Los retos de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, según su secretario general (II)

Entrevista con monseñor Andrés Stanovnik, OFMCap.

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BOGOTÁ, miércoles, 28 marzo 2007 (ZENIT.org).- La Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que será inaugurada por Benedicto XVI en Aparecida (Brasil) el 13 de mayo, busca ser un gran acontecimiento evangelizador, explica su secretario general.

Por este motivo, aclara monseñor Andrés Stanovnik, OFMCap., obispo de Reconquista (Argentina), en esta entrevista concedida a Zenit, llamará a los cristianos del continente de la esperanza a convertirse en «discípulos y misioneros de Jesucristo».

Monseñor Stanovnik es además secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su nombramiento como secretario general de la cumbre del episcopado fue anunciado por el Papa el 12 de diciembre pasado.

La primera parte de esta entrevista fue publicada por Zenit en el servicio del 27 de marzo de 2007.

–Hablamos al inicio de identidad cristiana. ¿Se puede hablar de una identidad latinoamericana? ¿No se darían realidades muy distintas, teniendo en cuenta la gran cantidad de países que se congregan en la Quinta Conferencia?

–Monseñor Stanovnik: Las Conferencias Generales son un acontecimiento original y único en la Iglesia Católica que peregrina por América Latina y El Caribe. Esto no sucede en otras partes, como por ejemplo en Europa, Asia o África. Esto fue posible gracias a la dimensión católica de nuestra fe, que empezó con el encuentro de culturas y pueblos, cuando Colón pisó por primera vez las costas de nuestro continente. Desde entonces, la obra de evangelización ha ido construyendo un sustrato cultural católico, que aún caracteriza nuestros pueblos. Si bien hubo luces y sombras, sufrimientos y alegrías, pecado y gracia, en la tarea evangelizador, como suele suceder en los encuentros entre seres humanos, el saldo es altamente positivo, aun cuando todavía haya mucho que superar y construir, para que seamos una verdadera comunidad de naciones equitativa, justa y solidaria.

Sin embargo, el hecho de que estemos a punto de celebrar la Quinta Conferencia General, en continuidad con las anteriores (Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo), significa que hay una unidad religiosa y cultural que hace posible este encuentro. Hablamos de América Latina y El Caribe, porque nos reconocemos pertenecientes a una misma familia de naciones y pueblos. Nos descubrimos ligados no por algo meramente circunstancial o estratégico, sino por algo mucho más hondo, que nos da esa identidad de familia grande. En el ámbito de las 22 Conferencias Episcopales latinoamericanas y caribeñas nos reconocemos con alegría y gratitud como una verdadera familia de conferencias.

El CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) es testigo de esa realidad hace ya más de cincuenta años. Ciertamente, el substrato cultural católico ha hecho posible esta unidad regional. De España y de Portugal recibimos la fe y también la cultura, y junto con la cultura, la lengua. Gracias a esas raíces comunes, podemos construir la unidad entre nuestros pueblos sobre bases profundas y proyección trascendente. También es cierto que ese sustrato cultural católico está amenazado y que nos desafía a una tarea urgente para defenderlo y encontrar nuevos caminos para recrearlo y consolidarlo.

Junto con reconocer valiosos aspectos que hacen a la unidad de nuestros pueblos, reconocemos una rica diversidad. Brasil tiene características muy propias, que lo diferencian claramente de los demás países de América Latina. Si comparamos Guatemala, un país de América Central, o un país del sur, como Chile o Uruguay, vemos que son muy diferentes. Sin embargo, cuando un guatemalteco se encuentra con un uruguayo, se sienten más familiares que con un italiano, o con un americano del norte o un asiático. Este fenómeno de familiaridad entre nuestros pueblos es un don muy grande, un verdadero regalo de Dios. Todo lo que une y armoniza, todo aquello que «hace familia», refleja a Dios, que es comunión en la Trinidad, y permite que nos reconozcamos creados a su imagen y semejanza. Esta comunión en la unidad se construye con la ayuda de Dios, que nos abre a la riqueza que aportan las diferencias y particularidades.

En América Latina está casi la mitad de los católicos del mundo. Es una señal de esperanza y una responsabilidad muy grande para la Iglesia. No es extraño que la expresión «continente de la esperanza» nazca en el seno de la comunidad católica. La conciencia de catolicidad que tiene la comunidad católica le permite construir un espacio real de universalidad y de unidad entre pueblos. Es muy importante que en nuestras comunidades cultivemos esa dimensión católica descubriendo, al mismo tiempo, que no es posible construirla si no reconocemos, respetamos e integramos las diversidades. Asimismo, es bueno caer en la cuenta que el reconocimiento, respeto e integración de las diversidades sólo es posible si hay una suficiente y clara identidad de los actores, quienes construyen la unidad aportando sus riquezas y sus diferencias.

Tengo la impresión de que la próxima Conferencia General en Aparecida será particularmente sensible a estos aspectos, precisamente porque el tema gravita sobre la identidad y vocación del sujeto «discípulo y misionero de Jesucristo» y se abre inmediatamente a la misión universal a favor de «nuestros pueblos para que tengan vida en Cristo».

–¿Cómo está estructurado el documento de Síntesis de la Quinta Conferencia? ¿Qué puntos podría destacar de este texto?

–Monseñor Stanovnik: La finalidad de la «Síntesis de los aportes recibidos para la Quinta Conferencia General» fue recoger la reflexión de nuestras comunidades católicas esparcidas en todo el continente sobre su experiencia de fe, de Iglesia y de sociedad en el momento presente. Esta tarea llevó un año de trabajo. De la Síntesis destacaría dos cosas que considero muy importantes. Ante todo, este texto recoge la mirada de fe que tiene nuestro pueblo creyente sobre la realidad que nos toca vivir. Y luego, la misión en el continente.

La mirada de la persona creyente, es una mirada aprendida en la escuela de Jesús y madurada en la comunidad eclesial. Se trata de una mirada desde el corazón de Dios, en consecuencia es, ante todo, una mirada buena y misericordiosa, pero al mismo tiempo profundamente crítica. Como es la mirada de Dios Padre creador que nos revelan las primeras páginas del Génesis: y vio que todo era bueno. Dios no renuncia a su mirada buena cuando le pregunta a Caín «dónde está tu hermano», pero revela que su bondad y compasión no se contradicen con su mirada y su juicio profundamente críticos. La mirada de Jesucristo crucificado dirigida a cada uno, a su Iglesia, a la realidad del mundo, es profundamente conmovedora y compasiva pero, al mismo tiempo, agudamente crítica, sin muchas palabras. El gesto del crucificado es una espada que atraviesa profundamente la realidad. El juicio cristiano sobre la realidad debe integrar misericordia y justicia, una bondad amplia y profunda mirada crítica. El discípulo misionero debe aprender en la escuela de Jesús a ver, juzgar y actuar con él, por él y en él. Este estilo cristiano de discernimiento no se puede vivir «en solitario», sino inserto en la comunidad eclesial e iluminado por el magisterio de la Iglesia. Con otras palabras, podríamos decir que en la experiencia de amistad y comunión de vida con Jesucristo, vamos aprendiendo a discernir el tiempo presente, y con la ayuda de su gracia actuar conforme a su voluntad.

El estilo de misión, el otro aspecto que se destaca en la Síntesis, se caracteriza por reflejar esa mirada de Dios que siempre rescata, recupera, recrea. Esta feliz noticia se nos revela en la Sagrada Escritura. Sigue rescatando hoy y esa tiene que ser la mirada y el estilo de la misión del cristiano. Pero rescata con una profu
ndidad crítica que se revela en toda su conmovedora realidad en la cruz de Jesucristo. Por eso, el compromiso del cristiano tiene que llegar a esa medida. En este sentido, el martirio es el punto más alto del testimonio del creyente y el gesto inconfundible de autenticidad de su misión. ¿Cómo hacer para que el discípulo y misionero de Jesucristo realmente sea vida para nuestros pueblos? El desafío es recuperar para él la dimensión de martirio que tiene la vocación cristiana. Si no está dispuesto a jugarse el todo por el todo, es un testigo pálido de la vocación y misión a la que está llamado. No refleja a Jesucristo. Es verdad que la propuesta de Jesucristo le queda grande a la Iglesia. Pero por fidelidad a él, no la puede achicar o acomodar a una cierta medida tolerable. Creemos que para Dios no hay nada imposible y fue a él a quien se le ocurrió hacernos a su imagen y semejanza, y luego hacernos sus discípulos y discípulas por la amistad con Jesucristo. Tenemos que pedir la gracia de encontrarnos con Él y que Él nos transforme. Por eso lo primero de la Quinta Conferencia no es elaborar una estrategia pastoral para recuperar a los católicos que se fueron a otros grupos religiosos. Algunos medios quisieran que fuera eso para que la novela fuera más interesante y seductora, y no faltaran los buenos y los malos. Lo más importante de la Quinta Conferencia es la renovación de la Iglesia y de cada uno de sus miembros, para que seamos verdaderos discípulos y discípulas del Señor Jesús, dispuestos a dar la vida y a anunciar que sólo dándola se la recibe. El camino de la misión hoy, deberá medirse por la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, en el diálogo abierto y respetuoso con todos, y en el compromiso solidario para construir una sociedad más equitativa y fraterna.

–¿Cómo se dan, al interior de la Quinta Conferencia, los debates entre los obispos, las sesiones de trabajo y la contribución de teólogos y peritos?

–Monseñor Stanovnik: Cuando nos referimos al acontecimiento que va a suceder en Aparecida, solemos nombrarlo como «una reunión del CELAM», o decimos también «la V CELAM». Esto induce a un error, porque da a entender que se trata de un encuentro de obispos convocado por el CELAM. La Quinta Conferencia General no es «una reunión del CELAM». Es una reunión, a la que el Santo Padre convoca las 22 conferencias episcopales de América Latina y del Caribe, y le encarga al CELAM su preparación.

Hay un solo Colegio Apostólico que lo constituyen los obispos, sucesores de los apóstoles, y presidido por el sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI. Entonces este colegio se reúne de diversas maneras: en concilio, en sínodo, convocado siempre por su Cabeza. Pero también puede convocarlo por pedido de una porción de obispos de una determinada área. Esto es lo que sucede en América Latina desde hace un poco más de cincuenta años, como experiencia única y original en la Iglesia Católica. Las cuatro Conferencias Generales anteriores nacieron por iniciativa de los obispos latinoamericanos, quienes presentaron al Santo Padre su deseo de reunirse, y le propusieron además el tema que en su momento juzgaban necesario profundizar. Hasta el presente, el Papa siempre acogió favorablemente estas iniciativas, asumió el tema enriqueciéndolo con su aporte personal y, escuchando las sugerencias sobre la conveniencia de lugares donde debía celebrarse, secundó de buen grado las opiniones de los obispos latinoamericanos, indicando el lugar y la fecha de sus celebraciones.

Ahora podemos comprender mejor por qué el Reglamento para el funcionamiento de una Conferencia General es un instrumento que elabora la Santa Sede. Y también, porqué es tan importante que el Santo Padre venga a Aparecida a inaugurar las deliberaciones de los obispos.

En el Reglamento se establecen las normas y se indican los organismos que son necesarios para el buen desarrollo de una Conferencia General. También allí se dice quiénes son los obispos participantes por derecho, el número proporcional de obispos delegados por conferencias episcopales, el número de invitados que representan a los sacerdotes, religiosas y religiosos, diáconos, laicos y laicas, observadores de otras confesiones cristianas y del judaísmo, representantes de los organismos de ayuda, y un grupo de peritos. En esta Conferencia General participarán 162 obispos y 104 invitados no obispos, es decir, de éstos últimos suman más de una tercera parte del total de asistentes.

La Asamblea de Aparecida va a reflexionar sobre el tema que nos entregó el Papa: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6)». La Síntesis de los aportes recibidos será un subsidio cualificado para consulta de los participantes, quienes trabajarán durante 19 días en grupos, comisiones, subcomisiones y plenarios, con una intensa dinámica de diálogo y participación, para que todos los participantes contribuyan con sus ideas a desarrollar el tema de la reunión, ayudados por los teólogos y peritos que fueron convocados para ese servicio.

–¿La Quinta Conferencia pretende llegar concretamente a la vida de las personas en el ámbito de la misión?

–Monseñor Stanovnik: La finalidad de la Quinta Conferencia, como lo fue de las cuatro anteriores, es la evangelización del continente. Desde que se empezó a hablar de esta Conferencia General, se dijo que debía ser un acontecimiento que diera un nuevo y fuerte impulso a la misión. Dependerá de las orientaciones pastorales que surjan de Aparecida, para ver luego qué características estructurales y programáticas conviene que tenga esta misión. Lo que sí aparece claro es que, a través de las 22 conferencias episcopales que se reunirán en la próxima Conferencia General, se quiere llegar a todas las Iglesias particulares del continente y, desde ellas, a cada uno de los católicos, para tomar conciencia de nuestra vocación misionera como discípulos y discípulas de Jesucristo y comprometernos con ella. Es decir, el compromiso para el cristiano laico, consistirá en primer lugar, vivir coherentemente los valores cristianos en la familia y en la sociedad, actuar como ciudadano consciente de sus obligaciones y derechos, y ser honesto en el trabajo y el compromiso por el bien común.

Un continente, que tiene aproximadamente un 80% de bautizados, no puede ser el menos equitativo del planeta. ¿Cómo es posible que exista esa brecha entre la fe y la vida, entre el evangelio y la cultura en un continente mayoritariamente cristiano? La Quinta Conferencia General es un gran llamado a la conversión. Podríamos decir que, mediante este gran acontecimiento, Jesucristo llama a la Iglesia en América Latina para que se convierta más a Él, para que con Él y en Él se comprometa a extender su Reino, colaborando en hacer este mundo más humano y más conforme el querer de Dios.

–¿Cuál es la importancia de que la Conferencia esté bajo los auspicios de María?

–Monseñor Stanovnik: Cuando nos enteramos que el Santo Padre Benedicto XVI había decidido que la Quinta Conferencia se realizara junto al Santuario de Aparecida, nos alegramos muchísimo. Primero, porque la Conferencia va acontecer en un santuario mariano, lo cual tiene un alto significado en nuestra región. La devoción mariana es una característica muy propia de nuestros pueblos. Nuestra gente se siente muy vinculada a los santuarios marianos, donde experimenta una especial cercanía de la Virgen, y se deja llevar por ella hacia el encuentro con Jesucristo y con la Iglesia. Los obispos estaremos allí más de 20 días, acompañados de numerosos peregrinos durante las celebraciones diarias de la Santa Misa en el altar mayor de la Basílica. La presencia de la Virgen María, primera discípula y misionera, nos estará recordando a cada paso nuestra común vocación de discípulos y misioneros de Jesucristo.

Para la Conferencia de Apareci
da, el acontecimiento mariano se hace aún más significativo, si tenemos presente que la inauguración y la clausura coinciden providencialmente con fiestas marianas: el 13 de mayo la Virgen de Fátima, y el 31 de mayo la Visitación de la Santísima Virgen María.

En el contexto del Santuario de Aparecida, donde se realizará la reunión de obispos, la presencia de Nuestra Señora nos trae a la memoria aquellos días en que ella, perseverando junto a los apóstoles, cooperó con el nacimiento de la Iglesia. A ella nos confiamos, para que también hoy esté con nosotros, nos muestre el camino de la docilidad y de la obediencia al Espíritu Santo, para que con su luz sepamos discernir el tiempo presente y así, renovados por el ardor misionero, trabajemos tenazmente a favor de la vida de nuestros pueblos en Cristo, Camino, Verdad y Vida.

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ZENIT Staff

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