La esquizofrenia de la inmigración

Hacen falta inmigrantes, pero nos quejamos de ellos, según el arzobispo Chaput en Denver

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DENVER, lunes, 5 marzo 2007 (ZENIT.org).- Una actitud de endurecimiento no es la respuesta para detener la creciente llegada de trabajadores indocumentados a los Estados Unidos, según el arzobispo Charles Chaput de Denver.

El arzobispo es testigo del gran aumento de la población latina en su sede, e insiste en que para una política de inmigración eficaz debe afrontar la raíz, los temas económicos.

En esta entrevista con Zenit, el arzobispo Chaput habla sobre la situación en Estados Unidos, donde constata en sus ciudadanos «una curiosa esquizofrenia».

–Usted criticó recientemente las redadas de trabajadores indocumentados que tuvieron lugar en tres plantas de envasado de carne en Midwest en diciembre, diciendo que estos «dramáticos, durísimos arrestos» no resolverán el problema de la inmigración. ¿Por qué no?

–Arzobispo Chaput: El problema de la inmigración en Estados Unidos es sistémico. Atacar los síntomas –en este caso, trabajadores indocumentados en una planta de envasado de carne– no sirve de nada para afrontar la causa, que es económica.

Después de unos 40 millones de abortos y miles de millones de contraceptivos, los estadounidenses tienen una escasa fuerza laboral. ¿Por qué sorprenderse?

Queremos una economía fuerte y un buen nivel de vida, pero al mismo tiempo no queremos hacer un montón de trabajos desagradables que ayudan a mantener ese nivel. Así vivimos una curiosa esquizofrenia. Necesitamos a los «ilegales» pero nos quejamos de ellos.

–Usted también dijo que el sistema de inmigración en Estados Unidos ha fracasado. ¿En qué sentido? ¿Hay algunas leyes en proyecto en el nuevo Congreso que afronten efectivamente estos temas?

–Arzobispo Chaput: El arzobispo de San Antonio, José Gómez, y otros han señalado que hoy los inmigrantes latinos son diferentes en modo importante de los inmigrantes irlandeses, italianos y polacos de hace un siglo.

Muchos inmigrantes latinos ni desean ni tienen planeado instalarse aquí. Quieren trabajar durante un tiempo y volver a casa, y a diferencia de las precedentes generaciones de inmigrantes, ellos podrían actualmente hacerlo si nuestro sistema se lo permite porque no necesitan cruzar un océano.

La maquinaria de la inmigración a Estados Unidos no tiene un modo efectivo de acoger, dar licencias y monitorizar a los trabajadores temporales y necesitamos un gran número de ellos. Yo llamaría esto un fracaso.

Como en las políticas sobre el tema, estoy igualmente insatisfecho de los dos mayores partidos. El senador demócrata por Colorado, Ken Salazar, y el senador republicano por Arizona, John McCain y otros, han impulsado alguna buena legislación a nivel federal, pero sobre todo, tanto demócratas como republicanos han puesto en juego las más feas cualidades del talante americano cuando se trata de temas de inmigración.

–Estados Unidos concede en torno a un millón de «tarjetas verdes» al año, y más de 800.000 trabajadores indocumentados llegan anualmente de manera ilegal. ¿Sería correcto decir que parte del problema también tiene que ver con la situación económica y política de los países de origen de los inmigrantes? ¿Qué responsabilidad deberían asumir estos países ante el gran número de ciudadanos que dejan sus fronteras?

–Arzobispo Chaput: Este es un punto importante. Algunos disfrutan achacando a Estados Unidos casi todos los problemas y, lamentablemente, la política estadounidense ha tenido una historia verdaderamente confusa en Latinoamérica.

Pero mientras los países latinos no reformen seriamente sus propios sistemas legales y económicos, serán corresponsables de la actual crisis. No se puede acusar sólo a Estados Unidos. Una de las implicaciones de una economía hemisférica es que ambos lados de la frontera deben cooperar. Ambos lados de la frontera tienen obligaciones.

–El Gobierno federal insiste en la necesidad de controlar la inmigración por razones de seguridad. La Iglesia, entre otros, ha criticado algunas de las medidas tomadas, tales como el muro en la frontera Estados Unidos-México, por el precio humano que supone. ¿Cómo podemos reconciliar la necesidad de seguridad con un trato más humano a los que tratan de entrar?

–Arzobispo Chaput: La Iglesia es más efectiva cuando recuerda a la gente que la fuerza punitiva de por sí no funciona. Para mí, el debate sobre el muro fronterizo es realmente un debate sobre soluciones de barniz.

El muro fronterizo es una imagen de toda una serie de las contradicciones estadounidenses. Por ejemplo, estamos tratando de combatir una guerra en Irak con un contingente de efectivos obviamente inadecuado, pero los estadounidenses no tienen intención de hacer sacrificios que puedan ampliar este contingente de un modo equitativo.

¿Ha oído usted a alguien hacer un llamamiento de reclutamiento o servicio nacional obligatorio o de aumentar la paga a los militares para promover voluntarios? Yo no. De modo similar deseamos «endurecer» la frontera, pero ¿deseamos realmente militarizar la vida estadounidense y gastar el dinero que supone el detener el flujo de inmigrantes? ¿Y qué pasa si lo deseamos? ¿Hemos realmente pensado en las consecuencias para nuestra economía?

Al mismo tiempo, cándidamente, no pienso que todas las voces religiosas estén ayudando de la misma manera en el debate nacional. Acusar a los estadounidenses de racismo nacional, o amenazar prematuramente con la desobediencia civil a la ley de inmigración, no es sabio.

A veces el sentido común es más útil que el «testimonio profético». Muchos estadounidenses creen que la preocupación por la seguridad es legítima Los ciudadanos tienen derecho a preocuparse sobre la falta de respeto a la ley y la solvencia de sus instituciones públicas.

Si los estadounidenses están enfadados por el tema de la inmigración no es porque ellos sean instintivamente mojigatos. Están frustrados y temerosos, y demasiados de nuestros servidores públicos nos han fallado porque no dirigen realmente con visión, en otras palabras, siguen los sondeos de opinión y su ambiciones, en lugar de sus cerebros y conciencias, para encontrar una solución.

–Usted dijo que la crisis de inmigración es un «test para la humanidad». ¿Qué medidas podría tomar el Gobierno para lograr el control del número creciente de trabajadores indocumentados en el país, pero al mismo tiempo demostrar este sentido de humanidad?

–Arzobispo Chaput: Yo sé que muchos católicos y otros miembros de la Patrulla de Frontera de Estados Unidos hacen su trabajo con extraordinaria humanidad. A nivel de persona a persona, los estadounidenses han estado siempre entre los más amables y generosos del mundo. Y lo seguimos siendo.

Pero cuanto más avanzamos en las realidades prácticas humanas, más inhumanas se hacen nuestras políticas. No es asunto de la Iglesia redactar una ley de inmigración. Si lo fuera, no necesitaríamos al Congreso.

Por supuesto, no funcionaría porque la Iglesia no tiene las capacidades necesarias para esta clase de servicio público. La Iglesia y otras comunidades de fe tienen la capacidad de explicar los temas morales que deberían ayudar a dar forma a la ley. Así su voz sobre un tema como la inmigración es vital.

–¿Cuál ha sido el impacto de la inmigración en su diócesis?

–Arzobispo Chaput: Colorado tuvo un incremento del 70% de inmigración hispana desde los últimos años ochenta hasta los últimos años noventa. La inmigración es enorme en mi diócesis, y en compensación se ha dado una tremenda infusión de nueva vida en la Iglesia.

En Denver, tratamos de construir una comunidad eclesial que sea verdaderamente multiétnica y multirracial. Esto me impresiona como una exigencia de nuestra condición de discípulos. Pero a menos que tengamos pronto serias
reformas de inmigración nacional, seguirá creciendo un sentimiento de injusticia entre hispanos y no hispanos. A largo plazo, esto podría herir gravemente a todo el país.

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ZENIT Staff

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