En el discurso dirigido al clero en la catedral de Varsovia, recordó que «el Papa Juan Pablo II, con motivo del gran Jubileo exhortó en varias ocasiones a los cristianos a hacer penitencia por las infidelidades pasadas. Creemos que la Iglesia es santa, pero en ella hay hombres pecadores».
«Es necesario rechazar el deseo de identificarse sólo con los que no tienen pecado. ¿Cómo podría la Iglesia excluir de sus filas a los pecadores?», preguntó a los presbíteros.
Y respondió que «Jesús se encarnó, murió y resucitó por su salvación. Es necesario, por ello, aprender a vivir con sinceridad la penitencia cristiana. Practicándola, confesamos los pecados individuales en unión con los demás, ante ellos y ante Dios».
«Es necesario, sin embargo –reconoció–, estar en guardia ante la pretensión de constituirse arrogantemente en jueces de las generaciones precedentes, que han vivido en otros tiempos y circunstancias. Hace falta una sinceridad humilde para no negar los pecados del pasado, sin caer en fáciles acusaciones en ausencia de pruebas reales o ignorando las diferentes precomprensiones de entonces».
Además, siguió diciendo, «la confesión del pecado [«confessio peccati»], utilizando una expresión de san Agustín, tiene que estar acompañada siempre por la confesión de la alabanza [«confessio laudis»]. Al pedir perdón por el mal cometido en el pasado, también tenemos que recordar el bien realizado con la ayuda de la gracia divina que, si bien es puesta en vasos de barro, ha dado frutos con frecuencia excelentes».