«Deus caritas est», un mensaje profético para Latinoamérica

Conferencia del arzobispo Paul J. Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum»

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APARECIDA, martes, 15 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la conferencia «»Deus caritas est», un mensaje profético» que pronunció el arzobispo Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum» por sugerencia de Benedicto XVI a los participantes en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano el 12 de mayo.

* * *

1- Introducción
Desde su elección, el Papa Benedicto XVI ha hablado frecuentemente de los problemas y de las necesidades con los que la humanidad se ve confrontada en la actualidad. Por ejemplo, ante los participantes de la 33ª Conferencia de las Organizaciones de Alimentación y Agricultura de las Naciones Unidas (FAO) en noviembre del 2005, el Papa lamentaba el contraste paradójico entre los nuevos avances económicos, científicos y tecnológicos y el constante aumento, por otro lado, de la pobreza. Criticó sin contemplaciones las instancias políticas, las instituciones económicas y a los poderosos de la sociedad.

Con estas críticas, el Papa se sitúa en la línea de una conocida e importante tradición en la Iglesia. A mediados del siglo XIX, a causa de la industrialización, la miseria amenazaba con dominar al hombre en el mundo occidental. Ante tal panorama la Iglesia se hizo portavoz de los necesitados. El magisterio de la Iglesia reaccionó a través de declaraciones vinculantes. Tanto León XIII como Pío XI apelaron a la conciencia de sus contemporáneos a través de encíclicas, con el fin de ayudar a poner fin a tal situación. Así surgió la Doctrina Social de la Iglesia. Los siguientes pontífices, los Papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II no quisieron tampoco guardar silencio frente a la constante miseria. Elevaron, por ello, su voz, interviniendo en la evolución social de los pueblos. De la misma forma que las precedentes, la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano se integra con sus decisiones perfectamente en esta misión de la Iglesia universal. La «Síntesis de los aportes recibidos», formulada como preparación a este gran encuentro, anota con razón que el empeño de la Iglesia por los pobres tendría que transformarse «en una actitud permanente que se manifieste en opciones y gestos concretos» (nr. 224).

La denuncia de la miseria y la injusticia corresponde a la definición científica que la nueva disciplina hace de sí misma, trascendiendo así la dimensión estrictamente personal e individual. Tal denuncia apunta a mejorar las estructuras de la convivencia social. Sustancialmente se trata de corregir leyes insuficientes, problemáticas o injustas. La Doctrina Social no se sirve tanto de llamadas al amor o de la petición de benevolencia y de misericordia, sino del derecho como medio de obtener más justicia, libertad y respeto por la dignidad humana.

Los cristianos ya practicaban el amor al prójimo mucho antes de la aparición de la Doctrina Social de la Iglesia y de su aplicación concreta. El Hijo de Dios lo instituyó como el mandamiento principal de comportamiento entre los suyos, siendo Él mismo testimonio de este amor. La Iglesia primitiva ve a Cristo como el Buen Samaritano de la parábola, que asume todos los tipos de heridas y explotación en todos los tiempos y lugares. En los Hechos de los Apóstoles se dice de él: «anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él». (Hch 10, 38) Ésta es la descripción inconfundible de Jesús. Por eso la joven comunidad cristiana hizo también suyos el ejemplo y la misión de Jesús. El Nuevo Testamento relata en diferentes lugares las formas concretas de ayuda espiritual y material. Los escritos posteriores al mismo reflejan de igual modo la continuidad de esta práctica. Así la Didascalia exhorta al Obispo: «Piensa en los pobres, tómalos de la mano y aliméntalos». Se encuentran indicios de dicha práctica desde Justino, mártir, hasta Tertuliano. El amor al prójimo de los primeros cristianos era hasta tal punto provocador que los paganos se escandalizaban. Del Emperador Juliano El Apóstata, nos llega el siguiente dicho: «Esos galileos ateos no sólo alimentan a sus propios pobres, sino también a los nuestros».

A lo largo de los siglos, hombres y mujeres han conservado y vivido esta herencia del Señor. Son los que llamamos santos. No nacieron con una aureola. La fascinación que provocan se debía al hecho de que se consumieron hasta el final de sus vidas en un admirable y altruista amor al prójimo. Ellos podrían constituir un auténtico y atractivo punto de referencia para la narración de la historia de la Iglesia. Entre los que han sido elevados a los altares se encuentran fundadores y fundadoras de ordenes religiosas que se dejaron entusiasmar por el amor de Dios y llevados por un celo impresionante, reunieron en torno a sí hombres y mujeres con el mismo espíritu, trasmitiéndoles su intención de ganar almas para Dios.

2- El testimonio concreto de la caridad
Esta oleada de empeño cristiano dejó sus huellas en la sociedad, aunque frecuentemente el mundo no haya comprendido que el amor cristiano tenía su fundamento en Cristo. Algunas veces me parece que ninguno de los mandamientos del Señor ha tenido un eco tan profundo en la Modernidad como el compromiso por ayudar a los necesitados. En el mundo occidental la aceptación de este principio, al menos teóricamente, se ha integrado en la cultura. Sólo en el año 2005, Caritas Internationalis tuvo a su disposición más de 245 millones de dólares como ayuda para las catástrofes, sobre todo a causa del Tsunami. ¿Cómo no alegrarse por este hecho, aunque el dinero nunca sea suficiente?

Es llamativo que en el pasado la Iglesia muy raramente expusiera de manera detallada la obligación de ayudar a los necesitados. El amor al prójimo no necesitaba de una justificación especial. En la predicación de la Iglesia, el imperativo del amor se reconocía directamente en el indicativo de la fe. El amor a Dios y al prójimo formaban una unidad en cuanto mandamiento doble, constituyéndose a su vez para el cristiano en exigencia. Por otro lado, la feliz coyuntura de la filantropía en nuestros días ha traído consigo que sus raíces cristianas fueran olvidadas.

Un segundo cambio de situación atrae nuestra atención.

Hoy, en muchos países del «Primer Mundo», la acción caritativa llega a todos los campos y capas de la sociedad. Se relaciona con el derecho civil, con las obligaciones sociales, con la responsabilidad del estado. Desde la guardería hasta el asilo de ancianos la vida del hombre va acompañada de una asistencia organizada. Así en algunos países de Occidente, la Confederación Cáritas creció hasta llegar a ser una impresionante empresa de servicios. Aunque sea difícil de creer, Cáritas Alemana emplea 500.000 trabajadores profesionales, constituyendo así la segunda mayor entidad patronal en Alemania después del estado. El peso y la influencia de las instituciones caritativas católicas es considerable: Cáritas en Estados Unidos dispone anualmente, para asistencia a proyectos en países subdesarrollados, el así llamado CRS («Catholic Relief Services»), de un presupuesto de aproximadamente 400 millones de dólares.

Por consiguiente, ¿quién se admiraría del hecho de que hoy el trabajo de Cáritas no sea concebible sin un elevado grado de profesionalidad? La utilización del dinero público obliga a una exactitud burocrática, afectando tanto a la fundación como al funcionamiento de todas las organizaciones caritativas. Los contratos y la ejecución del trabajo, incluso la concesión de subsidios y su aplicación, requieren de un particular seguimiento administrativo. Todo esto no es lamentable, sino que potencia la oportunidad de una ayuda efectiva.

3- La identidad cristiana de las organizaciones.
Naturalmente, el carácter profesional del empeño caritativo implica también su objetivación, que por su parte puede
tener como consecuencia en algunos un cambio de la motivación. Si lo que cuenta es la acción en sí misma, se puede olvidar que esa acción también debería tener un significado más profundo: querer ser un signo de la bondad de Dios. El carácter simbólico de la ayuda se desvanece o se hace invisible. Pero si dicho carácter de la buena acción se debilita o desaparece totalmente, se perdería la dimensión fundamental de las obras sociales de la Iglesia. Las agencias católicas serían equivalentes a la Cruz Roja, a UNICEF: perderían incluso su identidad cristiana.

Lamentablemente estos temores no han sido fruto de especulaciones de despacho, sino que se dan de manera contundente en la realidad. Para no perdernos en la multitud de posibles reparos, nos limitaremos a dos ejemplos concretos:

3.1.- Una de las mayores organizaciones caritativas del mundo creó filiales en los países más pobres con personal propio, constituyendo éstas en muchos de los casos un obstáculo al trabajo de la Iglesia local, más que su fortalecimiento. Así, por ejemplo, en los Balcanes, el Cardenal Puljić, Arzobispo de Sarajevo, en Bosnia, me hizo saber que diez de once colaboradores de una agencia católica eran musulmanes. Su actividad refleja la estrategia de su religión de islamizar el país. Con sus acciones perseguían una intención secundaria, la represión de los cristianos del país.

3.2.- En el balance oficial de las peticiones de proyectos enviados a la Cáritas de un pequeño país europeo constaba la entrada de una solicitud de subsidio para el «V Congreso de feministas lesbianas de América Latina y el Caribe». Aún cuando no pueda asegurar si dicha subvención fue aprobada o no, el hecho de que se haya tratado en una agencia católica es sorprendente.

Estos hechos problemáticos no deben llevarnos a olvidar todo lo bueno de las Organizaciones caritativas de la Iglesia, sino que tan sólo muestran el porqué una exposición teológica precisa y vinculativa del papel de Cáritas en la Iglesia no es superflua.

La situación descrita requiere, desde hace mucho tiempo, un posicionamiento cualificado, con el fin de que las organizaciones eclesiales de ayuda conserven sus raíces cristianas. Aún cuando la beneficencia aparente sea un factor de la cultura occidental, no por ello los cristianos deben bajar la guardia. Los creyentes tendrán que ocuparse de la especificidad de la Cáritas cristiana, es decir, en cierto sentido de preservar su identidad, de modo que ésta se presente y siga presentándose con su perfil típico de forma reconocible en medio de la pluralidad de agencias de ayuda humanitaria.

4- Martyria, Leiturgia y Diakonia
¿Cuales son los datos eclesiológicos que deben ser considerados de manera prioritaria?

En la visión eclesial, la teología articula la misión fundamental de la Iglesia en: Martyria, Leiturgia y Diakonia. La teología explica que aunque estos campos sean diversos, en la vida eclesial concreta no pueden presentarse aislados, sino que deben estar íntimamente relacionados. Martyria, Leiturgia y Diakonia muestran la faz visible de la misión eclesial, su triple rostro. Éstas necesitan de una ósmosis, tanto en lo que concierne a la misión de la Iglesia en su conjunto, como a la vida de cada enviado, aún cuando el cuerpo de Cristo tenga muchos miembros y los servicios de la Iglesia sean diversos. Pues sólo la predicación que se puede explicitar en el servicio al prójimo y celebrar en el culto divino transmitirá al hombre la salvación plena. Esta ósmosis no significa que la caridad se pierda en el empeño por la justicia en el mundo. Diaconía y Pastoral Social deben diferenciarse ya que poseen diversos fines. Ambas meten sus raíces en el amor que viene de Dios, pero mientras la Pastoral Social está inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia, la caridad encarna todo el patrimonio de la Escritura y de la historia de la salvación sobre el amor divino.

Al ocuparse nuestro Dicasterio Cor Unum de la praxis del amor al prójimo como misión de la Iglesia, Juan Pablo II me había pedido que le proporcionara un trabajo preparatorio para un escrito magisterial acerca del amor al prójimo. En un primer esbozo pensé en una presentación inductiva del tema: la referencia al humanismo aceptado en toda la cultura occidental, las muchas iniciativas de Estado e Iglesia, el fundamento del amor al prójimo en Dios. Pero en la fase final del pontificado del Papa Wojtyla la elaboración del texto se retrasó. Así, me dirigí al Cardinal Ratzinger, que leyó y corrigió los trabajos preparatorios. Una vez ya elegido Papa me preguntó en uno de nuestros primeros encuentros: «¿Y qué sucederá con la encíclica?». Poco tiempo después, me hizo saber que se había decidido por el tema de la «Caritas». Ahora bien, no se limitó a mi borrador, sino que cambió todo radicalmente. Todo aquel que conozca la forma de escribir del Santo Padre, descubre que todo el texto es inconfundiblemente «estilo Ratzinger». La encíclica comienza con una formulación teológica de peso empleando la afirmación principal: «Dios es Amor». De este modo, manifiesta tanto en el orden temporal, como en la escala de valores, el primado absoluto de aquel «que nos amó primero».

5- «Deus caritas est – Dios es amor»
Ahora bien, se podría interpretar el mencionado cambio de los análisis magisteriales llevados a cabo por el Papa, de una forma puramente metódica: en efecto, el teólogo Ratzinger prefiere el método deductivo de explicación al inductivo. Pero esta interpretación desconoce el impulso básico del nuevo Papa. Sus homilías y catequesis son una demostración del apremio de estar situado constantemente rumbo a Dios. Su perspectiva está determinada por el teocentrismo. No se cansa de hablar acerca del Padre celestial, de su Hijo Jesucristo y de la fuerza creativa del Espíritu Santo.

Queridos hermanos: doy gracias a Dios de poder hoy, con vosotros, en esta ocasión única, dar un nuevo impulso a la primera encíclica de nuestro Papa. No era –como podéis imaginaros- fácil obtener este momento de reflexión. He tenido que luchar un poco. Pero me confirmaba el mismo Santo Padre, el cual desea fervientemente la difusión de este documento «Deus Caritas est». Recientemente –hace cosa de un mes- durante su visita apostólica a la tumba de San Agustín, en Pavía, afirmaba: «…aquí, ante la tumba de san Agustín, quisiera volver a entregar idealmente a la Iglesia y al mundo mi primera encíclica, que contiene precisamente este mensaje central del Evangelio: Deus caritas est, «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16). Esta encíclica, y sobre todo su primera parte, debe mucho al pensamiento de san Agustín, que fue un enamorado del amor de Dios, y lo cantó, meditó, predicó en todos sus escritos, y sobre todo lo testimonió en su ministerio pastoral …/… Estoy convencido de que la humanidad contemporánea necesita este mensaje esencial, encarnado en Cristo Jesús: Dios es amor. Todo debe partir de esto y todo debe llevar a esto: toda actividad pastoral, todo tratado teológico. Como dice san Pablo: «Si no tengo caridad, nada me aprovecha» (cf. 1 Co 13, 3). Todos los carismas carecen de sentido y de valor sin el amor; en cambio, gracias al amor todos ellos contribuyen a edificar el Cuerpo místico de Cristo».

Es realmente sorprendente que esta es la noticia que quiere ser escuchada por los hombres de hoy. El eco al documento papal fue inesperadamente positivo produciendo casi siempre una gran acogida. Así nos lo recuerdan al menos dos citas de la prensa:

En uno de los periódicos más importantes de Alemania, se podía leer: «Nunca antes un Papa había escrito una extensa instrucción sobre el amor humano de forma tan sensible y poética al mismo tiempo que teológica como lo ha hecho Benedicto XVI, al definir el amor como un ‘hundirse en la embriaguez de la felicidad’»

Jan Ross, del semanario «Die Zeit », delimitó escandalosamente los desa
fíos eclesiales contra la encíclica cuando escribe: «Joseph Ratzinger es conservador, pero en el fondo no es ningún predicador moralista: le interesa una visión global, el núcleo esencial del cristianismo». (26.01.06)

Incluso en la «Front-Page» del «New York Times» –periódico no precisamente benigno con la Iglesia Católica– escribió un comentario decididamente positivo. Cuando preparaba esta conferencia, me alegré al encontrar también en el documento de «Síntesis» preparatorio de este encuentro, diversas referencias a la encíclica.

Quien a la luz de la encíclica del Papa reflexione sobre la causa de la enfatización que el Papa hace de las raíces creyentes del amor al prójimo, descubrirá en todo ello, más que una directiva pastoral. El Papa se acerca, de esta forma, en el ámbito de la ayuda a una problemática que hasta ahora todavía no había sido articulada. Él va más allá de iniciativas y programas, pues, juntamente a la ayuda, pretende ocuparse también de la persona que ayuda. Aquí encontramos una fuerza motriz que no debe ser ignorada, al abrir ésta una nueva forma de ver la lucha contra la miseria. Hasta ahora, en el campo del compromiso cristiano, los objetivos de la diaconía eclesial poseían una formulación objetiva como normas e imperativos prácticos. El Papa Benedicto se dirige ahora de una forma más calculada y detallada de lo que ha sido costumbre, a los sujetos de las actividades.

6- Límites de la obligación jurídica
La Doctrina Social de la Iglesia sirve – como se dijo al inicio – a la propagación de leyes estatales, para que llegue a darse un orden social justo. La doctrina social quiere motivar el cambio de opinión en aquellos a los que les ha sido confiada la toma de decisiones. Ésta se muestra orientada a lo ajeno, pudiendo por ello causar el malentendido, de que sean los otros los que deban cambiar. Existen algunos representantes de la Iglesia que aspiran con ansia a la multiplicación de su poder social y se inmiscuyen en la responsabilidad política, para poder así exigir a otros sus propios objetivos.

El Papa Benedicto hace constar en su encíclica que no es tarea de la Iglesia imponer políticamente la doctrina social.

En una correcta Teología de la caridad, no está presente esa tentación de la precedente orientación a algo que se encuentra fuera de mi persona. Instrucciones sobre Cáritas valen tanto para la espiritualidad como para el actuar de los empleados. Éstas son en primer lugar una exigencia al propio yo, en tanto que provienen directamente de una adhesión personal a Dios y buscan a menudo la unión comunitaria o la asociación.

De manera inequívoca se da una diferencia entre el carácter obligatorio de la doctrina social y la instrucción caritativa de la Iglesia. La primera tiene en cuenta las estructuras que hacen posible y exigen la conducta moral, la última se refiere al corazón de cada cristiano, para que éste constituyéndose en fuerza motriz impulse tanto a los individuos como a la comunidad de fe hacia las buenas obras con los necesitados.

La diferencia expuesta no disminuye de ninguna manera el carácter vinculante del empeño social. Benedicto XVI en su reciente y famoso libro «Jesús de Nazaret» pone en guardia de los fieles «piadosos» que pretenden huir de la defensa de los derechos, haciendo obras de caridad. Escribe en el mencionado libro: «La guía social es una guía teológica y la guía teológica tiene un carácter social. El amor a Dios y el amor al prójimo, no se pueden escindir». Por otra parte, no se pueden identificar los deberes pedidos por la Doctrina Social de la Iglesia con el rico patrimonio bíblico vivido por los testigos de la Caridad y no distinguir las propias características de ambos.

7- Para una espiritualidad diaconal
Una lectura atenta del texto papal hace constar que el Papa Benedicto pretendía algo más que añadir una nueva encíclica a las ya existentes para mejorar la justicia en el mundo. Ciertamente busca este fin, pero proporciona algunas indicaciones, que van dirigidas especialmente a los colaboradores de las grandes agencias católicas de ayuda. Merecen ser tomadas en consideración para su educación previa y asimismo para los voluntarios del servicio eclesial. Éstas introducen medidas inspiradas por el tema «amor». Por una parte, se dirigen a la persona del prójimo desfavorecido. Éste necesita, con palabras de la Encíclica, «siempre algo más que una atención sólo técnicamente correcta». Además, necesitaría de «humanidad», de «atención cordial» (31a). Para el encuentro con él, se requieren también arraigo en la fe e intimidad con Dios. Muchas veces al desvalido le falta algo más que comida y bebida, habitación y salud, porque «la raíz más profunda de su sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios» (31c).

A continuación, el Papa delimita algunas palabras claves, que son esenciales a la espiritualidad diaconal, que desgraciadamente por falta de tiempo, no puedo tratar. Sin embargo, éstas constituyen el punto de referencia para algo fundamentalmente nuevo en la doctrina de la ayuda humanitaria, que yo quisiera calificar como cambio de paradigmas.

A través de los siglos, un gran número de órdenes religiosas se han sentido obligadas a combatir en algunos países del mundo occidental contra la pobreza y la miseria. Hombres y mujeres compasivos hicieron suyo el sufrimiento de sus contemporáneos en diversos países de Europa. En Alemania, en el año 1910, 700.000 hombres y mujeres se encontraban al servicio de Cristo en obras de carácter caritativo. Éstos se beneficiaban de una cercana dirección espiritual, tanto a lo largo de su preparación con el fin de ingresar en la orden religiosa, como después durante el acompañamiento continuo recibido como miembros de la misma. De esta forma, se encontraban dotados de las armas necesarias para no caer en la tentación de tratar su trabajo desde un punto de vista exclusivamente técnico-administrativo. Los cristianos que no pertenecían a una orden religiosa, pero que se unían a éstas como voluntarios, eran inspirados tanto por aquellos que aparecían como verdaderos testigos de la fe, como por la influyente vida comunitaria y por las correspondientes asociaciones.

Hoy la superación de la miseria humana se presenta esencialmente más complicada que en tiempos pasados. Abordarla significa dedicarse a diferentes tareas políticas, ecológicas, sanitarias, antropológicas. Todo eso exige una gestión correcta, con una formación adecuada, que implica también la elaboración de los cursos y exámenes correspondientes.

Sin embargo, en nuestros días no se puede renunciar ni simplemente suponer «a priori» el fundamento de la fe o el testimonio cristiano de los actores de la filantropía eclesial. Al constituir la diakonia una de las tres misiones fundamentales de la Iglesia y al encontrarnos hoy inmersos en una cultura donde la filantropía ha sido admitida de modo general, nos vemos ante la obligación de ponernos nuevamente en marcha.

Como hasta ahora se ha venido haciendo, el Papa Benedicto XVI apremia a los miembros de la Iglesia tanto a comprometerse por la lucha contra la miseria en el mundo, así como a formular objetivos eficaces y a desear su realización. Al mismo tiempo, con vistas al ayudar, se impone un cambio de paradigmas: frente a un mundo transformado tiene que añadirse a estos programas y proyectos una segunda dimensión: las personas, que en el nombre de la Iglesia dan el testimonio del amor de Dios, tienen que ser formadas e impregnadas por la fe. En la orientación a la fe de los voluntarios cristianos se decide lo específico en la lucha contra la miseria, aquello que sólo la Iglesia puede ofrecer a la humanidad. En el compromiso social de la Iglesia se presenta la necesidad de actuar. Por ello les corresponde a los pastores de la Iglesia la responsabilidad. A ellos se les sugiere una recepción favorable del impulso ofrecido por la encícl
ica.

8- La tarea central del Obispo
Concluyendo:
En la encíclica «Deus caritas est» el Papa Benedicto enseña sin rodeos la responsabilidad última del Obispo con la misión diaconal de la Iglesia. Naturalmente, el pastor de una diócesis se debe dejar ayudar en esta tarea; pero no la puede confiar a través de una delegación, por muy capaces que sean sus colaboradores. Corresponder a dicha responsabilidad emana del ser de la ordenación episcopal. El documento del Papa lo expresa literalmente: «En las reflexiones precedentes se ha visto claro que el verdadero sujeto de las diversas organizaciones católicas que desempeñan un servicio de caridad es la Iglesia misma, y eso a todos los niveles, empezando por las parroquias, a través de las Iglesias particulares, hasta llegar a la Iglesia universal… Además, es propio de la estructura episcopal de la Iglesia que los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, tengan en las Iglesias particulares la primera responsabilidad de cumplir, también hoy, el programa expuesto en los Hechos de los Apóstoles. (cf. 2, 42-44)» (nr. 32).

Cuando en noviembre del año pasado intentaba transmitir esta aclaración del Papa a los obispos alemanes en su visita ad-limina, encontré alguna oposición. Las Iglesias del llamado Primer Mundo, poseen asociaciones que se dedican a combatir la pobreza, las cuales muestran un cierto comportamiento autónomo. Los Obispos de las Diócesis que reciben las ayudas, son llamados a mantener y desarrollar la comunión y el dialogo con los Obispos de los países donantes. A los Pastores les corresponde una función de vigilancia, no siempre fácil de realizar. Pero, ¿cómo se va a poder combatir la secularización global sin pastores valientes?

Con la acentuación de la responsabilidad episcopal para la diaconía no se pretende apoyar un nuevo clericalismo. Por el contrario, tomando como base la nueva encíclica, se trata de ayudar a la recta teología en todo el mundo – también en lo referente a las grandes obras de caridad. Es el sacramento del orden, en el cual se pide y se confiere a través de la imposición de manos al Obispo la plenitud del Espíritu Santo para la predicación, el servicio divino y el gobierno de la Iglesia. Así adquiere él la última responsabilidad para las tres misiones de la Iglesia. De la misma manera, como no la puede delegar para la predicación y la liturgia, tampoco para la diaconía. Tal reorientación teológica debe ser respetada en primer lugar por todos los que se ocupan de la diaconía individualmente o en las instituciones: éstos no pueden ponerse por encima de la última responsabilidad del Obispo.

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ZENIT Staff

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