Como había confirmado el día anterior Joaquín Navarro-Valls a los periodistas, fue una visita incluida personalmente por el mismo Papa en este segundo viaje apostólico internacional, en el que ha seguido las huellas biográficas de Juan Pablo II.
Después de visitar en silencio los lugares del horror, después de haber rezado durante largo rato en el símbolo del Holocausto, después de haber hablado con supervivientes del campo de exterminio, el pontífice pronunció un discurso, con voz algo ronca por el cansancio de estos días, pero firme tanto por el tono como por la fuerza de sus contenidos.
«Tomar la palabra en este lugar de horror, de crímenes contra Dios y contra el hombre sin parangón en la historia, es casi imposible, y es particularmente difícil y oprimente para un cristiano, para un Papa que procede de Alemania», reconoció al comenzar su discurso.
«En un lugar como éste faltan las palabras, en el fondo, sólo hay espacio para un atónito silencio, un silencio que es un grito interior hacia Dios: ¿por qué te callaste? ¿Por qué has querido tolerar todo esto?», se preguntó.
«He venido hoy como hijo del pueblo alemán, y precisamente por este motivo debo decir y puedo decir» come Juan Pablo II: «No podía dejar de venir aquí. Tenía que venir».
«Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de quienes sufrieron, un deber ante Dios, el venir aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán», afirmó, «hijo de ese pueblo del que tomó el poder un grupo de criminales con promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación o de su importancia, con previsiones de bienestar e incluso con la fuerza del terror y la amenaza».
De este modo, reconoció, «nuestro pueblo pudo ser usado y abusado como instrumento de su manía de destrucción y dominio».
«¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué se calló?», siguió preguntándose el Papa.
«No podemos escrutar el secreto de Dios, sólo vemos fragmentos y nos equivocamos cuando nos queremos convertirnos en jueces de Dios y de la historia».
El Papa pidió adoptar la misma actitud con Dios que manifiesta el pueblo judío en los Salmos cuando implora: «¡Despierta! ¡No te olvides de tu criatura, el hombre!».
«Nuestro grito dirigido a Dios tiene que ser al mismo tiempo un grito que penetra en nuestro mismo corazón para que despierte en nosotros la presencia escondida de Dios, para que el poder que ha depositado en nuestros corazones no quede cubierto o sofocado en nosotros por el fango del egoísmo, por el miedo de los hombres, por la indiferencia y el oportunismo».
El obispo de Roma consideró que es particularmente necesario elevar este grito a Dios en nuestro momento actual, «en el que parecen surgir nuevamente en los corazones de los hombres todas las fuerzas oscuras: por una parte, el abuso del nombre de Dios para justificar una violencia ciega contra personas inocentes; y por otra, el cinismo que no reconoce a Dios y que escarnece la fe en Él»
«Gritamos a Dios para que lleve a los hombres a arrepentirse y a reconocer que la violencia no crea paz, sino que más bien suscita más violencia, un círculo de destrucción en el que a fin de cuentas todos pierden».
Después de haber dejado el campo de Birkenau, el Santo Padre se transfirió en coche al aeropuerto de Cracovia/Balice donde se celebró la ceremonia de despedida, con la participación del presidente de la República Lech Kaczyński.