CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 11 mayo 2006 (ZENIT.org).- Uno de los objetivos centrales de la «nueva evangelización», el gran proyecto lanzado por el pontificado de Juan Pablo II, consiste en «enseñar a amar», considera Benedicto XVI.
De hecho, el «amor es un camino privilegiado que Dios ha escogido para revelarse al mundo», constató este jueves el Papa al celebrar los 25 años del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de la Universidad Pontificia Lateranense con sedes en los cinco continentes.
«Amar el amor humano» ha sido precisamente el título del congreso organizado por ese instituto para celebrar sus bodas de plata, sintetizando en estas cuatro palabras «La herencia de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia».
Según el obispo de Roma, el Papa Karol Wojtyla cumplió con esta misión presentando «dos elementos fundamentales» del amor.
El primero, considera que «el matrimonio y la familia están arraigados en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y su destino».
«La Sagrada Escritura revela que la vocación al amor forma parte de esa auténtica imagen de Dios que el Creador ha querido imprimir en su criatura, llamándola a hacerse semejante a él precisamente en la medida en la que está abierta al amor», indicó en el discurso que pronunció en italiano.
En este contexto, siguió diciendo, «la diferencia sexual que comporta el cuerpo del hombre y de la mujer no es un simple dato biológico, sino que reviste un significado mucho más profundo».
«Expresa –aclaró– esa forma del amor con el que el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, pueden realizar una auténtica comunión de personas abierta a la transmisión de la vida y cooperan de este modo con Dios en la procreación de nuevos seres humanos».
El segundo elemento que caracteriza «la novedad de la enseñanza de Juan Pablo II sobre el amor humano», según su sucesor es «su manera original de leer el plan de Dios en la convergencia entre la revelación y la experiencia humana».
«En Cristo, de hecho, plenitud de la revelación de amor del Padre, se manifiesta también la verdad plena de la vocación al amor del hombre, que sólo puede encontrarse plenamente en la entrega sincera de uno mismo», recalcó.
Dios, aclaró Benedicto XVI, «se sirvió del camino del amor para revelar el misterio de su vida trinitaria».
«Además, la íntima relación que existe entre la imagen de Dios amor y el amor humano nos permite comprender que a la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo».
Por ello, dijo, «el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano».
El Papa Joseph Ratzinger, que siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afrontó en varias ocasiones el argumento, reconoció que esta visión «queda todavía en buena parte por explorar».
Por eso invitó a «iluminar la verdad del amor como camino de plenitud para toda forma de existencia humana».
«El gran desafío de la nueva evangelización, que Juan Pablo II propuso con tanto empuje, tiene necesidad de ser apoyada con una reflexión auténticamente profunda sobre el amor humano, pues este amor es un camino privilegiado que Dios ha escogido para revelarse al mundo y en este amor lo llama a una comunión en la vida trinitaria», sugirió.
«El auténtico amor se transforma en una luz que guía toda la vida hacia la plenitud, generando una sociedad humanizada para el hombre», reconoció.
De este modo, indicó, el matrimonio representa «un auténtico bien para la sociedad». Por ello, «evitar la confusión con los demás tipos de uniones basadas en el amor débil constituye hoy algo especialmente urgente».
«Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa para todos los hombres», concluyó.