CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las conclusiones del tercer encuentro de presidentes de Comisiones de Familia y Vida de las conferencias episcopales de América Latina, celebrado a inicios de diciembre por iniciativa del Consejo Pontificio para la Familia.
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Introducción
Convocados por el Consejo Pontificio para la Familia, los presidentes de las comisiones de familia y de la vida de las Conferencias episcopales de América Latina y el Caribe nos hemos reunido en la Ciudad del Vaticano para compartir y profundizar, en una atmósfera fraterna, sobre diversos temas que tienen que ver con la familia y la defensa de la vida.
La encíclica «Evangelium vitae», en sus diez años de ser proclamada, ocupó de manera especial nuestra atención. El evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús y la Iglesia con renovada esperanza lo anuncia a todos los pueblos y hombres de América, a quienes les reitera que el evangelio de la vida y el evangelio de la familia son un único e indivisible evangelio.
Nuestra preocupación como pastores nos llevó a un detallado estudio sobre los desafíos que amenazan a la familia en América Latina, así como a proponer nuevas respuestas y nuevas perspectivas para afrontar la problemática familiar en nuestros países.
Con especial atención seguimos el desarrollo de las legislaciones nacionales, de las más recientes decisiones judiciales de nuestros países, como también las políticas promovidas por organismos de Naciones Unidas que sin duda alguna se constituyen en amenaza contra la dignidad humana y la institución familiar.
Dedicamos, del mismo modo, un buen tiempo para presentar y dialogar sobre el V Encuentro Mundial de las Familias que se realizará en Valencia (España) el mes de julio de 2006 y cuyo tema será: «La familia y la transmisión de la fe».
En todo este trabajo hemos constatado cómo en la historia de nuestros países experimentamos que nuestro camino hacia el encuentro del Señor de la vida se realiza, como dice san Agustín, entre las tribulaciones del mundo y las consolaciones de Dios.
En Jesucristo, dador de la vida y autor del matrimonio, estamos convencidos de la necesidad de fortalecer en nuestras Iglesias particulares el trabajo a favor de la vida y en defensa de la dignidad humana y de la familia. En su nombre presentamos las siguientes conclusiones como referentes fundamentales de la acción pastoral de nuestros países.
Comprobamos con esperanza
La Iglesia cuenta con un rico magisterio doctrinal y pastoral sobre la familia, incrementado en los últimos tiempos, especialmente en el pontificado de Juan Pablo II. Él insistió en la idea de que la familia es el primero y más importante camino de la existencia terrena de todo hombre, a la que la Iglesia debe servir como una de sus tareas esenciales.
Se reconoce la importancia del trabajo pastoral por la familia en las Conferencias episcopales y en las diócesis de América Latina, que cuentan con algunas estructuras básicas para el trabajo por la defensa de la vida y la familia y que han aportado numerosos documentos en los que se reitera su centralidad.
En nuestros países hay una clara conciencia de que la familia es prioritaria para la vida de la Iglesia y de la sociedad por ser la célula primordial para la transmisión de la fe, de la cual los padres son los primeros responsables. Ellos son los primeros evangelizadores.
La familia ocupa un lugar privilegiado como sujeto social y comunidad básica «anterior y superior al Estado», que goza de una cierta «soberanía» («Gratissimam sane», 17) en el concierto social.
En buena parte de América Latina existen planes pastorales de las Conferencias episcopales y directorios actualizados de familia. Igualmente hay estructuras cada día más consolidadas que atienden este campo pastoral.
Las parroquias, principales comunidades de la acción pastoral de la Iglesia (Cf. «Sacrosanctum Concilium», 42), son cada vez más conscientes de la necesidad de organizar movimientos en defensa de la familia. Son numerosas y significativas las experiencias que en este sentido se han promovido en América Latina.
Entre nosotros se incrementa la preparación al matrimonio y el acompañamiento a matrimonios jóvenes o en situaciones irregulares.
En el campo político, aunque todavía en forma muy limitada, nace la conciencia de la necesidad de legislaciones sobre la promoción y la defensa de la familia fundada en el matrimonio.
Son ya numerosos los institutos de la familia y de bioética en los cuales se imparte una adecuada preparación académica y pastoral.
En el campo teológico, así como en otros campos del saber, crece el interés por la investigación en torno a la familia y a la vida. Hay importantes revistas y publicaciones interdisciplinarias que han contribuido a la reflexión sobre la totalidad de la entrega y del mutuo otorgamiento que se da entre los esposos. Son numerosos los estudios sobre el matrimonio, los hijos, el derecho a la vida y los derechos de la familia.
Existen movimientos laicales que aumentan en importancia y que tienen como finalidad el trabajo de la familia y de la vida y que buscan el reconocimiento del Estado y de los organismos internacionales de los legítimos derechos de la familia. Estos movimientos son de gran importancia tanto en el ámbito diocesano, como en el nacional, regional, internacional y mundial.
Las reuniones de expertos se han incrementado notablemente. Son diversos y ricos en temáticas los congresos, los encuentros, los simposios y las jornadas de reflexión sobre la temática familiar.
Una realidad que nos interpela
Como pastores, sentimos profundo dolor por el desconcierto en el que se debate la vida familiar: disgregada por la falta de amor, acechada por legislaciones y organizaciones que buscan su disolución, debilitada por el consumismo y el hedonismo, golpeada por la violencia intrafamiliar, empobrecida por el desempleo, la corrupción y la inequidad social.
Constatamos con preocupación el peligro de una concepción antropológica difundida ampliamente en los países de América Latina que desconoce la centralidad de la persona humana y su dignidad, así como el valor de la familia. Esta nueva ideología amenaza la identidad y la misión de la familia, en una región que también vive la secularización que afecta a la cultura contemporánea.
Advertimos la confusión respecto del «modelo» de familia que se presenta como legítimo ante la sociedad. Social y legalmente se pone en entredicho la institución natural familiar con el recurso del lenguaje. Ya no se habla de la familia, sino del plural «las familias». Este uso equívoco del lenguaje supone un abuso de la identidad y misión de la familia querida por Dios. Al privatizarse la familia y al quitársele su indispensable dimensión social, se aumentan las alternativas al matrimonio, con las que también se niegan sus notas esenciales y su concepción, todo lo cual conduce a herir la fe y la razón.
En el ámbito latinoamericano existe el riesgo de que se promulguen legislaciones gravemente arbitrarias, como las uniones de hecho o de facto, sean estas heterosexuales u homosexuales.
Percibimos una concertación internacional para introducir leyes inicuas e injustas en contra del matrimonio, de la vida y de la familia.
Nos preocupa el aumento de la banalización del sexo, que se traduce, por ejemplo, en la elaboración de manuales inaceptables de educación sexual que imprimen una nueva mentalidad que promueve la confusión moral que se manifiesta en el relativismo y la ambigüedad del lenguaje.
En las legislaciones de América Latina existe la tendencia a adoptar leyes e incisos que abren las puertas a situaciones que ponen en peligro la integridad de la familia.
Igualmente sentimos que la famil
ia y la vida están seriamente amenazadas por la manipulación de los medios de comunicación social y por el uso de expresiones ambiguas que esconden graves daños a la dignidad e integridad de la vida y la persona humana.
Advertimos como un peligro para la familia el contraste entre los indicadores de la macroeconomía y la realidad creciente de las mayorías empobrecidas, con el consiguiente subempleo y la falta de empleo digno y estable.
Asimismo, observamos con preocupación la baja inversión en educación y salud, que trae consigo el crecimiento del analfabetismo y la alta tasa de enfermedades previsibles.
Merecen nuestra atención como pastores las migraciones internas o internacionales, con el consiguiente desmembramiento de la familia y la ausencia de la figura paterna en la misma.
Deploramos el envejecimiento de la población por efecto de las esterilizaciones masivas y del control de la natalidad.
Nos preocupa el desconocimiento de la dignidad de la mujer, que la ha llevado a un notable atraso social y cultural, y a silenciar, eclipsar o infravalorar su misión como madre.
Advertimos que los Parlamentos, como poder soberano del pueblo, están siendo desplazados por los Gobiernos y los tribunales de justicia en la adopción de normas relativas al derecho a la vida y a la institución familiar.
Y nos compromete
A pesar de todas las dificultades, fortalecidos por la experiencia de comunión vivida en el Encuentro, que nos hace ver que no estamos solos, pues Jesucristo, el Señor de la vida está presente en nuestra historia, y que tenemos mucho que compartir solidaria y subsidiariamente, vislumbramos horizontes de esperanza
Es propio de nuestra misión como obispos el orientar la construcción de la acción pastoral a favor de la familia y la defensa de la vida sobre la base de una antropología cristiana centralizada en la dignidad de la persona.
Proponemos un acompañamiento cercano desde la doctrina social de la Iglesia a las investigaciones que sobre la familia y la vida se realizan en los distintos países.
Invitamos al fortalecimiento, en la formación inicial y permanente del clero, del valor, el sentido y la dignidad de la familia y la urgencia de su centralidad pastoral.
Exhortamos a no descuidar el fortalecimiento de las estructuras de pastoral familiar a nivel nacional, diocesano y parroquial.
Animamos a que se promueva en el mundo de la política el respeto a la familia y la vida en aras de alcanzar leyes justas y auténticamente humanas, ya que a los Gobiernos les compete proteger las instituciones de nuestra sociedad, incluida la familia.
Exhortamos a los gobiernos y autoridades públicas a promulgar normas que defiendan el derecho a la vida y que reconozcan al matrimonio como fundamento de la familia.
Alentamos el fomento y el fortalecimiento de encuentros de juristas y la creación de redes nacionales e internacionales que defiendan la dignidad humana, el valor de la vida y de la familia.
Pedimos el incremento de la educación integral para el amor y la sexualidad.
Deseamos que crezca la comunicación y la comunión en la familia; el cuidado del niño, del discapacitado, y del adulto mayor; el respeto y promoción de la mujer; y la solidaridad como comunicación de bienes materiales y espirituales.
Nos comprometemos a promover desde nuestras posibilidades proyectos que ayuden al surgimiento y fortalecimiento de familias evangelizadas y evangelizadoras.
Miramos la celebración de la V Conferencia del Episcopado de América Latina y el Caribe, que se realizará en Aparecida (Brasil) en 2007, como una ocasión propicia para insistir en la profundización y puesta en práctica de proyectos pastoral es que redunden en beneficio de la iglesia doméstica, fundamento del tejido social.
Al culminar nuestro trabajo regresamos a nuestras Iglesias particulares llenos de gozosa esperanza, conscientes de la responsabilidad que el Señor ha puesto en nuestras manos. Renovamos nuestra gratitud al Santo Padre por habernos recibido en audiencia y por sus palabras llenas de esperanza y de apoyo a nuestros proyectos pastorales.
Que la Reina de la familia, Nuestra Señora, la Virgen Maria, proteja a la familia en América Latina y el Caribe.
Ciudad del Vaticano, 3 de diciembre de 2005