ROMA, miércoles, 4 abril 2007 (ZENIT.org).- El 21 de marzo de 1927, Domingo de Ramos, en todas las iglesias de Alemania se leyó la encíclica del Papa Pío XI «Mit Brennender Sorge» (Con ardiente preocupación). Es la más dura crítica que la Santa Sede haya expresado jamás respecto a un régimen político

A la distancia de setenta años, aquella encíclica confirma todo lo que la Santa Sede pensaba sobre la naturaleza y peligros del nazismo. Es también profético el pasaje en el que explica que la separación de la fe y la moral lleva a la decadencia y la guerra.

Para profundizar la historia, naturaleza y enseñanzas que se sacan de la «Mit Brennender Sorge», Zenit ha entrevistado al jesuita Peter Gumpel, cuyo conocimiento histórico de las relaciones entre Alemania y la Santa Sede es decisiva.

El padre Gumpel ha explicado a Zenit que, tras la Primera Guerra Mundial, la Santa Sede realizó esfuerzos para realizar un concordato con Alemania, pero todos los intentos fracasaron. Hubo concordatos con algunos estados alemanes como Baviera, Prusia y Baden pero no con Alemania como tal.

El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler tomó el poder, y ya en abril ofreció por iniciativa suya un Concordato a la Santa sede, cuyas cláusulas eran muy favorables a la Iglesia.

En Roma, la Santa Sede no creía ni se fiaba de Hitler, pero se encontraba en la difícil situación de no poder rechazar, porque se trataba de un Concordato muy favorable.

Por tanto, la Santa Sede, aún no fiándose para nada de Hitler, firmó el Concordato. En la Curia romana sin embargo todos sabían que Hitler no observaría ni respetaría el concordato. A pocas semanas de la conclusión del concordato, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, secretario de Estado, a la pregunta del diplomático británico: «¿Respetará Hitler el concordato?», respondió: «Absolutamente no, podemos sólo esperar que no viole todas las cláusulas a la vez».

Y en efecto, inmediatamente después de la firma, empezó la persecución de los católicos. Para defender a los católicos, la Santa Sede envió al Gobierno más de 50 protestas (cuyos textos se encuentran en el libro «Der Notenwechsel Zwischen Dem hailigen Stuhl Und Der Deitchen Reichsregierung» («El intercambio de notas diplomáticas entre la Santa Sede y el Gobierno del Reichstag – de la Ratificación de Concordato del Reich hasta la encíclica “Mit Brennender Sorge”»). (Matthias- Grunewald- Verlag – Mainz 1965).

A pesar de las protestas oficiales de la Santa Sede, los atropellos nazis se hicieron cada vez más incesantes en la educación, en la prensa, con la prisión de sacerdotes, etc., hasta el punto de que en 1936 la Conferencia Episcopal Alemana pidió una intervención pública.

Se esperaba a los obispos alemanes para la visita ‘ad limina’ en 1938, pero la fecha fue anticipada un año y fueron convocados a Roma en 1937. En aquella ocasión, todos los prelados estaban de acuerdo en pedir que la Santa Sede publicara un documento público de condena del nazismo.

El padre Gumpel ha revelado a Zenit que «el cardenal de Munich, Michael von Faulhaber escribió con todo secreto el texto de la encíclica, lo escribió todo a mano para no dictarlo a nadie y mantener el secreto».

«A este texto, que sirvió de base para la encíclica, se añadieron las intervenciones del secretario de Estado, Eugenio Pacelli, y durante siete semanas se preparó un texto con pasajes todavía más fuertes y explícitos de los indicados por Von Faulhaber» añadió el sacerdote jesuita.

El texto definitivo de la encíclica fue firmado por el Papa Pío XI el 14 de marzo de 1937. Mediante valija diplomática, algunos ejemplares impresos fueron enviados al nuncio en Berlín, quien a su vez los pasó al obispo de Berlín y desde allí correos secretos los entregaron a todos los obispos alemanes.

Sin saberlo la Gestapo, el texto fue impreso en doce imprentas. Muchos obispos hicieron imprimir algunos centenares de miles de ejemplares

Con todo secreto, los textos fueron distribuidos a todos los párrocos, a los capellanes, a los conventos y la encíclica fue leída en todas las iglesias alemanas el día 21 de marzo de 1937.

«Yo tenía 14 años y estaba en la catedral de Berlín cuando en la homilía fue leído el texto de la encíclica --recuerda el padre Gumpel a Zenit como si fuera hoy--. La iglesia estaba repleta y la reacción general fue de convencida aprobación».

El lenguaje era claro y explícito. Hitler estaba engañando a los alemanes y a la comunidad internacional. La encíclica afirmaba que el jefe nazi era pérfido, no fiable, peligroso, alguien que quería sustituir a Dios.

Relata el padre jesuita que «la reacción de los católicos fue entusiasta», mientras que «la reacción de Hitler fue furibunda». Se cuenta que Hitler durante tres días estaba tan fuera de sí que no quiso ver ni recibir a nadie.

La Gestapo fue informada el sábado por la tarde por un empleado de una imprenta que la encíclica había sido impresa, pero ya era demasiado tarde detener parar el asunto, y no se atrevieron a entrar en las iglesias porque esto habría suscitado una revuelta.

Aunque el domingo por la mañana ante las iglesias había guardias de la Gestapo, para ver si la gente tenía un texto impreso en la mano, y si alguien era sorprendido en posesión de un texto impreso era denunciado y arrestado. Las doce imprentas fueron confiscadas sin ningún reembolso y algunas personas acabaron en prisión

La comunidad internacional reaccionó de manera entusiasta. Las comunidades judías estaban contentísimas porque aquella encíclica era la más dura condena del racismo. Todos los periódicos judíos del mundo manifestaron entusiasmo por todo lo que había hecho la Santa Sede.

«Sin embargo --recuerda Gumpel con amargura--, en 1938, a pesar de que el pontífice había declarado que Hitler no era de fiar, en la conferencia de Munich, Inglaterra, Francia e Italia hicieron un acuerdo con el régimen nazi».

¿Cuáles son las partes más significativas de la encíclica?, ha preguntado Zenit al padre Gumpel. Responde que «se trata de un documento cuyo valor va más allá de la contingencia histórica, hay partes que asumen un significado profético y de gran actualidad».

«La Mit Brennendere Sorge --añade-- tiene un valor no sólo simbólico, está basada en principios de la ley natural y de la fe, es profética también para la situación de hoy y tiene un valor permanente. Si uno no se atiene a la ley natural, ni a la fe, cae en la decadencia y la historia ha probado ampliamente que esto crea disturbios continuos en el orden internacional».

En la primera parte de la encíclica se hace una historia del Concordato y se subrayan las continuas violaciones respecto a la Iglesia Católica y su fieles.

Hay una parte de la «Mit Brenneder Sorge» que denuncia el neopaganismo nazi. «Quien con indeterminación panteísta identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo y deificando el mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes».

La encíclica condena la concepción racial del nazismo, que «diviniza con culto idolátrico» la tierra y la sangre y «pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios»

El documento pontificio subraya «el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional y el intento de aprisionar en los límites de un solo pueblo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios creador del mundo ante cuya grandeza las naciones son pequeñas como gotas de un cuenco de agua».

Es muy fuerte la denuncia de la encíclica respecto al intento de Hitler de erguirse como Dios de Alemania.

La encíclica recuerda a quien para defender la religión católica «está sufriendo violencia tan ilegal como inhumana», y habla claramente de «tentaciones satánicas para hacer salir de la iglesia a los fieles». Explicita también la condena de quien intenta construir «una iglesia alemana nacional».

El padre Gumpel subraya que «las fórmulas más duras contra el nazismo son de Pacelli y Hitler lo sabía».

De aquí la furia contra Eugenio Pacelli. Hitler consideraba a Pacelli su enemigo número uno y temía su poder moral.

Para terminar, Zenit ha preguntado al padre Gumpel: ¿Que piensa de las revelaciones publicadas por el diario italiano «La Repubblica» del 29 de marzo, según el cual los documentos de archivo de la antigua Alemania del Este sostienen que Pacelli era el peor enemigo de los nazis y que quien montó la campaña de calumnias contra Pío XII fue la Unión Soviética».

Gumpel responde que «estas revelaciones no añaden nada a lo que la Santa Sede sabe ya, pero es útil para quienes han pensado y escrito que Pacelli fue nada más y nada menos que el “papa de Hitler”. Ahora hay otros documentos que prueban cuántas falsedades se han dicho sobre Pío XII. Es evidente también la responsabilidad de los soviéticos en la campaña de calumnias contra el Papa Pacelli».