Los desafortunados de la globalización

El Papa ofrece algunas directrices

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ROMA, miércoles, 4 julio 2007 (ZENIT.org).- Las controversias sobre la globalización ya no acaparan los titulares, pero sigue dándose la preocupación por el futuro de la economía mundial. En los últimos meses han atraído la atención las crecientes desigualdades económicas.

La globalización ha aportado muchos beneficios, sostenía un artículo de primera página publicado el 24 de mayo en el Wall Street Journal. El artículo indicaba no obstante: «Mientras el comercio, la inversión extranjera y la tecnología se ha extendido, ha aumentado la división entre ricos y pobres, no sólo en los países ricos como Estados Unidos, sino también en los pobres como México, Argentina, la India y China».

La experiencia de los últimos años ha mostrado que quienes tienen educación y habilidades se benefician de la globalización. Otros, sin estas ventajas, no son tan afortunados. Sin olvidar los beneficios de la globalización para muchos millones de personas, el Wall Street Journal expresaba su preocupación por el hecho de que las desigualdades crecientes podrían provocar una reacción en contra que acabara dañando el comercio y la inversión.

A principios de año, el presidente de la reserva federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, también advertía de los problemas que surgen por la desigualdad económica. En un discurso el 6 de febrero ante la Cámara de Comercio de Omaha, Nebraska, Bernanke defendió la idea de que el libre mercado no es garantía de igualdad de ingresos económicos, puesto que permite la posibilidad de recompensas desiguales debido a las diferencias en el esfuerzo y las habilidades.

La caída
«Dicho esto, creemos también que no se debería permitir que alguien se derrumbara económicamente, especialmente por razones que van más allá de su control», añadía en un texto en la página web de la reserva federal.

Subrayando las evidencias de diversas fuentes, el presidente de la reserva federal apuntaba que en las últimas décadas el bienestar económico de Estados Unidos ha aumentado de forma considerable. Al mismo tiempo, observaba que «el nivel de desigualdad en los ingresos económicos ha aumentado de igual forma».

Bernanke admitía la dificultad de mantener un equilibrio entre un sistema de mercado que usa los incentivos económicos y estimula el crecimiento, y la necesidad de proteger a los individuos contra los resultados económicos adversos.

Proponer soluciones a este problema implica juicios de valor más allá de la realidad de la teoría económica, concluía Bernanke. Sugería, no obstante, una serie de posibles medidas, desde la educación y preparación para el trabajo, hasta ayudar a los individuos y a las familias a sobrellevar el coste del cambio económico, como formas de afrontar el problema de la desigualdad.

Un artículo de opinión, publicado en el Financial Times el 15 de mayo por Danny Leipziger y Michael Spence, expresaba una postura similar. Los autores, respectivamente vicepresidente del Banco Mundial y Premio Nóbel de Economía en el 2001, sostenían que en el debate de la globalización el tema más importante es «quien se beneficia y quien pierde».

«La globalización es un juego positivo de sumas pero un juego que produce tanto ganadores como perdedores», observaban también.

Leipziger y Spence apoyaban mejoras en la educación que ayudaran a los trabajadores a afrontar la actual situación. Además, pedían mejores redes de asistencia, más inversiones en infraestructuras y asegurar el acceso a servicios como la sanidad.

La dignidad de la persona
En medio del actual debate sobre temas de economía y ética, Benedicto XVI ha tocado estos temas en varias ocasiones en los últimos meses. El 26 de mayo habló a un grupo de jóvenes de Confindustria, la Confederación General de la Industria Italiana.

Todo negocio, observaba el Papa, debería considerarse primero y sobre todo como un grupo de personas, cuyos derechos y dignidad deberían respetarse. La vida humana y sus valores, continuaba el Pontífice, debería ser siempre el principio guía y el fin de la economía.

En este contexto, Benedicto XVI reconocía que para los negocios lograr beneficios es un valor que se puede tomar correctamente como objetivo de su actividad. Al mismo tiempo, la enseñanza social de la Iglesia insiste en que los negocios deben también salvaguardar la dignidad de la persona humana, y que incluso en momentos de dificultades económicas, las decisiones en los negocios no deben guiarse exclusivamente por consideraciones de beneficios.

El Papa también trató brevemente el tema de la globalización. Este es un fenómeno, comentaba, que da esperanzas de una participación más amplia en el desarrollo económico y en la riqueza. Es un proceso, sin embargo, no carente de riesgos, que lleva en algunos casos a un empeoramiento de las desigualdades económicas. Haciéndose eco de las palabras de Juan Pablo II, Benedicto XVI pedía una globalización caracterizada por la solidaridad y que no margine a la gente.

Otros principios que es necesario que guíen la economía son la justicia y la caridad, explicaba Benedicto XVI en un mensaje, con fecha 28 de abril, a la presidenta de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, Mary Ann Glendon. La carta fue enviada con ocasión de la sesión plenaria de la academia, reunida del 27 de abril al 1 de mayo.

Buscar la justicia y la promoción de la civilización del amor, añadía el mensaje, son aspectos esenciales de la misión de la Iglesia en su proclamación del Evangelio. La justicia y el amor no pueden separarse, observaba el Papa, debido a la experiencia de la Iglesia de cómo las dos van unidas en «la revelación de la infinita justicia y misericordia de Dios en Jesucristo».

La justicia, continuaba, debe «corregirse» con el amor, un amor que inspire justicia y purifique nuestros esfuerzos de construir una sociedad mejor. «Sólo la caridad puede estimularnos a poner una vez más a la persona humana en el centro de la vida de la sociedad y en el centro de un mundo globalizado, gobernado por la justicia», indicaba el Papa.

Mercado laboral
El Papa, en un par de discursos a principios de este año, profundizaba en algunos de los problemas a que se enfrentan los trabajadores. En un mensaje con fecha 28 de marzo, enviado a los participantes en el IX Foro Internacional de la Juventud, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos, Benedicto XVI comentaba que en los últimos años los cambios económicos y tecnológicos han cambiado radicalmente el mercado laboral.

Esto ha dado esperanzas a los jóvenes, concedía el Papa, pero también ha traído consigo la necesidad de una mayor preparación y educación, y la exigencia de que los trabajadores estén preparados para viajar, incluso a otros países, buscando puestos de trabajo.

El trabajo, explicaba, es parte del plan de Dios para la humanidad y a través de él participamos en la labor de la creación y de la redención. Viviremos esto mejor, animaba el Papa, si permanecemos unidos a Cristo a través de la oración y la vida sacramental.

El 31 de marzo, Benedicto XVI hablaba a la reunión del Confartigianato, una asociación de artesanos italianos. El trabajo es parte del plan de Dios para el hombre, incluso aunque el pecado original lo haya convertido en una carga, explicaba el Papa.

Es importante, añadía, proclamar la primacía de la persona humana y del bien común sobre el capital, la ciencia, la tecnología e incluso la propiedad privada. Como cristianos, podemos dar testimonio del «Evangelio del trabajo» en nuestras vidas diarias, les recordaba el Papa.

El Pontífice también tenía palabras para quienes dirigen a los trabajadores, en un discurso a un grupo de la sección italiana de la Unión Cristiana de Empresarios Dirigentes, el 4 de marzo de 2006. La justicia y la caridad, afirmaba el Papa, son el
ementos inseparables en el compromiso social de los cristianos.

«De modo particular, a los fieles laicos les compete trabajar por un orden justo en la sociedad, participando personalmente en la vida pública, cooperando con los demás ciudadanos bajo su responsabilidad personal», afirmaba el Papa.

«Se trata de valores que, por desgracia, también a causa de las actuales dificultades económicas, a menudo corren el riesgo de no ser puestos en práctica por los empresarios que carecen de una sólida inspiración moral», observaba también.

Por el padre John Flynn, L. C.

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ZENIT Staff

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