CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 8 abril 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI está convencido de que el actual desafío para los cristianos consiste en testimoniar que Cristo ha resucitado y vive para siempre.
Fue el mensaje central que dejó en su mensaje de Pascua, pronunciado desde el balcón de la Basílica de San Pedro del Vaticano, en el que repitió las palabras del apóstol Tomas al ver a Jesús resucitado, de quien antes había dudado: «¡Señor mío y Dios mío!».
El Papa ha escogido esta frase como lema para esta Pascua. La ha escrito a mano y la ha enviado a sus amigos y colaboradores en una tarjeta, en la que se reproduce la Resurrección de Cristo de Pinturicchio (1454-1513), que se encuentra en el Vaticano, en el Apartamento Borgia.
En su mensaje dirigido a los miles de peregrinos que llenaban la plaza de San Pedro, transmitido por 108 canales de televisión de 67 países, explicó que ha escogido estas palabras «porque la humanidad actual espera de los cristianos un testimonio renovado de la resurrección de Cristo».
«Necesita encontrarlo y poder conocerlo como verdadero Dios y verdadero Hombre», añadió.
«Si en este Apóstol podemos encontrar las dudas y las incertidumbres de muchos cristianos de hoy, los miedos y las desilusiones de innumerables contemporáneos nuestros, con él podemos redescubrir también con renovada convicción la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros».
«Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles, continúa, porque el Señor resucitado ya no muere más. Él vive en la Iglesia y la guía firmemente hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación», aclaró.
«Cada uno de nosotros puede ser tentado por la incredulidad de Tomás», reconoció. «El dolor, el mal, las injusticias, la muerte, especialmente cuando afectan a los inocentes - por ejemplo, los niños víctimas de la guerra y del terrorismo, de las enfermedades y del hambre-, ¿no someten quizás nuestra fe a dura prueba?».
«No obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida», concluyó.
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Apr 08, 2007 00:00