TARAZONA, sábado, 17 febrero 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, con el título «El veneno de la política».
El veneno de la política
La política no es mala. Al contrario, es un precioso servicio al bien común. La Iglesia valora, anima y estimula continuamente a los que se dedican a causas nobles, buscando el bien de la convivencia, el reparto justo del dinero público, que es dinero de todos, el bien de los demás en todas sus dimensiones, la especial atención a los más desfavorecidos.
Pero a veces la política está envenenada de odio, de avaricia, de revancha. Y ya no se busca el poder para hacer el bien, ni para hacer un mundo más justo, sino para los propios intereses, llegando incluso a machacar al otro, al que se considera enemigo.
Los socialistas, como Marx, dicen que la religión es el opio del pueblo, que la religión aliena al hombre, que le impide ser libre. Por eso, -dice Marx-, hay que acabar con la religión para que el hombre se libere. Sin embargo, los países que han implantado oficialmente el ateísmo marxista no han progresado, sino que han tardado más en desarrollarse. Cuando se consigue quitar a Dios de la vida, el hombre pierde el norte, vive sin sentido.
Los nihilistas, como Nietzsche, dicen que el amor humano ha sido envenenado por la moral cristiana, quitándole su encanto. Hay que predicar el amor libre, -dice Nietzsche-, para que cada uno haga lo que quiera, sin ninguna norma. Y asistimos al desastre universal de un desgaste del amor verdadero, que al hombre le encierra en su egoísmo, buscando la prepotencia. Se multiplica la violencia de género, se propaga el SIDA de manera alarmante. El hombre sin freno en la vida sexual se hace el peor de los esclavos.
El verdadero mal del hombre está en el pecado. Cuando el hombre se aparta de Dios, vive desorientado, y acaba haciéndose daño a sí mismo y haciendo daño a los demás. Dios es el mejor garante de los derechos humanos. Sin Dios, no hay justicia, ni libertad, ni progreso. Dios busca al hombre, antes que el hombre busque a Dios. Y del encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios, en Jesucristo, brota para el hombre la felicidad y la paz, en el corazón personal y en la sociedad donde vive. Querer construir un mundo sin Dios, es una barbaridad, no tiene futuro. El futuro del hombre está en Dios y en el cumplimiento de su santa ley. El futuro se llama Jesucristo.
Estamos en época preelectoral y a veces se constata un enfrentamiento, que no brota de la legítima discrepancia de las distintas posturas, sino que brota de la envidia, del odio, de las rencillas, de la revancha. En definitiva, que brota del pecado. Y, lo peor de todo, el que quiere ser honrado no podrá prosperar, sólo prosperará quien engañe más, quien sea más corrupto, quien intente aprovecharse de la situación.
Es mucho dinero el que está en juego. Vivimos en un país que se va enriqueciendo aceleradamente. Si se tratara de distribuirlo equitativamente, se buscaría el bien común por encima de los intereses de partido y de los intereses personales. Pero , ¡ay!, el dinero es muy goloso y muy atrayente, sobre todo para los que viven sin Dios. Y, cuando en la contienda política se introduce la avaricia, ya no se busca el bien de nadie, sino únicamente el bien propio. He aquí el veneno de la política, que tantos quebraderos de cabeza trae en estos días, hasta el extremo de llegar al asesinato del contrincante.
La tarea política, la convivencia ciudadana, los que sirven el bien común también necesitan una purificación, una conversión. La Cuaresma que se acerca es una buena oportunidad para ello.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona