CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 26 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI el 20 de febrero al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Marruecos ante la Santa Sede, Alí Achour.
* * *
Señor embajador:
Me agrada acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Marruecos ante la Santa Sede.
Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido y el saludo cortés que su majestad el rey Mohamed VI me ha enviado a través de usted. Confirmando mi estima por la tradición de acogida y comprensión que desde hace siglos caracteriza las relaciones del reino de Marruecos con la Iglesia católica, le ruego que transmita a su majestad mis mejores deseos para su persona, así como mis augurios de felicidad y prosperidad para el noble pueblo marroquí.
Señor embajador, usted me ha informado de los esfuerzos realizados por su país, que acaba de celebrar el 50° aniversario de su independencia, encaminándose hacia un futuro moderno, democrático y próspero. No se puede por menos de alegrarse por estos progresos, que deberían permitir a todos los marroquíes vivir con seguridad y dignidad, de manera que cada uno pueda participar activamente en la vida social y política del país. En efecto, una democracia auténtica exige un consenso sobre algunos valores esenciales, como la dignidad trascendente de la persona humana, el respeto de los derechos del hombre, el «bien común» como fin y criterio de regulación de la vida política (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 407).
Por otra parte, una colaboración cada vez más estrecha entre los países de la cuenca del Mediterráneo, ya iniciada desde hace varios años, debe permitir afrontar con determinación y perseverancia no sólo las cuestiones concernientes a la seguridad y a la paz en la región, sino también el tema del desarrollo de las sociedades y de las personas, con una renovada toma de conciencia del deber de solidaridad y de justicia. Por ello, el Mediterráneo está llamado a ser, hoy más que nunca, un lugar de encuentro y de diálogo entre los pueblos y entre las culturas.
Entre los graves problemas que deben afrontar los países de la cuenca del Mediterráneo, el fenómeno migratorio constituye un dato importante en las relaciones entre los Estados. Los inmigrantes provenientes de regiones más pobres y en busca de mejores condiciones de vida vienen, cada vez en mayor número, a tocar a las puertas de Europa, lo cual convierte en ilegales a un número siempre creciente de ellos y crea a veces situaciones que ponen en serio peligro la dignidad y la seguridad de las personas. Por ello, es necesario que las instituciones de los países de acogida o de paso no los consideren como una mercancía o una simple fuerza de trabajo, y que respeten sus derechos fundamentales y su dignidad humana. La situación precaria de tantos extranjeros debería favorecer la solidaridad entre las naciones implicadas, para contribuir al desarrollo de los países de origen de los inmigrantes. En efecto, estos problemas no pueden resolverse únicamente con políticas nacionales. Sólo mediante una colaboración cada vez más intensa entre todos los países implicados se podrán buscar eficazmente soluciones para estas dolorosas situaciones.
Señor embajador, usted ha puesto de relieve la contribución de su país a la consolidación del diálogo entre las civilizaciones, las culturas y las religiones. Por su parte, la Iglesia católica, en el contexto internacional en que vivimos actualmente, está convencida de que, para favorecer la paz y la comprensión entre los pueblos y entre los hombres, es necesario y urgente que se respeten las religiones y sus símbolos, y que los creyentes no sean objeto de provocaciones que ofenden su práctica y sus sentimientos religiosos. Sin embargo, no pueden justificarse jamás la intolerancia y la violencia como respuestas a las ofensas, ya que no son respuestas compatibles con los principios sagrados de la religión; por eso, no se puede por menos de deplorar las acciones de quienes aprovechan deliberadamente la ofensa causada a los sentimientos religiosos para fomentar actos violentos, más aún cuando esto se produce con fines ajenos a la religión. Para los creyentes, como para todos los hombres de buena voluntad, el único camino que puede conducir a la paz y a la fraternidad es el respeto de las convicciones y de las prácticas religiosas ajenas, para que se garantice realmente de manera recíproca a cada uno en todas las sociedades la práctica de la religión libremente elegida.
A través de usted, señor embajador, quisiera dirigir también un afectuoso saludo a los miembros de la comunidad católica de Marruecos y a sus pastores. Deseo que se esfuercen por vivir con alegría su vocación cristiana, testimoniando cada vez con mayor generosidad el amor de Dios a todos los hombres, en una colaboración fecunda con todos.
Al comenzar su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera. En mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y la comprensión cordial que pueda necesitar.
Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores, sobre el pueblo marroquí y sobre sus dirigentes invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones del Altísimo.
[Traducción distribuida por la Santa Sede]