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1. Esta Reunión nos recuerda, una vez más, el compromiso fundamental de buscar los instrumentos más idóneos para actuar, con eficacia y coherencia, los programas de la FAO dirigidos a garantizar la seguridad alimentaria, dando prioridad concreta a aquella parte de la población que es más vulnerable y que se encuentra en mayor desventaja. Se trata de un esfuerzo que -permítame subrayarlo- no puede dejarnos indiferentes; al contrario, debe preocuparnos sobremanera por su conexión directa con el respeto de la dignidad de la persona humana.

La Santa Sede sigue con atención especial la gravísima cuestión del hambre y de la malnutrición, sosteniendo todo esfuerzo que pueda eficazmente contribuir a la actuación de adecuadas opciones políticas y concretizar intervenciones a la altura de las necesidades de hoy. Es por ello que también aquí quiere ofrecer, junto a la propia disponibilidad de concertación y acción en esta cuestión, algunos puntos de reflexión que, partiendo de los datos puestos a disposición de la Conferencia, puedan expresar algunas indicaciones de carácter ético que pertenecen más apropiadamente a su naturaleza y misión.

2. En su sensibilidad los pueblos de esta Región bien saben cómo es necesario intervenir en las situaciones que impiden a muchísimos el crecimiento integral de la persona, el reconocimiento de su centralidad en la sociedad, o que limitan sus libertades fundamentales. La falta de desarrollo rural es ciertamente una de estas situaciones que, como subraya la acción de la FAO, para ser enfrentada necesita opciones de política interna e internacional que deben traducirse en líneas guía también para la actividad agrícola y la producción alimentaria.

Esta Conferencia recibe un significado ulterior del objetivo de predisponer instrumentos y estrategias necesarios para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, cuya validez debe ser confrontada con la situación de la seguridad alimentaria en la Región. Se trata de datos que no dejan de provocar preocupación frente al alejamiento de las metas fijadas, incluso en presencia de un desarrollo general también en los niveles de disponibilidad de alimentos y, por lo tanto, de la debida nutrición. En efecto, existe aquí una contradicción evidente entre las potencialidades concretas y la voluntad de actuar compromisos precisos para garantizar no sólo el consumo, sino las condiciones sociales más amplias, la salud y el nivel nutricional de la población, con particular atención a los sectores estructuralmente en riesgo o hechos tales a causa de factores ambientales o por la acción humana. La primera referencia debe ser en primer lugar a los pequeños agricultores, con frecuencia olvidados por las instituciones y por las formas de cooperación, o a las comunidades indígenas, desarraigadas de su hábitat y obligadas a modelos de producción y consumo lejanos de sus tradiciones.

La reciente Conferencia sobre Reforma Agraria y Desarrollo Rural, realizada en Porto Alegre (Brasil), ha confirmado que toda estrategia o normativa dirigida al mundo rural debe tener presente la centralidad de la persona y sus necesidades concretas, favoreciendo así, en la acción de los Estados y en las actividades de cooperación, una primera superación de meras consideraciones de orden técnico, vinculadas, es decir, a los niveles de producción, al acceso a la tierra, a la disponibilidad de víveres, al crecimiento del consumo.

Esta recuperación de la dimensión antropológica también para el mundo agrícola significa, entre otras cosas, que la seguridad alimentaria no puede confinarse a las urgencias o al socorro en las situaciones de absoluto degrado no más sostenibles, también si en estos contextos la acción inmediata parece como la única meta posible. En esta misma línea se encuadran también las propuestas de reforma de la FAO que pueden constituir no sólo una referencia para el funcionamiento y la administración de la Organización, sino más bien una manera nueva de proceder por parte de los responsables y funcionarios hacia una acción eficaz a favor de los más pobres, con la conciencia de que "un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial" (Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus Caritas Est, 31).

3. Señor presidente, ubicar nuestros trabajos en la perspectiva de la centralidad de la persona significa hacer un llamado a los valores que fundan la historia, las diversas culturas, la experiencia religiosa, la vida social de esta Región, caracterizándola por la capacidad de percibir y manifestar un concepto concreto de justicia que debe realizarse en políticas, normas y acciones inspiradas por la solidaridad. Pero si es verdad que en cada uno se manifiesta, cotidianamente, la conciencia de cuánto la miseria en todas sus formas, materiales y espirituales, es motivo de sufrimiento, a pesar de los progresos en los campos científico y técnico, es también verdad que se nos pide una nueva disponibilidad para estar cercanos a los que tienen necesidad, animados por un fuerte sentimiento de solidaridad que en este Continente bien podemos llamar fraternidad (cf. Ibid., 30).

En una época caracterizada por la globalización, la referencia a la fraternidad significa abatir efectivamente las barreras y otros obstáculos que pueden manifestarse también en las formas de cooperación cuando no se toma en cuenta la posición de desventaja evidente en la que se encuentran los que viven en las áreas de bajo rédito y de déficit alimentario. Por lo tanto, un hábil método de intervención en la lucha contra el hambre deberá prestar atención a todos estos factores, potenciales o efectivos, de la malnutrición, pero cuidando de no vincular la seguridad alimentaria a las solas situaciones de orden técnico que, a pesar de ser importantes, corren el riesgo de no poner a disposición todas las fuerzas necesarias, también en razón de diferentes objetivos y criterios inspiradores.

La cooperación entre los países de América Latina y el Caribe está llamada hoy a mantener alta la consideración del respeto de la conciencia de cada uno, de la visión religiosa y de las diversas culturas, como único camino para apoyar seriamente a las personas más débiles, comenzando por la familia rural con su irreemplazable función de guardiana y continuadora de conocimientos, tradiciones, valores morales, sentido de la armonía y valor de la vida, presupuestos todos de una concreta solidaridad entre las personas y las generaciones.

Es este el auspicio que la Delegación de la Santa Sede quiere presentar, consciente de las dificultades, pero también confiada en las capacidades de todas las fuerzas vivas comprometidas cotidianamente en las diferentes funciones y responsabilidades en la Región, permitiéndose también recordar que de tantas partes se mira a América Latina y al Caribe con particular interés, para verificar cómo también sus raíces humanas, espirituales y religiosas le permiten superar el flagelo del hambre, que aflige a muchas otras partes del mundo.

Muchas gracias.
[Texto original en castellano]