KÖNIGSTEIN, sábado, 27 enero 2007 (ZENIT.org–El Observador).- Cuando el monje premonstratense Werenfried van Straaten fundó Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) en Tongerlo (Bélgica) en 1947, jamás pudo haber pensado que el movimiento llegara a cumplir venturosos 60 años en 2007, ayudando a millones de personas en todos los puntos cardinales de la geografía cristiana.
O quizá sí. Cuando menos eso es lo que piensan quienes hoy operan el enorme entramado de AIN entrevistados por ZENIT-El Observador: todos creen que el Padre Werenfried –como escribió la periodista Eva-Maria Kolmann en su libro «Danke, Pater Werenfried, Ein Brief an den Speckpater» («Gracias Padre Werenfried, una carta al Padre Tocino»)– fue «un pionero lleno de imaginación, de un espíritu emprendedor que no había quien frenara; alguien que se entregó –incondicionalmente—a la aventura con Dios y los hombres».
A la edad de 21 años, el holandés Philip van Straaten entró a formar parte de la abadía Norbertina de Tongerlo, y tomó el nombre religioso de «Werenfried». ¿Quién hubiera podido adivinar entonces que este nombre, que significa algo así como «guerrero de la paz», sería muy pronto el apelativo –casi se diría el distintivo– de una vida cumplida y completa de testimonio cristiano a favor de la Iglesia perseguida, olvidada, acorralada que surgía de la Segunda Guerra Mundial y entraba a formar parte del siglo XX1?
Al iniciar AIN, el Padre Werenfried comprendió que su misión como sacerdote «radicaba en restaurar el amor, tanto en la Iglesia como en el mundo». Y desde aquel frío diciembre de 1947, hasta la hora de su muerte en enero de 2003, no cejó un solo día en su empeño. Su legado es una organización de ayuda que se refiere a sí misma –a través de sus trabajadores– con el deber de proclamar el imperativo del amor al prójimo sin que la debilidad humana los induzca a falsificarlo o limitarlo.
Los testimonios de los entrevistados por Zenit-El Observador y del Asistente Eclesiástico Internacional, el Padre Joaquín Allende, así como de su Presidente, Hans-Peter Röthlin, son unánimes: la obra del «Padre Tocino» es una combinación poco frecuente entre lo espiritual y lo pragmático y se necesita continuar cambiando hacia las condiciones del mundo pero sin olvidar el legado del fundador; se necesita –en palabra del Padre Allende en la Misa funeral del Padre Werenfried– «una fidelidad creativa».
Predicador portentoso con la fe de un niño y con voz tronante; «todo terreno» de la misericordia; confiado en la Providencia y, al mismo tiempo, extraordinario recaudador de recursos (su Museo en la sede de AIN todavía guarda el «sombrero de los millones», un viejo sombrero agujerado que tomó prestado del abad general de su orden que se encontraba en Roma, y en el cual la gente depositaba ajados billetes y no monedas que pudiesen caerse por los hoyos…); temerario y confiado, su personalidad resulta entrañable a sus colaboradores, cuando ya ha cumplido cuatro años de haber muerto.
Este 31 de enero, aniversario de su paso a la Casa del Padre (en donde ya no encontrará ninguna Iglesia necesitada, como dijo la periodista italiana Agnese Pellegrini a la hora de su muerte), muchos serán los que recuerden al Padre Werenfried. Algunos con la nostalgia de haberlo perdido; otros, con el agradecimiento de haberse encontrado en el camino a un hombre que solía decir: «La caridad no consiste en palabras bonitas. Demanda regalos, hechos, sacrificios. Demanda un pedazo de nosotros mismos. Excluye cualquier indiferencia ante los hambrientos, los perseguidos, los enfermos y los prisioneros, aquellos con los que Jesús se identifico en Su descripción del Juicio Final».
Libros como «They Call Me The Bacon Priest; Fr. Werenfried- A Life o Where God Weeps», hablan elocuentemente de la labor inmensa de este sacerdote por el cual, en audiencia de octubre de 1999, en Roma, el Papa Juan Pablo II daba gracias a Dios por haberlo hecho «un instrumento de Su amor y abrir los corazones de cientos de miles de personas hacia las necesidades de sus hermanos y hermanas».
Ayuda a 145 países del planeta
La vieja casona de la calle Bischof-Kindermann número 23, en el pueblo de Königstein, en las suaves colinas del Taunnus, coronado por un castillo medieval desde donde se ven con claridad los rascacielos de Frankfurt, alberga el cuartel general de la obra del Padre Werenfried. Ahí, 80 personas de múltiples nacionalidades se congregan día con día para revisar –con pasión inusitada—las peticiones, los planes, proyectos y programas de las 17 oficinas nacionales en las que laboran otras 120 personas.
Se trata de darle sentido moderno y eficaz a la iniciativa que nació tras la Segunda Gran Guerra, cuando el Padre Werenfried, a petición expresa del Papa Pío XII, quiso ofrecer un paraguas de apoyo espiritual a sacerdotes, creyentes y a no creyentes alemanes desorientados, desolados y perseguidos tras la derrota militar del Tercer Reich y la ocupación soviética de los territorios de Europa central y oriental.
Unos 14 millones de seres humanos que habían sido desplazados por el comunismo de sus pueblos y de su historia, vagaban sin rumbo y necesitados de ayuda espiritual. Muy pronto, en la década de los cincuenta, fueron miles de refugiados del Este. Más adelante, las necesidades de la Iglesia perseguida y pobre de los cinco continentes: en 1961, a petición del Papa Juan XXIII, la obra se amplió a la Iglesia perseguida y pobre de América Latina. Antes, en el año de 1959, el Padre Werenfried se había encontrado con la Madre Teresa de Calcuta en aquella ciudad sufriente de la India. Ese encuentro entre dos gigantes de la caridad cristiana, abrió las puertas de AIN para Asia. Y desde 1965, la organización ha tomado en sus manos el reto inmenso que significa África, el continente que ocupa hoy la mayor preocupación y el más firme esfuerzo por redimir a su pueblo a través de la presencia amorosa de Cristo.
AIN ha ido creciendo al ritmo de las necesidades de la Iglesia universal, con el carisma del «Padre Tocino» y la generosidad de los donadores internacionales, muchos de ellos anónimos, encandilados por la intuición de un sacerdote que se tomó en serio la regla fundamental del amor al prójimo.
Desde un principio, la meta del Padre Werenfried fue la reconciliación, el amor al prójimo, la superación del odio (en este caso de los alemanes que habían invadido Bélgica y destrozado Europa) bajo la intuición, profunda y práctica, de que «el hombre es mejor de lo que pensamos». Los grandes movimientos de caridad cristiana se basan en las verdades sencillas del Evangelio. El del Padre Werenfried se erigió en medio de las secuelas de la guerra con la premisa de que «Los hombres están dispuestos a ser heroicos, basta que tengamos el valor de pedirles auténticos sacrificios y convencerlos de que éstos son necesarios para el Reino de Dios».
Las directrices espirituales de AIN fueron propuestas a los largo de la vida del Padre Werendried: la reevangelización de los pueblos a través de la confianza ilimitada en Dios que será la única posibilidad de colocar un dique espiritual contra el ateísmo. También la búsqueda incesante de la unidad de los cristianos y la comunión pastoral, el asociacionismo, la humildad, el agradecimiento, la colegialidad de las decisiones y la preferencia irrevocable por los pobres «a quienes se tiene que servir, no dominar», según el ideario del Padre Werenfried.
En 1984, bajo el pontificado de Juan Pablo II, AIN fue elevada al rango de Asociación de Carácter Universal dependiente de la Santa Sede. Entonces, recibió el encargo oficial de «ponerse al servicio de la Iglesia Universal». Lo ha hecho con puntualidad: cada año AIN apoya cerca de ocho mil proyectos ayudando a las iglesias pobres y perseguidas co
n oración, ayuda pastoral y asistencia material.
En 2006 movilizó cerca de 75 millones de euros –obtenidos, enteramente, de donativos de sus 700 mil benefactores– que distribuyó en 145 países del planeta. Las proyecciones para 2007, año del 60 aniversario de AIN, son más ambiciosas: la consolidación de un sistema de trabajo que genere más recursos para repartir entre los perseguidos y necesitados de todo el mundo, especialmente en los pueblos de África y Europa del Este, así como de Asía y Medio Oriente, y la elaboración de una plataforma informativa que despliegue la obra del «Padre Tocino» hacia dondequiera que Dios esté llorando.
Los retos del porvenir
«La organización se encuentra a la escucha de la Iglesia perseguida y sufriente, para proveerle de ayuda espiritual y, en la medida de nuestras posibilidades, de ayuda material», afirma Regina Lynch, quien ocupa la secretaría general interina de AIN, junto con Carlos Gorricho, quien también es Director de Proyectos.
«Tenemos muchos testimonios de la Iglesia que sufre, y muchos testimonios de cómo sigue adelante. Esto no solamente nos impulsa a seguir ayudando, sino que, también, nos refuerza nuestra propia fe. Vamos a seguir creciendo y vamos a seguir buscando las formas de ayudar, por ejemplo, a los cristianos de Medio Oriente, en África, en los lugares donde el Islam se está imponiendo de una manera excluyente, en fin, en tantos lugares donde la Iglesia necesita que hagamos bien nuestro trabajo de solidaridad», subraya Regina Lynch.
En este sentido, cabe destacar el trabajo reciente de una de las 17 oficinas nacionales de AIN, la de España, que tras una campaña exitosa, podrá destinar cerca de 600 mil euros de ayuda a proyectos para cristianos de Irak. El director de España de AIN, Javier Menéndez-Ros destacó a ZENIT-El Observador, el trabajo que en Irak están haciendo las religiosas y sacerdotes que «están volcados con los iraquíes y buscan fórmulas para darles un futuro», y de los obispos, «volcados con el pueblo sufriente, al que conocen muy bien».
Por su parte, Carlos Gorricho enfatiza que su reciente ingreso a AIN en sus oficinas centrales de Königstein es, en parte, para «consolidar el proceso de institucionalización que ya se encontraba muy avanzada» de la organización. «Tenemos que entender un poco mejor –dice Gorricho– cuáles son las funciones y las realidades de un organismo moderno como pretende ser Ayuda a la Iglesia Necesitada, e ir asumiendo la espiritualidad que dejó como legado el Padre Werenfried. Debemos saber que estamos haciendo Iglesia, estamos permitiendo que las personas que tienen algunos medios se los den a aquellos que no los tienen. Y eso pasa por la adoración, por la fe, por muchas cosas más que porque el dinero salga de un bolsillo, se deposite en una cuenta, y llegue a otro».
Las tareas específicas que ha dejado a AIN el Padre Werenfried, forman parte del «canon» que conocen a la perfección todos los responsables de las diversas secciones del sistema y sus directores nacionales: formación de sacerdotes, religiosos, catequistas y laicos; suministro de biblias, obras litúrgicas y teológicas y material para la catequesis; becas de estudios de postgrado para licenciados en Teología; fundación de monasterios contemplativos y ayuda al sustento de sacerdotes, religiosas y demás servidores de la Iglesia; construcción o restauración de Iglesias, capillas, conventos, seminarios y demás edificios eclesiales; motorización de las personas consagradas al apostolado, y apoyo a los medios pastorales de comunicación.
AIN esta comprometida con la Iglesia misionera, con la Iglesia que está en los países pobres, que se está desarrollando; esa Iglesia que es minoría, que está sufriendo nuevos acechos; esa Iglesia que tiene que ver con la injusticia social es con quien más se identifican todos los miembros de la organización. La misma trata de construir, de manera conjunta, una evangelización de esperanza. Y en ese sentido, la Iglesia necesitada está en todas partes, tanto en la amenaza del Islam radical como en las políticas contra la vida de algunos organismos internacionales, en el relativismo actual o en las pequeñas villas africanas que carecen de todo.
Las indicaciones son las mismas que dejara en innumerables cartas, escritos y sentencias el Padre Werenfried; pero las necesidades de la Iglesia van encontrando su propio camino en el mundo de la dictadura del relativismo. En este sentido, es fundamental para AIN el papel que lleva a cabo su Asistente Espiritual Internacional, el Padre Joaquín Allende. Pocos han comprendido como él la hondura de la herencia del «Padre Tocino»: ayudar a los pobres pero sin humillar su dignidad.
«A ejemplo del Padre Werenfried –dice el Padre Allende—debemos sembrar la semilla del amor en toda tierra que esté impregnada de sangre y lágrimas». Pero sembrar el amor requiere la propia purificación. La reflexión constante sobre la pureza de intención de AIN recae en el Padre Allende, presente en todas las operaciones internas y externas del conglomerado en que se ha convertido la organización. Presente a través de una verdad muy sencilla: que “la paz comienza cuando los hombres reconocen sus propios pecados».
En 2007 y los años por venir, señala Hans-Peter Röthlin, el Presidente de AIN, «el reto consiste en poner, juntas, las directrices institucionales, espirituales y organizativas que ya tenemos, con el impulso del Padre Werenfried y llevarlo a cabo todos, seriamente, sin quitarle nada a lo que surgió hace 60 años, pero haciéndolo nosotros: el padre Werenfried ya pasó, ahora seguimos nosotros. Debemos cambiar una realidad casi personal por un trabajo en equipo, siempre atentos a las necesidades y a la voluntad de la Iglesia universal».
Mientras tanto, en los pasillos de la Casa Werenfried, el cuartel general de AIN en Königstein, se seguirán escuchando todas las lenguas del catolicismo; obispos, sacerdotes, religiosas, laicos de los puntos más remotos del planeta que irán en busca de ayuda para seguir evangelizando a los pobres, a los necesitados, a los perseguidos, a los olvidados, desde la pequeña monja filipina de las Hijas de San Pablo, hasta el obispo de Sudán o las monjas lituanas que compartieron la mesa esa mañana con los directores generales, o esa mujer, con innegable acento ruso que pasó frente a la recepción de la Casa, con alguien que parecería ser su hija.
[Participaron en este Informe: Xavier Legorreta, Martin Fontanari, Marek Zurowski, Thomas Köter, Claude Piel, Jürgen Liminski, Carlos Gorricho, Regina Lynch, Sanja Krsnik, Marie-Ange Siebrecht, Eva-Maria Kolmann, Sybille Mittenhuber, Irene Eschmann, Magda Kaczmarek, Christine du Coudray, Ursula Müllerleile
Más información en www.kirche-in-not.org].