Mensaje con motivo de la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España

LXXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española

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MADRID, viernes, 27 abril 2007 (ZENIT.org).- En el contexto de su LXXXIX Asamblea Plenaria –concluida este viernes-, los obispos españoles han aprobado un Mensaje con motivo de la beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España. La ceremonia se celebrará en Roma el próximo otoño.

Publicamos íntegramente el mensaje del episcopado español.

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LXXXIX ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
Madrid, 23-27 de abril de 2007

Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 14)

Mensaje con motivo de la beatificación
de 498 mártires del siglo XX en España

Madrid, 27 de abril de 2007

Atraídos por el ejemplo de Jesús y sostenidos por su amor, muchos cristianos, ya en los orígenes de la Iglesia, testimoniaron su fe con el derramamiento de su sangre. Tras los primeros mártires han seguido otros a lo largo de los siglos hasta nuestros días (Benedicto XVI) [1].

Queridos hermanos:

Os anunciamos con profunda alegría que, en el próximo otoño, Dios mediante, tendrá lugar en Roma la beatificación de 498 hermanos nuestros en la fe, de los muchos miles que dieron su vida por amor a Jesucristo en España durante la persecución religiosa de los años treinta del pasado siglo XX. La Iglesia reconoce ahora solemnemente que murieron como mártires, como testigos heroicos del Evangelio.

1. Los mártires, signo de esperanza

En 1999, esta Asamblea Plenaria de los obispos daba gracias a Dios por los logros del siglo XX y pedía perdón por los pecados de aquella centuria que llegaba a su fin. Entre los pecados recordábamos las «violencias inauditas» a las que el mundo, Europa y España se vieron arrastradas por «ideologías totalitarias, que pretendían hacer realidad por la fuerza las utopías terrenas». Y dábamos gracias a Dios, recordando, con Juan Pablo II, que «al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires» y que «el testimonio de miles de mártires y santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo» [2]

Los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Con su beatificación se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (cf. 1Jn 5,4) y que trasciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Los mártires «vencieron en virtud de la sangre del Cordero, y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte» (Ap 12, 11). Ellos han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte y se convierten para todos nosotros en signos de amor, de perdón y de paz. Los mártires, al unir su sangre a la de Cristo, son profecía de redención y de un futuro divino, verdaderamente mejor, para cada persona y para la humanidad.

Por eso escribía Juan Pablo II: «quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo […]. Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza» [3]

2. Los nuevos mártires de España

La beatificación que vamos a celebrar contribuirá a que no se olvide el «gran signo de esperanza» que constituye el testimonio de los mártires. De los del siglo XX en España, 479 han sido beatificados en once ceremonias a partir de 1987, y 11 de ellos son ya santos.

Casi quinientos han sido reunidos, esta vez, en una única celebración. Y, como en las anteriores ocasiones, cada caso ha sido estudiado por sí mismo con todo cuidado a lo largo de años. Estos mártires dieron su vida, en diversos lugares de España, en 1934, 1936 y 1937. Son los obispos de Cuenca y de Ciudad Real, varios sacerdotes seculares, numerosos religiosos -agustinos, dominicos y dominicas, salesianos, hermanos de las escuelas cristianas, maristas, distintos grupos de carmelitas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María-, seminaristas y laicos, jóvenes, casados, hombres y mujeres. Las biografías y fotografías de todos, y su relación con las diócesis actuales, se encuentran en el libro titulado Quiénes son y de dónde vienen. 498 mártires del siglo XX en España [4]

Podemos destacar como rasgos comunes de estos nuevos mártires los siguientes: fueron hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen; por ello, mientras les fue posible, incluso en el cautiverio, participaban en la Santa Misa, comulgaban e invocaban a María con el rezo del rosario; eran apóstoles y fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes; disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión; rechazaron las propuestas que significaban minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana; fueron fuertes cuando eran maltratados y torturados; perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos; a la hora del sacrificio, mostraron serenidad y profunda paz, alabaron a Dios y proclamaron a Cristo como el único Señor.

3. Testigos de Dios y de la humanidad nueva

El martirio es el signo más auténtico de la Iglesia de Jesucristo: una Iglesia formada por hombres, frágiles y pecadores, pero que saben dar testimonio de su fe vigorosa y de su amor incondicional a Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida. Dado que los mártires son personas de todos los ámbitos sociales, que han pasado su existencia haciendo el bien y que han sufrido y han muerto renunciando a salvar su vida y perdonando a quienes los maltratan, nos sitúan ante una realidad que supera lo humano y que nos invita a reconocer la fuerza y la gracia de Dios actuando en la debilidad de la historia humana.

El misterio del martirio es inseparable de la misión que Dios da a cada persona y en él se realiza el designio de la Providencia (cf. Is 53,10). En Jesús culmina toda la serie de perseguidos por aquellos a los que habían sido enviados (cf. Mt 23,31ss), y de Jesús arranca todo un creciente discipulado que no puede correr una suerte distinta a la de su Maestro (cf. Jn 15,20; 16,1ss). En los discípulos revive Jesús su martirio (cf. Hch 9,4ss; Col 1,24) y para ellos la muerte es ganancia (cf. Flp 1,29). En la Iglesia, las persecuciones son signo y condición de la victoria definitiva de Cristo y de los suyos: poseen un significado escatológico, aparecen como un adelanto del juicio y de la instauración completa del Reino (cf. 1 Pe 4,17-19), y preludian el triunfo de la vida sobre la muerte y el nacimiento de unos cielos nuevos y una tierra nueva (cf. Ap 6,9ss; 7,13-17; 11,11s; 20,4ss).

4. Una hora de gracia

La beatificación que vamos a celebrar es una hora de gracia para la Iglesia que peregrina en España y para toda la sociedad. Os invitamos a prepararos bien para esta fiesta y a participar en ella de modo que se convierta para todos en un nuevo estímulo para la renovación de la vida cristiana. Lo necesitamos de modo especial en estos momentos en los que, al tiempo que se difunde la mentalidad laicista, la reconciliación parece amenazada en nuestra sociedad [5] Los mártires, que murieron perdonando, son el mejor aliento para que tod
os fomentemos el espíritu de reconciliación.

Que por el testimonio y la intercesión de los mártires se avive y fortalezca nuestra condición de creyentes, de discípulos y amigos del Señor, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37; cf. Ap 1,5; 3,14); que perdonó a sus perseguidores (cf. Lc 22,51.81; 23,34); que ofreció su sangre como precio de la redención salvífica (cf. Heb 9,22), y que, elevado en la cruz, atrae a todos hacia Él (Jn 12,32).

Que por el testimono y la intercesión de los mártires se vigorice nuestra esperanza y se encienda nuestra caridad. Ellos, movidos por la esperanza de la Vida eterna, supieron anteponer a su propia vida el amor y la obediencia a la ley evangélica, la ley nueva del amor más grande y promotora de la dignidad y la libertad de cada persona. Los mártires son testigos supremos de la Verdad que nos hace libres.

5. Peregrinación a Roma y preparación

Invitamos y animamos a todos los que puedan a acudir a Roma para la fiesta de la beatificación. Allí, junto a los sepulcros de los mártires Pedro y Pablo, y los de tantos otros de la primera hora del cristianismo, daremos gloria a Dios por los nuevos mártires de España.
Informaos en vuestras parroquias, centros religiosos o en vuestras diócesis sobre el modo en que podáis incorporaros a la peregrinación a Roma. No dejéis de participar en las actividades que se organicen para prepararse espiritualmente a la beatificación y en los actos de acción de gracias, tanto si vais a ir a Roma como si no podéis hacerlo.

Oremos ya desde ahora por los frutos de esta beatificación que, con la gracia de Dios y la intercesión de la Virgen María, auguramos abundantes para todos:

Oh Dios, que enviaste a tu Hijo,
para que muriendo y resucitando
nos diese su Espíritu de amor.
Nuestros hermanos,
mártires del siglo XX en España,
mantuvieron su adhesión a Jesucristo
de manera tan radical y plena
que les permitiste derramar su sangre por Él.
Danos la gracia y la alegría de la conversión
para asumir las exigencias de la fe;
ayúdanos, por su intercesión,
y por la de María, Reina de los mártires,
a ser siempre artífices de reconciliación en la sociedad y
a promover una viva comunión
entre los miembros de tu Iglesia en España;
enséñanos a comprometernos, con nuestros pastores,
en la nueva evangelización
haciendo de nuestras vidas
testimonios eficaces del amor a Ti y a los hermanos.
Te lo pedimos por Jesucristo,
el Testigo fiel y veraz,
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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[1] Alocución del Ángelus en la fiesta de San Esteban, 26 de diciembre de 2005.
[2] LXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, 26 de noviembre de 1999, números 14 y 4.
[3] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in Europa, 13.
[4] Edice, Madrid 2007.
[5] Cf. LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Orientaciones morales ante la situación actual de España, 23 de noviembre de 2006, números 5-13.

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ZENIT Staff

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