La Madre Teresa: Una luz en la «noche oscura» del siglo XXI

ROMA, martes, 11 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Como comentaba un respetado abogado de Boston al hablar de las biografías recientes, «son tiempos duros para los muertos». Un ejemplo claro ha sido la portada de la revista «Time» del 23 de agosto. Al hojearla se leía el siguiente titular «La vida secreta de la Madre Teresa», acompañado por la imagen más melancólica que puede imaginarse de la religiosa albanesa.

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Con su titular sensacionalista, la revista «Time» no sólo se rebajaba al nivel del periodismo de tabloide, sino que mostraba una lamentable ignorancia del camino espiritual de la beata Teresa de Calcuta.

Cediendo al capricho de buscar lo sórdido detrás de lo impoluto, cuando titulares como «La ruptura de Britney Spears» o «Lindsay Lohan en crisis» son garantía de un aumento de las ventas, el artículo mismo alimentaba la mentalidad de que las cosas nunca son tan bonitas como parecen. En nuestra época en la que se enmascaran nuestros propios defectos sacando a la luz los de los demás, sugería que el amor alegre a los pobres de la Madre Teresa ocultaba un lado más oscuro, casi siniestro.

El reciente interés por la fundadora de las Misioneras de la Caridad viene de la publicación reciente de un libro «Madre Teresa: Ven, sé mi luz». El padre Brian Kolodiejchuk, postulador de la causa de canonización de la religiosa, que murió en 1997, recopiló sus cartas y escritos, incluyendo un apartado que revelaba las luchas espirituales de Teresa.

Al publicar estos documentos, el padre Kolodiejchuk intentaba abrir a los lectores una ventana a la vida espiritual íntima de la Madre Teresa, y ofrecer inspiración y esperanza contando sus desafíos en el seguimiento de Cristo.

Sin embargo, algunos han convertido sus dudas de fe, que ella confió en cartas a su director espiritual, en una acusación contra su sinceridad y su santidad personal. El redactor de «Time», David Van Biedma, escribe: «Perpetuamente cariñosa en público, la Teresa de las cartas vivía en un estado de profundo y permanente dolor espiritual».

Estos términos equiparan la vida de la Madre Teresa con la de un actor cómico, sugiriendo que su persona profesional y su privacidad estaban separadas. Sin embargo Teresa hacía mucho más que sonreír a las cámaras, demostraba su amor gozoso a través de cada una de sus acciones, gestos y expresiones.

El modo depredador con el que saltaron los servicios de noticias sobre la expresión «noche oscura del alma» de la Madre Teresa se parece mucho a la forma que tienen de informar sobre los arrestos de los famosos. Preguntas como «¿Puede todavía ser santa?» demostraban una carencia absoluta de conocimientos sobre la idea de santidad de la Iglesia, además de intentar sembrar división esparciendo dudas sobre su santidad.

Como nota marginal, la Madre Teresa es beata, lo que significa que la Iglesia ha reconocido oficialmente que está en el cielo. Cuando se convierta en santa, se permitirá la devoción a la Madre Teresa en el mundo, es decir, dedicarle iglesias, invocarla durante la liturgia, etc…

Un estándar diferente
Los estándares de los medios no son los de los santos. Mientras que la misma Teresa temió caer en una suerte de hipocresía espiritual, el hecho fue que ella, como muchos santos, poseía una sensibilidad especial ante su distancia del ejemplo de Cristo.

Célebres ateos han saltado para reclutar a la monja para su causa. Christopher Hitchens, que elaboró una biografía tergiversada de la Madre Teresa, era citado de forma extensa en el artículo. Aferrándose a la oportunidad de llegar a millones de personas, Hitchens intentó convertir a Teresa en un cartel infantil del nihilismo.

«Time» también consultó a psicólogos que analizaran, después de la muerte, a la Madre Teresa a partir de sus cartas. Resulta extraño que tanta gente que no cree en el alma se sienta capaz de sondear la de la Madre Teresa.

Aunque muchos han salido a dar la cara por ella, la Madre Teresa obviamente no necesita defensa. Felizmente en el cielo con muchas de sus hijas probablemente suplicará a Jesús con su característica compasión que perdone a Hitchens y a otros «porque no saben lo que hacen».

Paradójicamente, el aspecto que buscaba la división de estas historias ha hecho lo que muchos sínodos de la Iglesia no podrían. Los católicos liberales y los tradicionalistas han unido sus fuerzas para corregir las anteriores afirmaciones y para reconocer a la Madre Teresa como un ejemplo para toda persona que sufre soledad espiritual.

Sus dudas y sufrimientos, lejos de ser motivo de vergüenza para los que aman y admiran a esta gran mujer, debería enorgullecernos por descubrir que ella es una heroína incluso mayor de lo que pensábamos.

Para cualquier persona seriamente interesada en la causa de Teresa, sus dificultades espirituales no son ninguna sorpresa. Se dieron a conocer tras su beatificación en 2003. Hablando sobre el tema en encuentros casuales en Roma en aquella época, la gente hablaba con admiración de la excepcional perseverancia de la Madre Teresa ante lo que habría destrozado a cualquiera que no hubiese tenido tanta presencia de la gracia de Dios.

Las experiencias de la Madre Teresa no son un escándalo sino un espejo de la soledad de nuestra época. Mientras que la gente hoy intenta disipar la sensación de soledad con psicoanalistas, medicamentos o con la espiritualidad de moda, Teresa abrazó su soledad y se aferró a su fe en Jesús, que, aunque a menudo desprovista de sentimientos, era sólida y profunda. De lo que muchos no han logrado darse cuenta, es que un buen número de sus expresiones de soledad están dirigidas a Jesús mismo.

«Sentirlo»
Carole Zaleski en «First Things» escribía que Teresa había convertido «su sentimiento de abandono de Dios en un acto de abandono en Dios».

De muchas formas, su propio sentido de marginación de Dios ayudó a la Madre Teresa a reconocer la soledad en los demás. Proclamó que había «en el mundo más hambre de amor y aprecio que de pan». Se dio cuenta de que el rechazo y el abandono no sólo era patrimonio de los leprosos, sino que estaba presente incluso en la vida interior de aquellos que parecían tener éxito o ser privilegiados.

Cuántas veces hemos ido a misa sin «sentirlo», como se dice actualmente. Nuestros labios se movían, nuestros gestos eran mecánicos, pero permanecíamos distantes de la realidad de Dios y de su amor por nosotros. En ese vacío, la tentación aparece, sugiriendo que esta práctica era más bien «hipocresía», y que deberíamos dejar la Iglesia y marcharnos a jugar al golf.

La Madre Teresa vivió sus dudas, no sólo durante una hora el domingo, sino cada día cuando atendía al pobre y al moribundo en medio de la miseria completa e implacable. Su ejemplo llega tanto a cristianos como a no cristianos.

Benedicto XVI, cuando era conocido como el teólogo Joseph Ratzinger, hablaba de esto en su «Introducción al Cristianismo» de 1963, que «tanto el creyente como el no creyente comparten cada uno a su manera, la duda y la fe». Esto le llevó a darse cuenta de que la duda podía ser una posible «avenida de comunicación» entre ambos.

En repetidas ocasiones, los santos nos muestran que cuando sufren, la solución es mirar fuera de uno mismo, no tanto dentro. San Alfonso María de Liborio y San Juan de la Cruz superaron sus propios problemas centrándose en sus vocaciones. Como una hermana religiosa observaba con agudeza, cuando Teresa no podía encontrar a Jesús en su vida de oración, lo encontraba en los rostros de sus compañeros humanos.

Teresa logró dar un significado a sus pruebas. Las vio como un privilegio, el don de compartir la soledad de Cristo en la cruz.

En su película «La Pasión», Mel Gibson presentaba una imagen conmovedora de la agonía de Cristo en el huerto de Getsemaní. Entre la oscuridad opresiva, la mirada de Jesús, abandonado por sus apóstoles, luchando por continuar con su misión, enfrenta a los espectadores con el sentido de desolación que acompañaba su sacrificio.

Los santos como la beata Teresa, que afrontó la soledad en su propio sacrificio, experimentaron una experiencia única de compartir el misterio de la pasión de Cristo. Como el oro puro, han sido forjados a fuego vivo.

Especialmente en nuestro tiempo en el que se
da más importancia a los sentimientos que a los hechos, a la sensación más que al sentido, la Madre Teresa enseña al mundo a perseverar a través de la duda, el dolor y la soledad. En la noche oscura espiritual del siglo XXI, el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta es un faro de luz para todos nosotros.

Por Elizabeth Lev, profesora de Arte y Arquitectura Cristiana en el campus de la Universidad Duquesne en Roma (lizlev@zenit.org)

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ZENIT Staff

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