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Queridos hermanos y hermanas

Es una gran alegría para mi estar esta noche con vosotros, en esta ciudad de Colonia a la que amo por tantos recuerdos que me unen a ella. Durante algunos años he vivido en la ciudad cercana de Bonn como profesor, y venía frecuentemente a Colonia donde he encontrado muchos amigos. Considero un especial designio de la Providencia el hecho de que muy pronto se estableció una relación de amistad con el Arzobispo de entonces, el Cardenal Joseph Frings, que me concedió toda su confianza y me llamó como teólogo suyo para el Concilio Vaticano II, pudiendo, de este modo, participar activamente en aquel evento histórico. También conocí al sucesor, el Cardenal Joseph Höffner, con quien me relacioné durante años, primero como colega fraterno en la Conferencia Episcopal alemana y luego en la colaboración común en diversos Dicasterios de la Curia romana. También es un buen amigo vuestro actual Arzobispo, el Cardenal Joachim Meisner, al que agradezco las palabras de calurosa acogida y el gran empeño que ha puesto durante estos meses en la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud. Deseo expresar también mi profundo reconocimiento por todo su empeño al Cardenal Karl Lehmann, Presidente de la Conferencia Episcopal alemana, y por mediación suya a los Obispos y a todos los que se han ocupado de movilizar a las fuerzas vivas de la Iglesia de este País con vistas a este gran acontecimiento eclesial de hoy. Agradezco a todos los que han preparado durante meses y meses este momento fuerte, tan esperado por todos: en particular, al Comité organizador de Colonia, pero también a las diócesis y las comunidades locales que han acogido a los jóvenes en estos últimos días. Puedo imaginar lo que todo esto significa, la energía empleada y los sacrificios que ha costado, y espero que redunden en el éxito espiritual de esta Jornada Mundial de la Juventud. Finalmente, he de manifestar mi profunda gratitud a las autoridades civiles y militares, a los responsables municipales y regionales, a los cuerpos de policía y a los agentes de seguridad de Alemania y del Land Renania Septentrional-Westfalia. En la persona del alcalde de esta ciudad doy las gracias a toda la población de Colonia por la comprensión demostrada ante la «invasión» de tantos jóvenes procedentes de todas las partes del mundo.

La ciudad de Colonia no sería lo que es sin los Reyes Magos, que tanto han influido en su historia, su cultura y su fe. En cierto sentido, la Iglesia celebra aquí todo el año la fiesta de la Epifanía. Por eso, antes de dirigirme a vosotros delante de esta magnífica catedral, he querido recogerme unos instantes en oración ante el relicario de los tres Reyes Magos, dando gracias a Dios por su testimonio de fe, de esperanza y de amor. En 1164, las reliquias de los Magos salieron de Milán y, escoltadas por el arzobispo de Colonia Reinald von Dassel, atravesaron los Alpes hasta llegar a Colonia, donde fueron acogidas con grandes manifestaciones de júbilo. En su peregrinación por Europa, las reliquias de los Magos han dejado huellas evidentes, que aún hoy permanecen en los nombres de lugares y en la devoción popular. Los habitantes de Colonia han hecho fabricar para las reliquias de los Rey Magos el relicario más precioso de todo el mundo cristiano y, como si no bastara, han levantado sobre él un relicario más grande todavía, como es esta estupenda catedral gótica que, después de los desperfectos de la guerra, ha vuelto a presentarse a los ojos de los visitantes en todo el esplendor de su belleza. Junto con Jerusalén la «Ciudad Santa», con Roma la «Ciudad Eterna», con Santiago de Compostela en España, gracias a los Magos, Colonia se ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos en uno de los lugares de peregrinación más importantes del occidente cristiano.

Sin embargo, Colonia no es solamente la ciudad de los Magos. Está profundamente marcada por la presencia de tantos santos que, mediante el testimonio de su vida y la huella que han dejado en la historia del pueblo alemán, han contribuido al crecimiento de Europa sobre las raíces cristianas. Pienso en particular en los mártires y las mártires de los primeros siglos, como la joven Santa Úrsula y sus compañeras que, según la tradición, fueron martirizadas bajo Diocleciano. Y, ¿cómo no citar a San Bonifacio, el apóstol de Alemania, que en el año 745 fue elegido Obispo de Colonia con el consentimiento del Papa Zacarías? A esta ciudad está vinculado el nombre de San Alberto Magno, cuyo cuerpo descansa aquí cerca, en la cripta de la iglesia de San Andrés. En Colonia, Alberto Magno tuvo como discípulo a Santo Tomás de Aquino, que después fue también profesor aquí. Tampoco se puede olvidar al beato Adolph Kolping, muerto en Colonia en 1865, que, tras ser zapatero se hizo sacerdote y fundó numerosas obras sociales, sobre todo en el campo de la formación profesional. Pasando a los tiempos más recientes, pienso en Edith Stein, eminente filósofa judía del siglo XX, que entró en el Carmelo de Colonia con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y murió en el campo de concentración de Auschwitz. El Papa Juan Pablo II la ha canonizado y declarado Copatrona de Europa, con Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena.

Con éstos y con todos los demás santos, conocidos o desconocidos, descubrimos el rostro más íntimo y más verdadero de esta ciudad y tomamos conciencia del patrimonio de valores que las generaciones cristianas que nos han precedido nos han confiado. Es un patrimonio muy rico. Hemos de estar a su altura. Es una responsabilidad que nos recuerdan hasta las piedras de los antiguos edificios de la ciudad. Por lo demás, hablando de valores espirituales, es posible dar vida a una comprensión recíproca entre los hombres y los pueblos, entre culturas y civilizaciones, aunque sean diferentes. En este contexto, dirijo un caluroso saludo a los representantes de las diversas confesiones cristianas y de las otras religiones. Doy gracias a todos por su presencia en Colonia con ocasión de este gran encuentro, esperando que ello haga progresar en el camino de la reconciliación y la unidad entre los hombres. En efecto, Colonia no sólo nos habla de Europa, sino que nos abre a la universalidad de la Iglesia y del mundo. Aquí está uno de los tres Magos que ha sido representado como un rey negro y, por lo tanto, como el representante del continente africano. Según la tradición, aquí murieron los mártires san Gereón y compañeros, de la legión tebana. Independientemente de la precisa credibilidad histórica de tales tradiciones, el culto a estos santos, que ha florecido en el curso de los siglos, atestigua la apertura universalista de los fieles de Colonia y, más en general, de la Iglesia que ha crecido en Alemania gracias a la acción apostólica de San Bonifacio. Esta apertura se ha confirmado en tiempos recientes por grandes iniciativas caritativas, como «Misereor», «Adveniat», «Missio» y «Renovabis». Estas obras, surgidas también en Colonia, hacen presente la caridad de Cristo en todos los continentes.

Ahora estáis aquí vosotros, jóvenes del mundo entero, representantes de aquellos pueblos lejanos que reconocieron a Cristo a través de los Magos y que fueron reunidos en el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, que acoge a hombres y mujeres de todas las culturas. Hoy corresponde a vosotros la tarea de vivir el aliento universal de la Iglesia. Dejáos inflamar por el fuego del Espíritu, para que un nuevo Pentecostés renueve vuestros corazones. Que por vuestra mediación, vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas y se abran a acoger al Verbo de Dios encarnado, que ha muerto y resucitado para la salvación del mundo.

[Traducción del original en alemán distribuido por la Sala de Prensa de la Santa Sede]