MÉXICO, lunes, 2 abril 2007 (ZENIT.org–El Observador).- Publicamos el último artículo de la trilogía escrita por Rodrigo Guerra López, director del «Observatorio social» del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en el segundo aniversario del fallecimiento de Karol Wojtyla con el título: «Juan Pablo II: servir a los pueblos de América Latina, también hoy».
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El segundo aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II se da en la víspera de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se celebrará en el Santuario mariano de Aparecida, Brasil, a mediados del mes de mayo. El propio Juan Pablo II fue quien aprobó los primeros pasos que se dieron para preparar este gran acontecimiento eclesial. Sin embargo, Dios tenía planeado que fuese Benedicto XVI, quien recibiría a la presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en una de sus primeras audiencias como Pontífice, y eventualmente, quien formulara y matizara el tema central: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida».
La V Conferencia General, o «Aparecida» tal y como ya se le comienza a decir, se coloca así en un momento crucial de la historia de la Iglesia. Un imponente pontificado termina y otro comienza lleno de expectativas y esperanzas. ¿Qué legado deja Juan Pablo II en América Latina? ¿Qué trascendencia tienen sus pasos en el llamado «Continente de la Esperanza»?
Sería muy difícil sintetizar el aporte de Juan Pablo II a los pueblos latinoamericanos. Sin embargo, es posible detectar tres aspectos fundamentales que atraviesan los mensajes de sus múltiples viajes a nuestras tierras, las conferencias de Puebla y Santo Domingo, la Exhortación «Ecclesia in America», y aún su Magisterio dirigido a toda la Iglesia.
1) La verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre
Juan Pablo II apasionadamente enseñó que Cristo revela tanto lo divino como lo humano a cada hombre en su historia concreta. El lugar donde acontece precisamente esta experiencia es la Iglesia. Es fácil trivializar y disolver estos contenidos como si fueran simplemente parte de una cierta retórica eclesiástica. Por eso, Juan Pablo II subrayaba el momento existencial que poseen estas verdades. En diversas ocasiones acudió al pasaje del encuentro del joven rico con Jesús para mostrar que no es una teoría la que nos convoca a una transformación de la vida, sino un encuentro concreto el que permite que verifiquemos con libertad en nuestra propia experiencia la verdad del anuncio cristiano. El que los temas de Cristo, la Iglesia y el hombre sean abordados desde el punto de vista de la «verdad» ayuda a apreciar la importancia de reconocer en su integridad todos los factores constitutivos que estas realidades poseen.
En efecto, siempre existe la tentación de administrar de acuerdo a nuestros gustos y preferencias los elementos que conforman la fe, privilegiando unos y ocultando otros. En América Latina, esta tentación no ha estado ausente tanto en grupos integristas como en grupos inoculados por alguna modalidad de marxismo, tanto en sectores afines al neoliberalismo como en sectores simpatizantes de la lucha revolucionaria. El Papa Juan Pablo II, a este respecto, invitó siempre a que redescubramos que el Evangelio es un don, y por lo tanto, su contenido no está sujeto a las modas ideológicas en turno, sino que es custodiado por el propio método que Jesús escogió para permanecer en la historia: la Iglesia como comunidad empíricamente localizable, guiada por los sucesores de los apóstoles, y destinada a anunciar la verdadera salvación y liberación para los hombres.
2) La opción preferencial por los pobres y la dimensión social del cristianismo
El Papa Juan Pablo II fue particularmente conciente de la explotación y miseria en la que viven millones de latinoamericanos. La escandalosa pobreza de tantos no puede obviarse. Por ello, en «Ecclesia in America» se sitúa a los pobres como un verdadero lugar teológico en el que acontece la presencia real de Jesucristo. La experiencia viva de la Iglesia en América Latina ha sido un espacio privilegiado para constatar la verdad de esta afirmación. Durante siglos, la Iglesia se ha solidarizado con el pueblo que sufre, y en muchas ocasiones ha sido la única voz que se ha alzado delante del poder autorreferencial recordando los valores que lo deberían de orientar y dirigir hacia el bien común. En las Instrucciones «Libertatis nuntius» y «Libertatis conscientia» el Cardenal Ratzinger, con aprobación de Juan Pablo II, mostró los riesgos de utilizar mediaciones socioanalíticas reductivas para interpretar el Evangelio y convocó a trabajar por una liberación integral y no complaciente de las diversas esclavitudes que sufre el hombre.
El itinerario de compromiso eclesial a favor de los más pobres en la enseñanza de Juan Pablo II parece culminar en un documento destinado a toda la Iglesia y que posee un especial significado para América Latina: «Novo milenio ineunte». En este texto, Juan Pablo II dirá: «Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse: « He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado que beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme » (Mt 25,35-36). Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia.»
De esta manera la opción preferencial por los pobres se transforma en un principio permanente, en un criterio de juicio y en una directriz de acción al interior de la nueva síntesis de la Doctrina social cristiana elaborada por Juan Pablo II. El continuamente insistió en la gran responsabilidad que poseemos los fieles laicos en esta área. El sujeto de la Doctrina social de la Iglesia, es decir, quien le da concreción y operatividad, no es una clase social, no es una organización particular, sino toda la Iglesia en movimiento que a través de los fieles laicos debe proponer la vitalidad del Evangelio dentro de las estructuras sociales, económicas y políticas.
3) María y el Evangelio de la vida
La centralidad de María en el misterio de la salvación es una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano. Las visitas de Juan Pablo II a América Latina continuamente nos recordaron que Cristo llegó a nuestras tierras precisamente a través de María. Sin embargo, el papel de la Virgen en América Latina no se agota en su dimensión estrictamente espiritual sino que funge como verdadero factor identitario de nuestros pueblos. Juan Pablo II en su primera visita a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe decía: «todo este inmenso Continente vive su unidad espiritual gracia al hecho de que Tú eres la Madre».
Esta manera de mirar a la Virgen posee numerosos aspectos a destacar. Sin embargo, cobra especial importancia la relación que Ella guarda con el Evangelio de la vida según Juan Pablo II. América Latina se estremece actualmente por el incesante acoso de leyes y políticas públicas que lastiman la dignidad de las personas, en especial de quienes son más vulnerables: los no-nacidos, los pacientes terminales, los ancianos, las mujeres pobres, los niños, los matrimonios jóvenes, etc. Toda la amplia agenda de asuntos en torno a la vida y a la familia no son un tema más entre otros muchos que pueden existir en la discusión pública, sino que en ellos radica en buena medida el destino de nuestros pueblos. María, particularmente desde el Tepeyac, ha aparecido como una muj
er que cuida en su vientre la Vida y que simultáneamente nos invita a seguirla en este gesto con valor y con confianza: «No estoy yo aquí que soy tu Madre, no estas acaso en mi regazo». Por ello, el Papa Juan Pablo II, prácticamente en todos sus viajes a América Latina recordó que hemos de trabajar sin descanso por anunciar el Evangelio de la vida seguros que en este esfuerzo contamos con el auxilio especial de María quien con sus virtudes logra subsanar nuestras muchas deficiencias.
La amplia labor misionera de Juan Pablo II en nuestro Continente deja una herencia impresionante que es importante enriquecer y continuar. El recuerdo cariñoso y devoto de Juan Pablo II no puede convertirse en una suerte de recuerdo melancólico. Al contrario, si apreciamos el mensaje que nos vino a traer, debemos de mirar ahora, con igual sensibilidad el modo como este ha de ser continuamente ofrecido a los hombres. Por ello, tal vez el gesto más sencillo y más profundo de amor a Juan Pablo II consiste precisamente en seguir con igual asombro y estupor el anuncio que nos hace hoy Benedicto XVI. El nuevo Papa, en su próximo viaje a nuestro Continente, mirará los frutos que la Iglesia latinoamericana ofrece hoy al mundo y nos confirmará en la fe, es decir, en la certeza de que Cristo ha venido a proponer una nueva libertad que ningún poder del mundo puede ofrecer.