ROMA, jueves, 19 abril 2007 (ZENIT.org).- La encíclica «Populorum Progressio», 40 años después de su publicación, sigue siendo profética sobre la auténtica visión del desarrollo, afirma el banquero y economista Ettore Gotti Tedeschi, autor del libro en italiano «Dinero y paraíso. La economía global y el mundo católico» («Denaro e paradiso. L’economia globale e il mondo cattolico», editorial Piemme).
Zenit lo ha entrevistado para comprender algunas de las indicaciones ofrecidas por el Papa Pablo VI para luchar contra el subdesarrollo.
–«El desarrollo es el nuevo nombre de la Paz» sostenía Pablo VI, pero hasta en algunos ambientes católicos el desarrollo es visto con cierta desconfianza. Para algunos autores es incluso el peor de los males. ¿Cuál es su opinión al respecto?
–Gotti Tedeschi: El desarrollo es el mejor de los bienes. El desarrollo es el efecto de la aplicación, según criterios de libertad del hombre, de su genio «divino» y operativo. El desarrollo es la prosecución de la obra emprendida por los monjes benedictinos en la Edad Media, que trabajando y orando permitieron al mundo disfrutar durante siglos de muchos beneficios. El desarrollo ha permitido erradicar el hambre, las enfermedades y sufrimientos.
¿Por qué entonces hay quien no lo aprecia? Puede haber varias respuestas: la primera es porque este alguien odia esa chispa de divino que hay en el hombre y que le lleva a mejorarse continuamente.
La segunda es porque el desarrollo llevaría a la humanidad (compatiblemente con nuestra naturaleza humana, naturalmente) a un estadio de bienestar tan alto que envilecería el papel de quien vive para protestar y destruir la obra de quien ha hecho algo.
La tercera es porque «alguien» quiere que el hombre vuelva a un estadio de vida animal, pasando a través de varios estadios de regresión. En el desarrollo en cambio hay algo de divino y de santificante, naturalmente según las condiciones que tienen en cuenta el problema ético.
–Es también verdad que en ciertos ambientes ha prevalecido la deriva cientificista, que no acepta límites éticos al desarrollo. ¿Usted que piensa?
–Gotti Tedeschi: Esto verdad. Esta pregunta se puede relacionar con la primera. Si alguien quiere demostrar que el hombre es «sólo» un animal, algo más evolucionado, pero en el fondo, un animal, es evidente que no se debe plantear un problema ético relativo a la «presunta divinidad y sacralidad» del hombre. Si el hombre no es más que un animal, en la práctica quiere decir que es sólo cuerpo, no hay espíritu, el alma no existe. De este modo, la solución de sus problemas la refiere únicamente a los problemas corporales: sufrimiento, dolor, enfermedades, vejez y fealdad, etc. Se trata de cuestiones solucionables «científicamente» si el hombre deja de percibir la «sacralidad». Esta concepción radical de la «ciencia», que ha producido muchos menos resultados de los que prometía, y es mucho menos científica de lo que afirma con sus teorías sobre la vida y sobre su sentido, no es verdadera ciencia.
Un científico no se plantea como prioridad demostrar que la religión es perjudicial para la ciencia, así como un científico sabe que antes o después tiene que probar y demostrar su teoría, no sólo demorarla infinitamente y remitirla a las futuras generaciones de científicos. El hecho de que no se acepten límites éticos al desarrollo se debe sólo a que se desea un desarrollo degenerante.
–En la reciente exhortación postsinodal «Sacramentum Caritatis», Benedicto XVI recuerda que la oración del Padrenuestro, «Danos hoy nuestro pan de cada día», nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales, privadas, para que cese o por lo menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la subalimentación que sufren tantos millones de personas, sobre todo en los países en vías de desarrollo. ¿Qué habría que hacer para vencer al subdesarrollo?
–Gotti Tedeschi: Esta respuesta es más difícil y compleja. Ayudar a los «países pobres o subdesarrollados» es muy difícil por varias razones que a menudo no dependen del estadio de desarrollo en el que se encuentran. El problema es siempre cómo ayudarles.
Si es poco (respecto a las necesidades), significa indiferencia egoísta; si es mucho, es posible ser acusado de colonialismo. Si ayudo con dinero a los gobernantes, este dinero corre el riesgo de acabar en bancos suizos. Si mando empresarios, corro el riesgo de que se hable de ocupación capitalista-imperialista. Si mando bienes, corro el riesgo de que se diga que se quiere mantener el status quo y hacer sólo beneficencia. Si invierto en escuelas u hospitales, corro el riesgo de oír hablar de colonialismo cultural o experimentación clínica o farmacéutica.
Lamentablemente, no se puede hablar como se debe de los problemas del subdesarrollo.
Si hay un santo inteligente y preparado, que hace una propuesta, siempre hay algún otro que se cree también santo y que dice lo contrario. Y quienes viven en el subdesarrollo se quedan igual.