos hacia Cristo. Qué significativo es el hecho de que todo esto haya tenido lugar mientras nos encaminamos hacia la conclusión del Año Eucarístico, convocado por Juan Pablo II! «Hemos venido a adorarle», el tema del Encuentro, invitó a todos a seguir a los Magos, y a cumplir junto a ellos un viaje interior de conversión hacia el Emanuel, el Dios con nosotros, para conocerle, encontrarle, adorarle, y, después de haberle encontrado y adorado, volver a comenzar llevando en el espíritu, en nuestra intimidad, su luz y alegría.
En Colonia, los jóvenes han podido profundizar en varias ocasiones en estos temas espirituales y han sido estimulados por el Espíritu Santo a ser testigos de Cristo, que en la Eucaristía prometió quedarse realmente presente entre nosotros hasta el final del mundo. Vuelvo a pensar en varios momentos que tuve la alegría de compartir con ellos, especialmente en la vigilia del sábado por la noche y en la celebración conclusiva del domingo. A estas sugerentes manifestaciones de fe se unieron millones de otros jóvenes de todos los rincones de la tierra, gracias a las providenciales transmisiones de radio y televisión. Pero quisiera evocar aquí un encuentro singular, el de los seminaristas, jóvenes llamados a un seguimiento más radical de Cristo, maestro y pastor. Quise que hubiera un momento específico dedicado para ellos para resaltar también la dimensión vocacional típica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido en estos veinte años precisamente durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo deja escuchar su llamada.
En el contexto lleno de esperanza de las Jornadas de Colonia, se enmarca muy bien el encuentro con los representantes de las demás iglesias y comunidades eclesiales. El papel de Alemania en el diálogo ecuménico es importante, ya sea por la triste historia de divisiones, ya sea por el papel significativo que ha desempeñado en el camino de la reconciliación. Deseo que el diálogo, como intercambio recíproco de dones y no sólo de palabras, contribuya además a hacer crecer y madurar esa «sinfonía» ordenada y armoniosa que es la unidad católica. En esta perspectiva, las Jornadas Mundiales de la Juventud representan un válido «laboratorio» ecuménico. Y, ¿cómo no revivir con emoción la visita a la Sinagoga de Colonia, en la que tiene su sede la comunidad judía más antigua de Alemania? Con los hermanos judíos recordé la Shoá, y el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. Este año se celebra, además, el cuadragésimo aniversario de la declaración conciliar «Nostra aetate», que inauguró una nueva estación de diálogo y de solidaridad espiritual entre judíos y cristianos, así como de estima por las demás grandes tradiciones religiosas. Entre estas, ocupa un lugar particular el Islam, cuyos seguidores adoran al único Dios y se remontan con gusto al patriarca Abraham. Por este motivo, quise encontrarme con los representantes de algunas comunidades musulmanas, a los que manifesté las esperanzas y las preocupaciones del difícil momento histórico que estamos viviendo, deseando que se extirpe el fanatismo y la violencia y que juntos podamos colaborar siempre en la defensa de la dignidad de la persona humana y tutelar sus derechos fundamentales.
Queridos hermanos y hermanas, desde el corazón de la «vieja» Europa, que en el siglo pasado, por desgracia, experimentó horrendos conflictos y regímenes inhumanos, los jóvenes han vuelto a lanzar a la humanidad de nuestro tiempo el mensaje de la esperanza que no decepciona, pues está fundada sobre la Palabra de Dios, hecha carne en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. En Colonia, los jóvenes han encontrado y adorado al Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Eucaristía y han comprendido mejor que la Iglesia es la gran familia por la que Dios forma un espacio de comunión y de unidad entre todo continente, cultura y raza, por así decir, una «gran comitiva de peregrinos» guiados por Cristo, estrella radiante que ilumina la historia. Jesús se hace nuestro compañero de viaje en la Eucaristía, y en la Eucaristía --así decía en la homilía de la celebración conclusiva tomando de la física una imagen muy conocida-- produce la «fisión nuclear» en el corazón más escondido del ser. Sólo esta íntima explosión del bien que vence al mal puede dar vida a otras transformaciones necesarias para cambiar el mundo. Recemos, por tanto, para que los jóvenes de Colonia lleven consigo la luz de Cristo, que es verdad y amor, y la difundan por doquier. De este modo podremos asistir a una nueva primavera de esperanza en Alemania, en Europa y en todo el mundo.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa dirigió este saludo a los peregrinos en castellano:] Queridos hermanos y hermanas:
La divina Providencia ha querido que el primer viaje apostólico fuera de Italia fuera en mi País de origen con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, instituida con intuición profética por mi inolvidable predecesor Juan Pablo II. El primer encuen
tro con los jóvenes a lo largo del Rin, en la «fiesta de acogida», y los sucesivos han dejado un recuerdo imborrable. Los Reyes Magos han sido, para los jóvenes de tantos países y culturas, como los «guías» que los han acompañado hacia Cristo para adorarlo en el misterio de su presencia en la Eucaristía.
En Colonia los jóvenes se han sentido movidos por el Espíritu Santo para ser testigos entusiastas y coherentes de Cristo, que en la Eucaristía ha prometido permanecer realmente presente entre nosotros hasta el fin del mundo. Emotivo ha sido el encuentro con los jóvenes seminaristas, llamados en un seguimiento radical de Cristo.
Han tenido una resonancia particular el encuentro ecuménico con representantes de Iglesias y Comunidades eclesiales, así como la visita a la Sinagoga de Colonia y el encuentro con representantes de algunas Comunidades musulmanas, con una actitud de sincero diálogo y mutua comprensión.
Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos parroquiales de varia diócesis españolas y a los jóvenes de las diócesis: Guayaquil (Ecuador) y Nueve de Julio (Argentina), así como a los demás fieles de América Latina. Como los Magos, buscad a Jesús, que es el rostro misericordioso del Padre, que sigue iluminando la vida de todo hombre.