Eutanasia: ¿muerte digna?

Comentario del secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile

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SANTIAGO, domingo, 14 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario de monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo Auxiliar de Santiago y secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile ante propuestas de legalización o despenalización de la eutanasia.

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La experiencia pastoral y familiar me ha enseñado dolorosamente que los sufrimientos de los enfermos terminales pueden ser atroces, porque junto al tormento físico van tomando conciencia de la inminente separación de este mundo. Pese a ello, la enorme mayoría de esas personas se entregan a este trance sin desesperación, fortalecidas por el consuelo de tener a sus seres amados junto a ellos y también por el acompañamiento espiritual de la Iglesia.

Sin embargo, hay casos en que estos dolores del cuerpo se vuelven insoportables, precisamente porque se potencian con dolores de otro tipo, los más profundos del alma, aquellos producidos por la soledad humana y la falta de esperanza. Y es precisamente en esos momentos cuando se produce la gran confusión: quienes por el agobio y el abandono han perdido el sentido de sus propias vidas, piensan que la vida de suyo ha perdido sentido y, por lo tanto, su valor.

Esta amarga realidad empuja a muchos a creer que la dignidad de la muerte está en apresurarla, evitando todo tipo de sufrimientos que, por lo demás, no son sólo del enfermo sino también de quienes están dispuestos a acompañarlos, especialmente sus más cercanos: la familia.

¿Qué tan digno puede ser un acto humano mediante el cual se provoque deliberadamente la muerte de una persona? ¿Puede ser una ‘buena muerte’ (del griego “eu-thanasia”), aquélla que se procura mediante, por ejemplo, una inyección letal? ¿No será más digna una muerte natural, en la que se han dispuesto todos los medios científicos para aplacar el dolor del cuerpo y, a la vez, todos los medios del amor para mitigar los dolores del alma?

En diversos países del mundo han surgido movimientos cristianos y también no confesionales, que descubren en el acompañamiento compasivo de los enfermos el modo de conducirlos a una muerte verdaderamente digna.

El éxito de estos grupos de cuidados paliativos está en que no se inspiran en la lástima, sino en la compasión del enfermo, es decir, millares de voluntarios que son capaces de estar, de padecer con y junto al enfermo y no en su eliminación. Al ser compasivos, se establecen lazos afectivos que representan la existencia de cada persona no desde su utilidad social, sino desde el don que pueden hacer de sí mismos a los demás.

Esa entrega siempre valdrá la pena, aunque implique la dificultad de asumir el dolor y no de evadirlo, pese a que exija el gran sacrificio de compartir el sufrimiento del corazón frente al otro ser humano a quien se le va la vida.

Preocupa la terminología engañosa de algunos parlamentarios al momento de proponer una legislación atentatoria contra la vida y la dignidad del enfermo: “precario estado de salud”; “cuidados innecesarios”; “solicitar por razones humanitarias”. De este modo pretenden justificar la eutanasia. Por el contrario, ¡cuánto más humano resulta llevar una carga pesada entre dos o más que en la soledad! No son las frías propuestas eutanásicas las que aliviarán a los enfermos y a sus familiares y amigos. Eso es no comprender y no conocer al ser humano.

Por otra parte, una resistencia firme a leyes que promuevan la eutanasia jamás debe entenderse como una legitimación de aquellos medios, injustos también, que pretenden prolongar la vida de una persona a cualquier costo humano y económico. Aquí la reflexión debe ser mucho más amplia. Me refiero al encarnizamiento o ensañamiento terapéutico.

Por eso, para estos debates valóricos, se necesita una mirada integral, para ver que el tema no es sólo la eutanasia, y que ésta no entraña solamente un problema de salud pública o privada. Los avances de la medicina nos ofrecen maravillosas oportunidades de aliviar el sufrimiento humano, pero a la vez nos plantean desafíos éticos que apuntan al rol más profundo de una sociedad: el hacerse cargo los unos de los otros, tanto en la salud como en la enfermedad.

+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario General de la Conferencia Episcopal

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ZENIT Staff

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