ROMA, lunes, 6 febrero 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la última carta publicada por el padre Andrea Santoro en el número 19 de la revista «Ventana para Oriente Medio» (http://www.finestramedioriente.it) que él mismo había creado en Italia. El sacerdote fue asesinado este domingo a los 60 años mientras rezaba en su parroquia de la ciudad truca de Trabzon, en el Mar Negro.

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Queridos:
Os escribo desde Roma, donde he pasado tres semanas antes de volver a Turquía. Han sido días muy intensos, dedicados a testimonios, encuentros, catequesis, conferencias, momentos de oración. Todo ha estado orientado a promover información y conocimientos entre Oriente Medio, visto a través de mi experiencia personal, y nuestro Occidente, según la finalidad de la «Ventana para Oriente Medio».

He encontrado por doquier interés y participación, y un sincero deseo por comprender y establecer lazos de comunión. He experimentado la importancia y la posibilidad de realizar un intercambio de dones espirituales entre estos dos mundos. Oriente Medio, gran «tierra santa», donde Dios decidió comunicarse de manera especial con el hombre, tiene sus riquezas y la capacidad, gracias a la luz que Dios ha infundido desde siempre, de iluminar nuestro mundo occidental.

Pero Oriente Medio tiene sus oscuridades, sus problemas, con frecuencia trágicos, y sus «vacíos». Necesita, por tanto, a su vez, que ese Evangelio que de allí partió vuelva a ser sembrado y que la presencia de Cristo vuelva a ser propuesta allí. Es una recíproca «reevangelización» y un enriquecimiento que los dos mundos pueden intercambiarse.

Mientras tanto [en ausencia del sacerdote, ndt.] en Trabzon, la minúscula comunidad cristiana se ha reunido cada domingo por la mañana para celebrar la liturgia de la Palabra y la iglesia se ha abierto a los visitantes musulmanes dos veces a la semana bajo la responsabilidad de una persona de confianza. Os informaré sobre cómo ha ido.

Os saludo, confiándoos estas reflexiones, y exhortándoos a poner siempre en contacto la fe con el momento presente. Que no sea una fe abstracta y genérica, sino una fe como la de aquellos primeros «inicios», que se nos ha trasmitido en el seno de generación en generación. La levadura, como dice el Evangelio, tiene una capacidad misteriosa de fermentar la masa, si se entra en contacto con ella. La masa, de todo tiempo, de todo lugar, de toda generación.

Además, Jesús decía: «Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas». Si su luz nos ilumina, no sólo iluminará toda situación, aunque sea la más trágica, sino que además nosotros, como decía Él siempre, seremos luz. La luz tenue de una vela ilumina una casa, una lámpara apagada deja todo en la oscuridad. Que Él brille en nosotros con su palabra, con su Espíritu, con la savia de sus santos. Que nuestra vida sea la cera que se consuma con total disponibilidad.


Con cariño:
Padre Andrea

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]