El primado exhortó a la «pobreza evangélica» que «desecha la ‘actuación’ que sólo procura impresionar» y no necesita de la propaganda «para mostrar lo que hace, ni recurre al juego de fuerzas para imponerse».
«Felices si somos perseguidos por querer una patria donde la reconciliación nos deje vivir, trabajar y preparar un futuro digno para los que nos suceden. Felices si nos oponemos al odio y al permanente enfrentamiento, porque no queremos el caos y el desorden que nos deja rehenes de los imperios. Felices si defendemos la verdad en la que creemos, aunque nos calumnien los mercenarios de la propaganda y la desinformación», subrayó el purpurado en su reflexión.
El cardenal presidió el Tedeum del que participó el presidente de la nación, Néstor Kirchner, su esposa, gobernadores, funcionarios de gobierno, y representantes de distintas fuerzas sociales y políticos.
La invocación religiosa por la patria fue concelebrada por los obispos auxiliares de Buenos Aires y contó con la participación del nuncio apostólico, monseñor Adriano Bernardini, y la asistencia de referentes de distintos credos.
El cardenal Bergoglio consideró que seremos realmente «felices» si «construimos un país donde el bien público, la iniciativa individual y la organización comunitaria no pugnen ni se aíslen, sino que entiendan que la sociabilidad y la reciprocidad son la única manera de sobrevivir y, Dios mediante, de crecer ante la amenaza de la disolución».
«Nadie puede llegar a ser grande si no asume su pequeñez –concluyó–. La invitación de las Bienaventuranzas es un llamado que nos apremia desde la realidad de lo que somos, nos entusiasma, lima los desencuentros. Nos encamina en un sendero de grandeza posible, el del espíritu, y cuando el espíritu está pronto todo lo demás se da por añadidura».