«Hacer frente a la violencia y potenciar la seguridad compartida» ha sido el tema que ha presidido esta Asamblea Mundial que, durante tres días, reunió a 800 delegados de 100 países en la ciudad japonesa de Kioto -hasta el 29 de agosto-. Los participantes alcanzaron los dos millares.
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El amor que une
Envío un cordial y reconocido saludo a los queridísimos e ilustres líderes religiosos, representantes de todas las grandes tradiciones de fe, llegados de todas partes del mundo para participar en la VIII Asamblea Mundial de las Religiones por la Paz.
Volverse a encontrar juntos da testimonio de nuestra misión común de promotores de paz y de fraternidad entre los pueblos, haciendo palanca sobre valores transcendentes, sobre fuerzas espirituales propias de cada religión nuestra.
El lugar elegido, Kioto, cuna de las Religiones por la Paz, es cuánto más indicativo para hacernos considerar nuevamente nuestros grandes ideales, para recordarnos que la cooperación entre nosotros, entre nuestras diferentes religiones, tendría en sí el poder de llevar al mundo la paz.
Pero ¿qué se necesita para que esto suceda?
Es necesario llevar al mundo el Amor.
Es necesario recordar que hay algo que es más fuerte que la muerte y la violencia. Existe una fuerza que reside en el corazón del hombre y de la mujer y que sólo necesita ser despertada, reanimada.
Jamás como ahora se ha constatado que todos los seres son interdependientes y que sólo juntos pueden construir un mundo reconciliado.
Jamás como ahora, por otro lado, a pesar de todo, se busca una vía común, un diálogo constructivo, un conocimiento recíproco. Hay una aspiración a la unidad que penetra los espíritus más iluminados y que reclama el encuentro, compartir.
Escribía nuestro amado Papa, el desaparecido Juan Pablo II: «¡Debe llegar el tiempo en que se manifieste el amor que une! Numerosos indicios permiten pensar que ese tiempo efectivamente ha llegado».
El «amor que une» es el que cada uno de nosotros, empezando por sí mismo, puede injertar en todas sus relaciones. Es el amor que se olvida de sí mismo para ponerse al servicio de los demás, que construye la base para la unidad de la familia humana.
Esta unidad puede ser la semilla de un mundo nuevo.
Esta unidad será nuestra fuerza porque, aún cuando estemos lejos unos de otros, nos acompañará la certeza de estar unidos, y lo que hagamos no será tanto fruto de acciones individuales cuanto expresión de un vínculo que, incluso a distancia, será para nosotros fuente de nueva luz para comprender lo que debemos hacer y de nueva energía para poderlo realizar.
Sólo nuestra unidad podrá desprender esa sabiduría y esa capacidad necesaria para cambiar el mundo y ganar la batalla de la paz.
Y esto porque la unidad no es la suma de más personas, no es sólo solidaridad, colaboración y diálogo. No. Construir la unidad significa hacer resplandecer, juntos, por el amor recíproco, la presencia del Alguien que nos trasciende y que es infinitamente superior a nosotros. Se canta en la liturgia cristiana: «Donde hay caridad y amor ahí está Dios».
Una gran personalidad budista, ya desaparecida, el venerable Etai Yamada, amaba decir: «Si somos un solo corazón Dios está con nosotros y nos guía a hacer Su voluntad». Es ésta una presencia nueva de Dios que lleva tolerancia, compresión, perdón, paz, alegría y enciende esa llama de amor que funde a los hombres en comunión, ilumina el camino de la existencia y no puede no hacer brecha en el corazón de todos.
Es ésta nuestra esperanza y esto deseo a cada líder de las Religiones por la Paz, que con empeño trabaja por el encuentro armonioso entre las culturas y los pueblos.
Chiara Lubich
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]