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Rector magnífico;
ilustres profesores;
queridos estudiantes:
Mi visita pastoral a Pavía, aun siendo breve, no podía menos de incluir una etapa en esta universidad, que constituye desde hace siglos un elemento característico de vuestra ciudad. Por eso, me alegra estar entre vosotros para este encuentro, al que atribuyo un valor particular, pues también yo vengo del mundo académico.
Saludo cordialmente a los profesores y, en primer lugar, al rector, profesor Angiolino Stella, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo a los estudiantes y, de modo especial, al joven que se ha hecho portavoz de los sentimientos de los demás universitarios. Me ha asegurado vuestra valentía en la entrega a la verdad, vuestra valentía para buscar más allá de los límites de lo conocido, para no rendiros ante la debilidad de la razón. Y agradezco mucho estas palabras. Saludo también y expreso mis mejores deseos a todos los que forman parte de vuestra comunidad académica y hoy no han podido estar aquí presentes.
Vuestra universidad es una de las más antiguas e ilustres de Italia. Como ha dicho el rector magnífico, entre sus docentes ha tenido personalidades destacadas, como Alessandro Volta, Camillo Golgi y Carlo Forlanini. Me complace recordar también que por vuestro ateneo han pasado profesores y alumnos que han alcanzado una eminente talla espiritual, como Michele Ghislieri, que llegó a ser el Papa san Pío V, san Carlos Borromeo, san Alejandro Sauli, san Ricardo Pampuri, santa Gianna Beretta Molla, el beato Contardo Ferrini y el siervo de Dios Teresio Olivelli.
Queridos amigos, toda universidad tiene por naturaleza una vocación comunitaria, pues es precisamente una universitas, una comunidad de profesores y alumnos comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la adquisición de competencias culturales y profesionales superiores. La centralidad de la persona y la dimensión comunitaria son dos polos igualmente esenciales para un enfoque correcto de la universitas studiorum. Toda universidad debería conservar siempre la fisonomía de un centro de estudios «a medida del hombre», en el que la persona del alumno salga del anonimato y pueda cultivar un diálogo fecundo con los profesores, que los estimule a crecer desde el punto de vista cultural y humano.
De este enfoque se derivan algunas aplicaciones relacionadas entre sí. Ante todo, es verdad que sólo poniendo en el centro a la persona y valorando el diálogo y las relaciones interpersonales se puede superar la fragmentación de las disciplinas derivada de la especialización y recuperar la perspectiva unitaria del saber. Las disciplinas tienden naturalmente, y con razón, a la especialización, mientras que la persona necesita unidad y síntesis.
En segundo lugar, es de fundamental importancia que el compromiso de la investigación científica se abra al interrogante existencial del sentido de la vida misma de la persona. La investigación tiende al conocimiento, mientras que la persona necesita también la sabiduría, es decir, la ciencia que se manifiesta en el «saber vivir».
En tercer lugar, la relación didáctica sólo puede llegar a ser relación educativa, un camino de maduración humana, si se valora a la persona y las relaciones interpersonales. En efecto, la estructura privilegia la comunicación, mientras que las personas aspiran a la participación.
Sé que esta atención a la persona, a su experiencia integral de vida y a su tendencia a la comunión, está muy presente en la actividad pastoral de la Iglesia en Pavía en el ámbito cultural. Lo atestigua la labor de los Colegios universitarios de inspiración cristiana. Entre estos, quisiera recordar también yo el Colegio Borromeo, impulsado por san Carlos Borromeo, cuya bula de fundación es del Papa Pío IV, y el Colegio Santa Catalina, fundado por la diócesis de Pavía por voluntad del siervo de Dios Pablo VI, con una contribución decisiva de la Santa Sede.
En este sentido, también es importante la labor de las parroquias y de los movimientos eclesiales, en particular del Centro universitario diocesano y de la FUCI, que tienen como finalidad acoger a la persona en su integridad, proponer caminos armónicos de formación humana, cultural y cristiana, y ofrecer espacios de participación, de confrontación y de comunión.
Quisiera aprovechar esta ocasión para invitar a los alumnos y a los profesores a no sentirse sólo objeto de atención pastoral, sino también a participar activamente y a contribuir al proyecto cultural de inspiración cristiana que la Iglesia promueve en Italia y en Europa.
Al encontrarme con vosotros, queridos amigos, me viene espontáneo pensar en san Agustín, copatrono de esta universidad, juntamente con santa Catalina de Alejandría. El camino existencial e intelectual de san Agustín testimonia la fecunda interacción que existe entre la fe y la cultura. San Agustín estaba impulsado por el deseo incansable de encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo vivir, de conocer al hombre. Y, precisamente a causa de su pasión por el hombre, buscaba necesariamente a Dios, porque sólo a la luz de Dios puede manifestarse también plenamente la grandeza del hombre, la belleza de la aventura de ser hombre.
Al inicio, este Dios le parecía muy lejano. Luego lo encontró. Ese Dios grande, inaccesible, se hizo cercano, uno de nosotros. El gran Dios es nuestro Dios, es un Dios con rostro humano. Así, la fe en Cristo no puso fin a su filosofía, a su audacia intelectual; al contrario, lo estimuló aún más a buscar la profundidad del ser humano y a ayudar a los demás a vivir bien, a encontrar la vida, el arte de vivir. Esto era para él la filosofía: saber vivir, con toda la razón, con toda la profundidad de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad, y dejarse guiar en el camino de la verdad, que es un camino de valentía, de humildad, de purificación permanente.
Toda la búsqueda de san Agustín encontró cumplimiento en la fe en Cristo, pero en el sentido de que siempre permaneció en camino. Más aún, nos dice: incluso en la eternidad proseguirá nuestra búsqueda; será una aventura eterna descubrir nuevas grandezas, nuevas bellezas. Al interpretar las palabras del Salmo: «Buscad siempre su rostro», dijo: esto vale para la eternidad; y la belleza de la eternidad consiste en que no es una realidad estática, sino un progreso inmenso en la inmensa belleza de Dios. Así pudo encontrar a Dios como la razón fundante, pero también como el amor que nos abraza, nos guía y da sentido a la historia y a nuestra vida personal.
Esta mañana expliqué que ese amor a Cristo dio forma a su compromiso personal. De una vida planteada como búsqueda pasó a una vida totalmente entregada a Cristo y así a una vida para los demás. Descubrió —esta fue su segunda conversión— que convertirse a Cristo significa no vivir ya para sí mismos, sino estar realmente al servicio de todos.
San Agustín ha de ser para nosotros, precisamente también para el mundo académico, modelo de diálogo entre la razón y la fe, modelo de un diálogo amplio, que sólo puede buscar la verdad y así también la paz. Como afirmó mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio, «el Obispo de Hipona consiguió hacer la primera gran síntesis del pensamiento filosófico y teológico, en la que confluían las corrientes del pensamiento griego y latino. En él, además, la gran unidad del saber, que encontraba su fundamento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y sostenida por la profundidad del pensamiento especulativo» (n. 40).
Por eso, invoco la intercesión de san Agustín para que la Universidad de Pavía se distinga siempre por una atención especial a la persona, por una acentuada dimensión comunitaria en la investigación científica y por un fecundo diálogo entre la fe y la cultura.
Os agrade
zco vuestra presencia y, a la vez que os expreso mis mejores deseos de éxito en vuestros estudios, imparto a todos mi bendición, que hago extensiva a vuestros familiares y a vuestros seres queridos.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]